Por Nican Ompehua
El día 13 de abril de 2018 cayó en viernes: cabalístico viernes trece. Se cree que es de mala suerte porque el número 13 resulta irregular si se compara con la división cronológica del tiempo: 12 horas, 12 meses, 12 signos zodiacales, por ejemplo. Se ha encontrado coincidencia con la fecha de muerte de celebridades, o con grandes tragedias ocurridas en fechas semejantes.
Pero hay quienes opinan que el día de peor suerte es el martes 13, tradición que probablemente proceda de la mitología griega dado que Marte evoca la guerra y todas sus vicisitudes.
En cambio, hay quienes –como Benjamín Franklin- lo veían como día de buen agüero.
Yo también, porque el martes 13 de abril de 1967 (hace 51 años) me recibí de Médico Cirujano en la Facultad Nacional de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México.
El examen profesional fue oral, público y grupal pues fuimos varios postulantes que coincidimos en fecha y hora (de acuerdo a programación realizada ex profeso). La sede fue el Penthouse de la torre de la facultad. Nos indicaron vestir trajes y corbatas oscuras y camisas blancas para darle seriedad al acto y en concordancia con el atuendo de los sinodales que portaban togas y birretes. Y nos permitieron invitar a nuestros familiares. Siendo el primero de la lista (en orden alfabético) me pasaron a llenar la esfera de sorteo, colocando en ella cada una de las bolas, gritando el número correspondiente y mostrándolas al público para dar constancia de que no faltara ni una porque ellas representaban los temas que serían sorteados entre los postulantes. Cada uno tomaría una bola y se presentaría ante tres sinodales sentados a mesitas distribuidas en el derredor del salón e identificadas por el número correspondiente a cada tema.
Una vez pasado el trámite hicimos la promesa correspondiente de representar con honor al Alma Máter y dedicar nuestro esfuerzo pleno a proteger a la población que quedara a nuestra influencia.
Si bien no faltaron los fotógrafos que plasmaron tal momento, lo último de la ceremonia fue la fotografía oficial del grupo en la terraza de esa torre; justo al lado del salón sede del examen.
Tal vez unos 20 años después, estando en la biblioteca de la Clínica-hospital N° 1 en Colima, platicando con el médico neumólogo Francisco Javier Caviedes Díaz, le comenté respecto al martes 13, informando la fecha de mi examen profesional. Me contestó: -“¡Yo me recibí ese día y en la misma universidad!” Revisamos las fotografías y, en efecto, aparecemos juntos haciendo la promesa (Esa foto fue publicada por el médico urólogo y maestro en Ciencias Médicas, Alfredo César Juárez Albarrán en su libro Al Siglo XXI. Nuestros médicos. Colima. 2015:14). Coincidencia o buena suerte, pues también estuvimos adscritos al mismo hospital de Cardiología y Neumología del Centro Médico Nacional (en la Ciudad de México), y en la clínica del IMSS, Colima, mencionada.
Por supuesto que he tenido experiencias y grandes satisfacciones. De las primeras escribí un libro titulado Experiencias Médicas Extraordinarias y lo regalé el año pasado a los miembros del Colegio de Médicos del Estado de Colima, A. C. y a los integrantes de la Asociación Nacional de Cardiólogos de México, A. C. (Alrededor de tres mil ejemplares en línea).
Tres satisfacciones principales: ANCAM me nombró “Profesor Distinguido” durante el Congreso Internacional de Cardiología de 2004 (con un aforo de aproximadamente 3,000 asistentes) en Veracruz; ese día les dije que para ser considerado profesor distinguido se necesita proceder de profesores distinguidos y tener discípulos distinguidos, y mencioné a algunos de ellos.
En 2011, los médicos del Hospital de Cardiología del Centro Médico Nacional me llamaron desde la Ciudad de México y me invitaron a asistir a un evento especial en donde dictaría una conferencia médica, diría un discurso de agradecimiento en representación de un grupo de homenajeados y sería reconocido también como Maestro Distinguido. Yo les dije que en unidades médicas como esa, todos deben ser maestros distinguidos por el espíritu de competencia en busca de la excelencia en la atención de los enfermos, la formación de nuevos y mejores especialistas y en la generación de nuevo conocimiento.
La tercera fue el llamado de la Asociación de Profesionistas Egresados de la Universidad Autónoma del estado de Hidalgo, 53 años después de que emigré de ahí, para reconocer mi trayectoria y legado, en el marco de la tradicional comida anual de 2016. Fue especial porque creía que me habían olvidado y porque el reconocimiento se inscribió en una loseta de cantera procedente de la remodelación del edificio.
Una más, sin duda, ha sido otro reconocimiento que me otorgó el Colegio de Médicos del Estado de Colima, en el marco de una fiesta en donde también dicté una conferencia epistemológica, exactamente el año pasado, con motivo de mis 50 años de ser médico.