Un proceso psicológico esencial para la salud mental
Por José Alberto Enciso Reyes
Para el Doctor en Ciencias Psicológicas, licenciado en Psicología y en Sociología, Ovidio D’Angelo Hernández, Premio Nacional de la Investigación Científica de la Academia de Ciencias de la República de Cuba, el proyecto de vida se entiende como una estructura psicológica que expresa las direcciones esenciales de la persona en relación con su contexto social y las experiencias vividas. Es un plan que guía a un individuo a alcanzar sus metas y objetivos, dándole coherencia a su existencia y determinando su posición en la sociedad. Se caracteriza por su carácter anticipatorio, modelador y organizador de las actividades y el comportamiento, y está influenciado por el entorno socio-cultural y económico.
Para el neuropsicólogo colombiano Alfredo Ardila, el proyecto de vida debe mirarse desde una perspectiva procesual, “que se enlaza con funciones de la personalidad, en los aspectos físicos, emocionales, intelectuales y sociales; configurados como un proceso de acción y como un ejercicio metacognitivo o de funciones superiores, en las que se mezclan las funciones ejecutivas, tanto cognitivas como emocionales”.
Es decir, el proyecto de vida, visto como un “proceso”, son los medios y cualidades con que cuenta un adolescente para alcanzar sus fines, y las acciones que desarrollan la manera en que ocuparán su presente para concretar un futuro deseado. Destacando significativamente la importancia de “la acción y el ejercicio” consciente de superar sus propias deficiencias y carencias en su vida, y buscar su bienestar, satisfacción y capacidad para ubicarse en el camino de su desarrollo humano, para ubicarse en sus metas y objetivos.
Desde esta perspectiva vital de acción y ejercicio consciente en la construcción del proyecto de vida, es necesario preguntarse: ¿Qué tan consciente se puede ser de la propia acción y el ejercicio del proyecto de vida? ¿Qué consecuencias existen de no contar con un proyecto de vida?
Para Francisco Gutiérrez Rodríguez, investigador de la Universidad de Guadalajara (CUCS), señaló que “el panorama en salud mental no es halagador. Han transcurrido varias generaciones desde la llamada ‘X’, que vivía el ‘aquí y ahora’. No obstante, la situación no mejora; hay personas de 15 a 24 años, población infantil y juvenil en México, que carecen de un proyecto de vida”.
Asimismo, precisó: “muchos de los problemas de salud mental, tanto en el ámbito personal, familiar y social, se deben a esta carencia, donde vivimos a un ritmo acelerado de la vida cotidiana y resolvemos los problemas comunes del diario”, ante lo cual invitó a los ciudadanos a crear proyectos de vida, escribir metas fáciles de alcanzar y evaluar progresos”.
Para D’Angelo, “el proyecto de vida articula la identidad personal-social en las perspectivas de su dinámica temporal y posibilidades de desarrollo futuro. Se comprende, entonces, como un sistema principal de la persona en su dimensionalidad esencial de la vida. Es un modelo ideal sobre lo que el individuo espera o quiere ser y hacer, que toma forma concreta en la disposición real y sus posibilidades internas y externas de lograrlo, definiendo su relación hacia el mundo y hacia sí mismo, su razón de ser como individuo en un contexto y tipo de sociedad determinada”.
En la formación para el desarrollo integral, los proyectos de vida suponen, efectivamente, la interrelación de la familia. Lidya Ilinitchna Bozhovich, psicóloga soviética reconocida por sus investigaciones sobre el desarrollo de la personalidad infantil, considera “que la posición interna se forma de la actitud que el niño, sobre la base de su experiencia, posibilidades, necesidades y aspiraciones surgidas anteriormente, adopta ante la posición objetiva que ocupa en la vida y ante la que desea ocupar”, otorgando, bajo estos argumentos, una función de integración direccional, valorativa e instrumental a la familia y al contexto social inmediato en la construcción de un proyecto de vida.
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