Una ventana a la transformación digital y los medios públicos
Por Alejandro González
Hace algunos días un par de niños cercanos a los 10 años me preguntaban con cierta intriga y asombro, oiga y eso qué es, con referencia a una grabadora de las conocidas como “carrete abierto”. Después de hablarles un poco sobre ello, desfilaron también el vinilo, el cassette, el disco compacto y mini-disco, sin faltar el dat, mientras tanto no podían evitar mostrar sus rostros con algo de incredulidad al ver en físico tales artefactos, de los que surgían más dudas sobre aquellas realidades.
Como una analogía vi pasar anécdotas tecnológicas, equipos de grabación y modelos de producción de contenidos radiofónicos hasta llegar al día de hoy. En un mundo bajo la dictadura del algoritmo y la inmediatez tecnológica, ¿qué depara a los medios públicos como la radio universitaria?; ¿Cuáles marcos operativos, legales y éticos delinean el rumbo de la producción de contenidos con IA?; ¿Cómo redibuja la divulgación del conocimiento científico, el arte, la cultura, la función social de los mismos? Estas y más preguntas que mantienen vigencia, incluso a veces subestimadas, son algunos de los dilemas existenciales de amplia relevancia y nuevos enfoques que enfrenta no solo la radio sino los demás esquemas de producción de contenidos audiovisuales desde hace unos años atrás.
Hoy, la radio pública y universitaria no puede ser solo radio. Como bien señala el investigador y experto en comunicación digital Carlos Scolari, estamos inmersos en una ecología de los medios donde los modelos de producción que no evolucionan se quedan suspendidos en el tiempo hasta desaparecer. La radio desde mucho tiempo atrás dejó de ser un monólogo unidireccional en el que gradualmente se incorporaron diversos canales interactivos; hoy debe transformarse en una narrativa transmedia expansiva. Además, al ser un escenario mediático donde se implican estudiantes en el caso de las universidades, buscando captar el aprendizaje que día a día se vive en sus diversos formatos, exige una constante actualización en sus líneas de acción y formatos.
No se trata simplemente de “subir el audio a YouTube” -o al Spotify, un error común de replicación mecánica-, sino de entender la cultura de la convergencia que describía Henry Jenkins (2006). Se trata de crear universos donde el programa en vivo dialoga con un hilo de Threads, se expande en una infografía en Instagram y profundiza en un podcast de consumo asincrónico, que en la práctica actual cabe mencionar, permanece en mayoría como un repositorio, una carpeta digital de lo que sucedió en algún momento en la antena. Son pocos casos a nivel nacional que han emprendido el reto hacia la transmedialización, según pude constatar en varias entrevistas a radiodifusoras universitarias durante el primer cuatrimestre de 2025. El podcasting, en particular, ha rescatado la profundidad reflexiva que la radio comercial abandonó por la inmediatez, convirtiéndose en el formato predilecto de las audiencias jóvenes. Tan solo para 2026, se espera que a nivel global sumen más de 600 millones de oyentes de podcast según la plataforma de datos y analítica Statista (2025) y todo apunta a que así será.
Sin embargo, esta transición digital choca con una realidad humana y administrativa en muchos casos. Hemos pasado del especialista de la voz y producción al “productor orquesta” o multitask, quien debe grabar, editar, gestionar redes y analizar métricas simultáneamente. Esto genera lo que Kuss (2020) llama tecnoestrés: la ansiedad de profesionales que sienten que su experiencia se vuelve obsoleta ante la vorágine digital, pero esa es otra ventana a revisar.
Aquí unos de los retos que enfrentamos: intentamos gestionar una realidad digital “líquida” -tomando el término de Zygmunt Bauman- con las competencias digitales adecuadas, pertinentes. Necesitamos una reinvención estratégica. Alejarnos del enfoque sobre la transformación digital como una amenaza a la tradición y abrazarla como la única vía para cumplir nuestra misión histórica: democratizar el conocimiento como uno de los varios pilares en la función social de la radio pública y universitaria. No con ello refiero a dar vuelta a la página y centrar todo en herramientas IA, porque entonces nos alejaríamos de una pieza fundamental en el caso de la radio, la cercanía y calidez humana que ofrece, sino en analizar la manera en que nos permita optimizar métricas, definir mejor los flujos de producción y contenido, así como acciones intrínsecas que no pueden (o no deben) ser sustituidas por la IA.
Tan solo en el último año se han documentado políticas implementadas para filtrar y decidir sobre el contenido y acciones que pueden o no aplicarse en el uso de herramienta de inteligencia artificial. Tal es el caso de la Comisión Canadiense de Radiodifusión y Telecomunicaciones que anunció el pasado noviembre sobre su definición de “contenido canadiense”, que excluye a todo contenido generado por IA para considerarlo como propio como lo reporta el sitio de Radio Canada (2025). O el caso de la plataforma de podcast y radio en línea IHeart Radio que recientemente informó su rechazo total a la generación de contenidos por IA, aceptando su uso solo para “productividad administrativa” como lo publica la revista especializada The Source (2025) que enfatiza sobre voces y música sintética.
Así pues, con esta ventana nos damos idea de muchos de los dilemas vigentes y en constante evolución que giran sobre la generación de contenidos en los medios públicos y universitarios. Entre otras cosas, hay claridad en que la radio debe ser un laboratorio vivo, una especie de plataforma anfibia que se sumerge igual de bien en las ondas hertzianas que en el streaming. Si logramos flexibilizar, fortalecer nuestras estructuras y entender el lenguaje transmedia, el legado de la radio no solo sobrevivirá, sino que encontrará un fluir más.
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