COLUMNA: Tejabán

Movilidad
Por Carlos Ramírez Vuelvas
Creo que es la pátina del ocaso lo que nunca olvidaré.
Brocíneo, un rayo dorado esplende como una gota tornasol dispersa por el cielo, fija su intensidad en la ventana de aquel viejo bluebird canadiense y, aunque yo no ardía en fiebre, dejaba una sensación amnésica de 39 grados de temperatura.
Y entre aquellas curvas de la Sierra de Xichú, entre valles verdes de pinares negros, y tramos absolutamente marcianos de un terreno seco y pedregoso, pensaba en el momento que vería a los Leones de la Sierra, a Guillermo Velázquez, su leyenda chamánica, el momento que tal vez escucharía una décima inmortal, vencedora de topadas.
Óscar Fernando Chapula, que vivió conmigo ese verano invencible, debe acordarse, como recuerda tantas anécdotas interminables de tantas temporadas de aguafuertes fijas en la memoria con cautín y, por supuesto, cauterio (por fortuna).
Enfebrecidos por Robert Graves y Jorge Ibargüengoitia, por Fernando Pessoa y Francisco de Quevedo, nada que la imaginación escribiera en superlativo, nos era ajeno: sandías rellenas de vodka cultivadas en los limos de los ríos; el pie de un escritor muerto en un avionazo madrileño; la invención de la palabra saudade como un concepto moderno; un verso humanamente perfecto.
Nada que hirviera en superlativo de 20 años de edad, nos era indiferente.
Ese verano invencible.
En las laberínticas calles de Guanajuato conversamos con estadounidenses, aprendimos dos o tres palabras de boca de un par de japonesas, hablamos de semiótica con un ex alumno de Algreidas Greimas, padre francés del diccionario del signo, vimos (con estos ojos que no mienten) los cuadros de Diego Rivera, de Frida Kahlo, de Remedios Varo, de José Chávez Morado con poemas de Olga Costa.
Y asistimos a la Facultad de Filosofía, Letras e Historia, enclavada en La Valenciana, en la Sierra de Santa Rosa, la misma que José Alfredo cantó para siempre en un segundo himno nacional: El Rey.
Otro orgullo conservo: participé en la segunda generación del Programa de Movilidad Académica de la Universidad de Colima, instrumentado por la Doctora Genoveva Amado Fierros, en aquel entonces (y para siempre) mi maestra.
Hace unas semanas nos conmovió la noticia de que ha cumplido (con creces mil veces y con redundante aliteración) su ciclo laboral.
Siempre estará en la memoria de los universitarios.
En especial de universitarios como yo, que pudimos formarnos con sus políticas de movilidad académica e internacionalización, y que aprendimos de ella el compromiso con la gestión institucional.
Desde estas letras frescas de un tejabán alegre, le envío un abrazo agradecido.
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