Luiz Inácio Lula da Silva alcanzó un tercer mandato en Brasil, en unas elecciones cerradas que anticipaban un convulso escenario poselectoral. Afortunadamente, el presidente Jair Bolsonaro parece que dio marcha atrás, moderando su discurso y anunciando que el proceso de traspaso del poder será tranquilo, responsable y cumpliendo lo que marca la Constitución del gigante sudamericano.
Una muestra de esa mesura se ha dado en las carreteras federales brasileñas, donde los transportistas, mayormente simpatizantes de Bolsonaro, liberaron las vialidades que mantenían bloqueadas en protesta por lo que consideran un fraude electoral. Nada más lejos de ello: el sistema electoral de Brasil confirmó su credibilidad con un recuento certero y rápido, lo que no dio lugar a sospechas, aunque sí a críticas por parte de los perdedores.
El organismo electoral de Brasil contabilizó poco más de 120 millones de sufragios depositados por ciudadanas y ciudadanos que forman parte de una sociedad políticamente muy polarizada, algo que no se había visto en el país desde hace décadas. La victoria de Lula fue determinada por unos 2 millones de votos.
Y, por supuesto, esas elecciones brasileñas van a repercutir en la marcha de América Latina y seguramente del Mundo, por todo lo que implica y representa Brasil en el concierto internacional. Es un paso adelante en el proceso democrático de un país que viene de cometer verdaderos y catastróficos errores de la mano de Bolsonaro. Por mencionar uno solo, muy grave: la postura negacionista para enfrentar la pandemia de Covid-19, minimizando sus alcances y descalificando el uso del cubrebocas o vacunas. Muy grave para una nación en la que murieron millones de personas.
En ese sentido, entonces, Brasil logra una victoria importante, aunque debe prevalecer la cautela teniendo en cuenta cómo acabaron las pasadas gestiones de Lula da Silva: entre acusaciones de corrupción e impunidad. El tiempo inmediato lo dirá.