Con la sangre fría que le falta en el área, donde suele fallar en momentos cruciales, el delantero de las Chivas Guadalajara Roberto Alvarado señaló que haber agredido a los periodistas que siguen a su equipo no tuvo nada de malo porque fue un inocente acto de diversión.
“Fue una broma”, explicó el atacante, en tono de disculpa luego de haber lanzado un explosivo a los comunicadores, un acto de desprecio a los medios, del tipo de los que cada cierto tiempo se repite en el futbol mexicano por parte de entrenadores, jugadores o directivos.
Relajados, aunque las Chivas van en el octavo lugar del torneo Apertura, los futbolistas del conjunto dirigido por el argentino Fernando Gago decidieron jaranear después del entrenamiento y a Alvarado se le hizo gracioso asustar con un explosivo a los informadores, uno de los cuales sufrió un aturdimiento.
No es un hecho aislado. Forma parte de un rosario de desprecios a los medios, cuyos representantes son tratados en la Liga MX como un mal necesario. Los buscan si quieren difundir algo, pero casi nunca hay para ellos entrevistas exclusivas, buenos lugares y conexiones de internet fiables en los estadios; mucho menos respeto.
Como bromistas de la alfombra verde que es el césped, los futbolistas del Guadalajara y otros equipos insisten en sus actos de mala educación y a veces se suman a ellos entrenadores y directivos. Ejemplos sobran.
Muchos años antes de convertirse en político, en el 2003 al goleador Cuauhtémoc Blanco se le hizo un chiste golpear a un periodista de la televisión y años después calificó a los reporteros de “tontitos”, sin que el hecho tuviera consecuencias.
Blanco respondía las preguntas en las ruedas de prensa si le daba la gana y, altanero, disfrutaba burlándose, lo cual también hacía uno de los mejores entrenadores del país, el argentino Ricardo Lavolpe, entrenador de la Selección de México en el Mundial de Alemania.
En sus tiempos al frente de la selección Lavolpe solía citar a los periodistas a cubrir el entrenamiento en las afueras de la ciudad y los dejaba más de una hora en el sol antes de recibirlos. En las ruedas de prensa su frase favorita era “vuelvo a repetir”, una manera de insinuar que le preguntaban lo mismo.
Quizás el mayor escándalo del futbol mexicano en este siglo ocurrió en el verano del 2015, cuando el entrenador Miguel Herrera golpeó a un comentarista de televisión que lo criticó. La agresión le costó el puesto a Herrera, una de las pocas veces en la que el desprecio a los comunicadores tuvo eco.
Nery Castillo, un jugador de nivel medio que jugó en el Olympiacos de Grecia, se burló de un periodista al decirle que él vivía en Europa, mientras el reportero estaba en México, como si eso fuera sinónimo de pequeñez.
El año pasado los Pumas UNAM le prohibieron al volante brasileño Higor Meritao hablarle a la prensa sobre su compatriota Dani Alves, despedido del club por agresión sexual a una mujer, y esta semana Javier Hernández, máximo goleador de la Selección Mexicana, dijo estar despreocupado por quienes critican su bajo rendimiento porque los periodistas buscan vender y provocan escándalos.
Entre los más creativos al mofarse estuvo el español Paco Jémez, quien en sus tiempos de entrenador de Cruz Azul mandó a un periodista a leer el diccionario y, como matón de barrio, insinuó estar listo a liarse a golpes con otro que le fue a la contraria.
“No fuma, no bebe, pero sin aplausos no sabe vivir”, escribió Milan Kundera en uno de sus libros más sabrosos. La idea encaja con los bromistas de la alfombra verde, que, a veces exageran por tal de ser el centro, pero lo hacen sin odio, como quien en noche de tragos le prende fuego a un mendigo dormido en una acera y luego se disculpa. Nada personal.