Mar. Jul 15th, 2025

COLUMNA: Noticias del Mar

Por Redacción Jul4,2025 #Opinión

Asombro prestado

Por Jorge Vargas

Hace pocos días tuve la oportunidad de visitar la Ciudad de México, y conocí a Heverton Lima, un profesor brasileño de cine que venía de paso por el país, atraído por el Festival Internacional de Cine de Guadalajara. Fue de esos encuentros que se dan entre calles ruidosas y silencios compartidos, cuando uno esta lejos de casa y más abierto a la escucha. Conversamos como se conversa cuando se viaja; con curiosidad y con un poco de prisa.

Heverton estaba fascinado con México. Me hablaba con entusiasmo del centro histórico, del equilibrio entre lo modernos y lo antiguo, de la manera en que aquí, decía él, la historia parece caminar con uno. Lo escuchaba agradecido y un poco apenado, mientras fumaba algunos cigarrillos del tabaco de Brasil, que él me compartió. Y entonces soltó, con esa alegría de quien ha descubierto algo valioso. Fui al Museo de Artes Populares. Es una maravilla. ¿Lo conoces? Preguntó. Dije Que sí, que lo conocía de nombre. Pero en realidad nunca había ido. Y la frase me golpeó con una mezcla de vergüenza y de tristeza. ¿Cómo puede ser que alguien que vive en este país, que habla de identidad, de raíces, de cultura, no haya cruzado la puerta de un museo que resguarda justamente eso?

Me dio pena. Una pena honda, silenciosa, de esas que no se dicen en voz alta pero que se sienten como un tirón por dentro. Heverton, que venía de otro país, había entrado al corazón del México profundo antes que yo. Me habló de las salas con emoción; los textiles de colores imposibles, la alfarería con memoria, los juguetes que cargan historia, las máscaras que son más rostro que disfraz. Me habló de la museografía; del cuidado con que todo estaba dispuesto. De la sobriedad de las salas, del respeto por los oficios, del amor con el que parecía haber sido armado ese espacio. Yo solo pensaba en que nunca había ido. Que ese museo que estaba ahí, tan cerca, a unas cuadras de donde me hospedaba, y que, como muchas otras cosas en este país, simplemente lo había pasado por sentado.

Al día siguiente me desperté con una decisión firme; ir. Entré con una mezcla de culpa y esperanza. Como quien regresa a un lugar donde debió haber estado desde siempre. El museo estaba casi vacío. En el aire flotaba ese silencio que se da cuando todo merece ser contemplado. Las vitrinas parecían no solo mostrar, sino ofrecer. Cada pieza tenía algo de ofrenda. Una silla pintada a mano. Un rebozo tejido con paciencia. Una figura de barro con alma. Y la diversidad. La diversidad de la que tanto hablaba el brasileño. Aquello no era solo artesanía. Era historia. Era memoria en forma de objeto.

Ahí, frente a una máscara de Michoacán tallada en madera, sentí algo que no había sentido en ningún otro museo. Una especie de llamado. Como si esas piezas me dijeran; aunque no lo sepas, esto también eres tú. Y me dolió no haberlo sabido antes. Porque esa es otra pena que cargamos los mexicanos, la de desconocer nuestras raíces. Nos forman sin que nos demos cuenta. Las llevamos puestas en las palabras, en los platos, en los gestos, y sin embargo nos las vemos. No nos detenemos. No entramos. No nos preguntamos.

Heverton me hizo ver con claridad algo que quizá sabía, pero no sentía; que lo nuestro sigue ahí, resistiendo. Que nuestros ancestros siguen hablando, aunque no escuchemos. Que hay piezas que nos están esperando no para ser admiradas, sino reconocidas.

Salí del museo, distinto. Con más preguntas que respuestas. Con gratitud, sí, pero con un peso. Con el de saber que hemos heredado algo inmenso y que muchas veces no cuidamos como se debe. A veces hace falta pedir prestada la mirada de fuera, para saber ver hacia adentro. Volví al mar con esa idea en el pecho, pensando que no todo asombro es espontaneo. Que a veces hay que aprender a asombrase. Que la belleza también necesita ser enseñada. Y que mirar con atención, como mirar el oleaje, también es una forma de reconciliarnos con lo que somos.

Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.

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