Una reseña sobre Fuego del Fuego de Laurent Bouisset
Por Jorge Vargas
“Quiero toda la oscuridad y toda la luz:
quiero remolinos inmensos
de claridad y sombra,
para distinguir todos los grises.”
Julio Palencia
Hace unas semanas recibí, desde Francia, un libro que lleva por título Fuego del fuego. El remitente es un amigo poeta y traductor, Laurent Bouisset, quien durante más de 12 años ha hecho una labor tan silenciosa como profunda; traducir poesía latinoamericana al francés y compartirla con el mundo. El libro, que fue editado por Édithions Les Étaques y queahora tengo entre las manos, es resultado de ese trabajo persistente. Pero también de una urgencia que no se apaga y que se encarga de llevar al otro lado del océano la voz de quienes siguen escribiendo con el cuerpo en llamas.
No es una antología como otras. Es un testimonio, un archivo en combustión, una declaración de amor y rabia hacia una región que, a pesar del dolor, no ha dejado de nombrarse. “Poesía social, política y realista” dice el prefacio. Pero también poesía intima, de cuerpos que se desean, de hijos que nacen en medio del colapso, de muertos que siguen conversando desde la memoria. Un coro de cuarenta y tres voces que no busca armonía, sino conmoción. Y Laurent, con su oído afinado por la historia y la empatía, les ha dado un nuevo cuerpo, en otra lengua.
En América Latina, la poesía ha sido más que palabra: ha sido ceniza y cuchillo. No se escribe desde el confort, sino desde la herida. Cada poema incluido en Fuego del Fuego porta la memoria de una historia que aún no ha sido contada del todo; dictaduras, masacres, exilios, migraciones forzadas, desapariciones, feminicidios, infancias robadas. Tomemos como ejemplo un fragmento del poema de Javier Payeras, Todos tus muertos:
“(…)En dos horas conversamos acerca de todos nuestros muertos / y de lo difícil que ha sido enterrarlos. / Ya no queda tiempo para el duelo o el espanto, / ya nada nos sorprende.”
Esa frase condensa lo que muchos de nosotros hemos sentido; la acumulación de perdidas, la imposibilidad del duelo, la normalización de lo atroz. La poesía, en este caso, no solo es testimonio, también acusa, sostiene, resiste. Se convierte en documento, pero un documento vivo, palpitante, que aun sangra. Laurent Bouisset lo dice con claridad en su nota: traducir no es fácil. Muchas veces, fue imposible. No por incapacidad lingüista, sino porque entre el francés y el español latinoamericano hay un abismo cultural, histórico, afectivo. Traducir es elegir que herida preservar. Que ritmo no traicionar. Que sombra dejar pasar intacta. El traductor como médium, como puente, como militante. No es solo un trabajo técnico; es una forma de estar con el otro. De llevarle una antorcha. Laurent no tradujo desde el exotismo, ni desde la comodidad de una torre de marfil. Viajó. Escuchó. Compartió cervezas. Habló con poetas. Se dejó tocar por la electricidad de los textos. Y esa electricidad se siente en cada verso.
El sur no es solo una coordenada geográfica. Es una forma de mirar el mundo. Un lugar desde donde las heridas no se ocultan, sino que se muestran. Desde donde la palabra se dice con urgencia. Los poetas de Fuego del Fuego escriben desde ahí, desde los bordes de la periferia, desde el fuego. En tiempos donde se impone una narrativa global que borra lo particular, este libro nos recuerda que la poesía del sur tiene su propia respiración. No necesita traductores que la embellezcan, sino puentes que la acompañen. Por eso, este libro no es turismo literario. Es alianza. Es complicidad. Es rebelión compartida.
Otro de los tantos aciertos de este libro es el de no separar lo íntimo de lo político. En estos poemas, el amor es también trinchera. El sexo es afirmación de vida. El cansancio es una forma de militancia. La desesperanza, un signo de lucidez. El poema de Regina José Galindo, por ejemplo, es una metáfora brutal y tierna al mismo tiempo:
Mis gusanos nacerán / a tres metros bajo tierra / cuando mi cuerpo / empiece a podrir (…) / pero solo uno de los míos te buscará / y solo uno de los tuyos me buscará”
Es una imagen intima que nos habla de la muerte, del deseo, del amor como residuo del tiempo. Una poética que no le teme al cuerpo, ni al asco, ni a la ternura. Que no separa lo público de lo privado, porque sabe que la historia nos atraviesa incluso en la cama.
Cada poema es una chispa, sí, pero el libro es una hoguera. Una geografía afectiva. No están todos los países, pero si todas las furias. Todas las ternuras. Fuego del Fuego es, también, una comunidad. Una constelación de poetas que se reconocen, que se traducen, que se amplifican. Un nuevo poema a traducir lleva a otro autor. Cada poeta sugiere otro. Cada uno ofrece libros, PDFs, voces. Las ramificaciones crecen sin cesar, dice Laurent. El blog que dio origen al libro, fue creciendo así, como un árbol en llamas. Un rizoma de poemas, afectos de resistencias. Una comunidad sin fronteras, pero con memoria.
La mayoría de los poemas en esta colección están escritos en verso libre o prosa poética. No hay ornamentos innecesarios. No hay laberintos retóricos. Hay precisión. Hay hueso. Hay víscera. Como si el lenguaje no pudiera permitirse la distracción cuando lo que está en juego es la vida misma.
“La luna cuelga de tu sonrisa, / canto de aves muriendo al infinito” escribeel poeta Jonathan Ruiz. Y escribir así es elegir lo esencial. Es confiar en la potencia de las imágenes. En la transparencia rugosa de lo real. Hay una conciencia de que la belleza no está en la forma pulida, sino en la intensidad del golpe. En la verdad incómoda. En la metáfora que no disfraza, sino que revela.
Al final este libro no es una antología, sino una ofrenda. No es una suma de poemas, sino una constelación incendiaria. Un mapa afectivo y político. Una prueba de que aun en medio del horror se escribe. Se canta. Se sostiene.
Laurent Bouisset, con su oído y su instinto, ha traducido no solo palabras, sino gritos, susurros, miradas, huesos. Ha sostenido una llama que ahora toca a otros encender. Que otros traduzcan. Que otros ardan. Fuego del Fuego, es un acto de amor y de revuelta. Una piedra en medio del río. Un canto bajo la metralla. Un incendio que no pide permiso.


