Por Marina Estévez Torreblanca
Salman Rushdie disecciona en el libro Cuchillo: Meditaciones tras un intento de asesinato, el atentado casi mortal que sufrió en 2022 y arrebata de forma simbólica el arma al agresor para entrar en su mente. “Puede que intentaras matarme porque no sabías reír”, le explica.
La obra se publica este martes en inglés y el jueves en español, con el título Cuchillo: Meditaciones tras un intento de asesinato.
En sus 208 páginas el autor, “condenado” a muerte hace 35 años por el régimen de Irán tras la publicación de Los versos satánicos, demuestra que “el arte no acepta la violencia” y “sobrevive a quienes lo reprimen”.
Con profundidad y emoción, pero también con su habitual estilo humorístico, siempre salpicado de referencias literarias y artísticas (a García Márquez, Borges, Lorca, Dalí, Blas Cubas o Buñuel, por citar a los hispanoparlantes) Rushdie describe su intento de asesinato, el 12 de agosto de 2022, cuando participaba en una conferencia en el estado de Nueva York.
“Todavía veo el momento a cámara lenta. Sigo con la mirada al hombre que se destaca de entre el público y corre hacia mí”, una imagen que capta “con el rabillo del ojo derecho -la última cosa que iba a ver ese ojo-”, recuerda.
“Lo primero que pensé fue: O sea que eres tú. Aquí estás. Y lo segundo que pensé: ¿Por qué ahora? No fastidies. Si aquello pasó hace mucho… ¿Por qué ahora, después de tantos años?”. Fueron 27 segundos que cortaron como un cuchillo su existencia en 2. “Somos otros, ya no lo que éramos antes de la desgracia de ayer”, cita a Samuel Becket.
El agresor, Hadi Matar, un estadounidense de origen libanés de 24 años, dijo que sentía aversión hacia Rushdie por haber “atacado al islam”, pero dijo no haber leído más que un par de páginas de Los versos satánicos.
Por eso el autor británico-estadounidense de origen indio escribió Cuchillo, para intentar comprender a qué se debió su intento de asesinato, ya que no estaba relacionado con la obra que le costó ser perseguido la mayor parte de su vida.
El libro documenta con realismo, a veces mágico, su experiencia y se detiene en muchos detalles de su milagrosa y complicada recuperación médica -casi perdió la vida y le han quedado importantes secuelas- acompañado sobre todo por su mujer, la poeta y novelista Eliza Griffiths, y también por sus hijos y su hermana.
Pero se adentra en el terreno que mejor conoce, la ficción, para imaginar una serie de entrevistas con su agresor, al que apoda como “el A.”. “Mi Agresor, mi Asesino potencial, el Alcornoque que hizo ciertas Apreciaciones sobre mi persona y con quien tuve un Altercado casi mortal de necesidad… me he visto pensando en él (supongo que es perdonable) como en un asno”, señala.
Hace un ejercicio para intentar comprender a un hombre joven que decide destrozarle la vida a él, pero también a sí mismo, tras 4 años encerrado en el sótano de su madre (a la que odia) inmerso en la irrealidad de Netflix, los videojuegos y el “imán Yutubi”, como bautiza los discursos radicales a los que accedía en internet.
“Te plantaste delante de mí y allí estaba yo: la realidad (…) Estaba yo y estaban también tus otras realidades, tu soledad, tus fracasos, tus desilusiones, tu necesidad de culpar a otro, tus 4 años de adoctrinamiento, tu concepto del Enemigo”, le dice, al tiempo que señala también su probable falta de sexo y de sentido del humor en el origen de su enajenación.
Pero el libro no es solo un ejercicio de comprensión de esta violencia, también habla de amor, de arte, del papel del intelectual ante las cuestiones políticas y del azar.
También medita sobre su nueva condición de “especie de Barbie virtuosa” y “paladín de la libertad de expresión”, tras años en que no era bienvenido y se le recibía como “una especie de bomba con patas” que generaba hostilidad, casi culpable de su propia condena a muerte.
Ahora, Rushdie siente que ha vencido, aunque sabe que no es la misma persona del día anterior al atentado, y se muestra preparado para disfrutar del chollo de esta segunda oportunidad y dispuesto a aplicar el “cortoplacismo” como filosofía.
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