El próximo 16 de septiembre se cumplirá un año de que murió en Irán, en un centro de detención, la joven Mahsa Amini, quien había sido arrestada por agentes de la Policía de la Moralidad por no portar correctamente en público el pañuelo islámico o hiyab. A menos de un mes del aniversario de ese trágico suceso, el régimen de Teherán ha recrudecido la represión en contra de quienes se rebelan y muestran su cabello en las calles.
Las iraníes, todas, de los 9 años en adelante, están obligadas a que, en público, escondan el cabello tras un pañuelo bajo el argumento de no provocar a los hombres. Las que no lo hagan pueden ser detenidas, amonestadas o hasta encarceladas. Esa fue la tragedia de Mahsa que desató la furia de las mujeres iraníes en las calles. De las y los que protestaron, al menos 500 murieron, más de 22 mil fueron detenidas o detenidos y 7 hombres sentenciados a morir en la horca. Un despropósito que nada tiene que ver con lo religioso o lo legal.
Pero ni las fuerzas de seguridad ni los paramilitares del régimen de los ayatolás han detenido las protestas, muchas veces silenciosas: ellas, decididas, muestran el cabello libremente al grito de “Mujer, vida, libertad”. Organizaciones no gubernamentales y defensoras de los derechos humanos, medios de comunicación independientes y no pocos corresponsales, han venido documentado que ellas, jóvenes y no tan jóvenes, tienen un gesto valiente y atrevido: colocarse mal o no traer el hiyab en las calles.
No temen a las amenazas del régimen iraní, quien las para, las identifica, las procesa y les impone castigos. Su instrumento represor es la Policía de la Moral, la cual prácticamente había desaparecido y ahora ha regresado para forzar a las mujeres a que respeten el rígido código de vestimenta islámico iraní.