Por Francisco Carranza Romero
Nadie programa las circunstancias ni las condiciones de su nacimiento. Los nacimientos suceden en diferentes realidades geográficas, étnicas, culturales, económicas. Por esta razón, es necio juzgar a alguien sólo por el lugar de nacimiento, color de piel, lengua, vestimenta y economía. Superando estas diferencias circunstanciales, nuestra actitud es de aceptarnos y colaborarnos para vivir en paz, mejorando el mundo.
Amor y gratitud
Aunque no somos los protagonistas responsables del acto de nacer, todos compartimos un destino común: vivir en este mundo, conocerlo y cuidarlo con amor. Se ama lo que se conoce. Este mundo es nuestra morada pasajera; somos sus huéspedes temporales. Y el huésped agradecido no destruye su hospedaje.
El amor materno y paterno hacia la criatura que necesita cuidado es una actitud natural. Los padres tienen el proceso de aprendizaje diario. Los padres amorosos con sus hijos y con la madre naturaleza son los que ponen la base de la educación. Y los hijos aprenden lo que ven, oyen, tocan y degustan. Experiencias que se internalizan y perduran.
En mi niñez, a fines de marzo, hacíamos el viaje de 2 días desde la comunidad campesina de Quitaracsa hasta Huallanca (Áncash, Perú) para tomar el carro hacia Caraz donde continuábamos el proceso escolar porque en mi pueblo había solo hasta el segundo año de primaria, gracias a los trámites de mi padre con otros dos hasta en la capital del Perú. En esos viajes pernoctábamos en Jatunmachay (hatun machay: cueva grande). Al día siguiente, al reiniciar el camino, mirando a la cueva que nos había cobijado toda la noche, nos despedíamos con venia y afecto: Aywallaa machay (Gracias cueva, me voy). Enseñanza de nuestros mayores, quienes también nos inculcaron la vida solidaria: Kuyanakur kawarqam huk ayllulla kashun. Patsa mamapis kushikunqa (Si vivimos amándonos seremos una sola comunidad. La madre tierra también se alegrará).
El amor es la energía que acerca a los seres. El amor recíproco (kuyanakuy) acerca más a los seres humanos, y a los humanos con la naturaleza. El ser humano es parte de la naturaleza. Las ideologías y creencias sanas que promueven el sentimiento y la práctica del amor nos ponen el reto: vivir en un ambiente de solidaridad, esperanza y paz. Por eso, el colonialismo no es la práctica del amor.
Otra vez recurro a mi experiencia infantil en Quitaracsa. Cuando íbamos de nuestra vivienda a la chacra, ya sea por la majada, siembra, aporque, desyerbo y cosecha, mi padre portaba una barretilla que le servía de bastón y herramienta para remover y quitar las piedras que obstaculizaban a los caminantes y acémilas. De tanto transitar por la misma vía, ésta se iba mejorando. Cuando alguien comentaba sobre esto, entre burla y elogio, él les respondía con sonrisa irónica: Ashnullam, ashnu kar, naanita mana allitsar purin. Runaqam naanita allitsar purin. (Solamente el asno, por ser asno, camina sin mejorar el camino. El ser humano camina mejorando el camino).
En la primera oración quechua la palabra “ashnu” es un préstamo léxico del castellano “asno” (asinus en latín) ya que el animal llegó a Perú con los españoles; ahora es más conocido como “burro”. Por eso, la traducción más adecuada para el español peruano es: “Solamente el burro, por ser burro, camina sin mejorar el camino”. Este pensamiento y experiencia, grabadas en mi memoria infantil, me sirven para actuar tratando de mejorar cualquier tarea que me toca cumplir.
Por esta memoria, cuando estoy fuera de Perú, algunas veces limpio el piso del pequeño parque donde mis nietos juegan con sus amigos de ancestros plurinacionales. Deseo que todos los niños se distraigan en un espacio limpio. Uso 2 palos delgados como pinzas; es que sé usar los palitos al servirme algunas comidas asiáticas. Habiendo botes de basura hay basuras en el piso: colillas de cigarrillos, plásticos, papeles, trapos, chicles masticados y hasta pedazos de latas. Otros mayores de turbantes, velos y saris, sentados en las bancas del quiosco y en los contornos, me miran y cuchichean entre ellos. Y, cuando se marchan, dejan sus manchas en el piso: plásticos, papeles y restos de golosinas. Entonces, recuerdo y parangono a mi padre: Kuchillam taqra hananchaw quchpallin (Sólo el chancho se revuelca sobre la suciedad).
Una vez, un joven se me acercó para instruirme: “La limpieza del parque es labor del municipio”. Mientras tanto, ¿que los niños jueguen sobre la suciedad? ¿Que los adultos mayores nos adaptemos a los nuevos tiempos? Sí, señores jóvenes; pero en este caso, no. El mundo no mejorará si cada ciudadano no colabora en el cuidado del bien común; y si la institución no cumple puntualmente sus obligaciones. Y, ¿qué ejemplo damos a los menores? Ahora recuerdo el siguiente poema coreano:
La gente mundana sólo tiene lengua suelta.
Habla mal de otros olvidando sus errores.
¡Que enmiende sus errores antes de criticar a otros!
(Kim Cheon-Tae, 2021, poema 420)
Odio e ingratitud
Los que fomentan el odio y la división son los mal nacidos o nacidos para el mal. Las ideologías políticas y religiosas que dividen a la humanidad por sus conveniencias son fuerzas destructivas que, desgraciadamente, se fomentan en el hogar, escuela y sociedad. Las acciones destructivas se demuestran en las guerras y en la contaminación de la tierra, agua y aire; y en la destrucción de la biósfera animal y vegetal. ¿Nacemos para odiarnos y destruir el mundo?
Otra vez brota en mi memoria la voz de mis mayores: Chikinakur kawarqam rakikashqa kashun. Kay patsata ushatsishun. (Si vivimos odiándonos estaremos divididos. Destruiremos este mundo).
El odio aleja a los seres. El odio recíproco (chikinakuy) aleja más. La energía negativa promueve actos negativos como nuestra destrucción y del mundo. La historia nos recuerda las invasiones, usurpaciones, colonialismos y esclavizaciones.
A pesar de todo, el cuento del paraíso es nuestro sueño común del futuro. Lo debemos construir. Un gran reto para que la humanidad no siga repitiendo los errores.
Enuncio los principios y experiencias en la lengua quechua porque es también mi riqueza cultural viva. El largo proceso de la educación escolarizada en español no borró mi memoria ni disminuyó mi afecto a la cultura milenaria andina; al contrario, fortificó mi memoria, despertó la conciencia crítica y maduró mi sentimiento como para mostrarla a los demás. El olvido de la cultura materna es crimen.
Referencia
Kim Cheon-Tae: 2021, “Antología del canto coreano Sijo”, Verbum, Madrid (Traductores:
Hyesun Ko, Francisco Carranza Romero).
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