Por Susana Samhan
El Gobierno de Joe Biden quiere impulsar un acuerdo de paz entre Israel y Arabia Saudí, que tendría grandes repercusiones para la región y el conflicto palestino-israelí, además de suponer un gran logro en política internacional para el mandatario estadounidense antes de las elecciones de 2024.
En el marco de estos esfuerzos, el asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, visitó recientemente el reino saudí para llevar a cabo conversaciones con el príncipe heredero, Mohamed bin Salmán, con el fin de tantear la posibilidad de un pacto para normalizar las relaciones entre ambos países de Oriente Medio.
A poco más de un año de los comicios, en los que se presenta a la reelección, para Biden sería un gran éxito diplomático después de que su predecesor, el republicano Donald Trump, lograra que Israel y varios países árabes, como Emiratos Árabes Unidos (EAU), Baréin, Sudán y Marruecos, iniciaran la normalización de sus lazos con los llamados Acuerdos de Abraham.
Un entendimiento entre Israel y el reino saudí revolucionaría el tablero de juego en la región y podría motivar a otras naciones árabes a seguir el mismo camino. E incluso hay analistas que auguran que sus consecuencias podrían equipararse con las de los Acuerdos de Camp David (1978) entre Egipto e Israel.
Sin duda para Biden sería beneficioso: en Estados Unidos “nos encaminamos a un año electoral y no olvidemos que al principio de esta Administración hubo críticas, especialmente del ala derechista de los republicanos, de que este Gobierno no estaba comprometido con los Acuerdos de Abraham”, dijo a EFE el exembajador en Arabia Saudí Gerald Feierstein.
Aun así, el director del Programa de Asuntos de la Península Arábiga del laboratorio de ideas Middle East Institute no cree que un acuerdo entre Israel y Arabia Saudí sea viable en estos momentos por la coyuntura actual, dado que en Israel gobierna una coalición de ultraderecha, con Benjamín Netanyahu como primer ministro.
Por su parte, “siempre va a ser difícil normalizar” para el reino, porque, a diferencia de los EAU, Baréin y Marruecos, “los saudíes se ven como los líderes del mundo islámico y el mundo árabe, donde todavía hay una fuerte oposición a la normalización con Israel en ausencia de una resolución del conflicto palestino israelí”, consideró el experto.
Feierstein recordó que, a cambio de aceptar un acuerdo, los saudíes han hecho dos peticiones a Washington que son “extremadamente difíciles” de cumplir, como un acuerdo de seguridad y defensa.
“Si ellos desean un acuerdo con la OTAN, se requeriría de 67 votos en el Senado (de EUA) para ser aprobado, y no va a haber nunca 67 votos en el Senado”, subrayó el exdiplomático.
La otra solicitud saudí es el apoyo de EUA a su programa nuclear civil sin tener que firmar “un Acuerdo 123”, que garantiza que dicho programa sea con fines pacíficos y que ha sido la petición estándar de Washington para cualquier convenio de cooperación de este tipo.
En cambio, el director sénior del Centro Rafik Hariri y los Programas de Oriente Medio del centro de pensamiento Atlantic Council, William Wechsler, sí que ve posible un arreglo bilateral en estos momentos, porque a las dos partes les interesa.
En el caso de Israel, por las implicaciones que tendría para su seguridad nacional, apuntó. Supondría un punto de inflexión en el camino que ha tomado desde su creación, de ser completamente no bienvenido en la región a empezar a ser aceptado.
“Arabia Saudí representaría la cumbre de este viaje que ha emprendido Israel como nación”, remarcó.
En el lado saudí, según Wechsler, “si usted está en Riad tiene sentido desde un punto de vista económico, tiene sentido desde un punto de vista de seguridad y el momento tiene sentido desde el punto de vista político en lo que respecto a la relación EUA-Israel o EUA-Arabia Saudí”.
Israel es “la fuerza motriz económica” de la región, mientras que Arabia Saudí depende sobre todo de la energía, del petróleo, por ello está en el G20.
“Por lo que hay oportunidades obvias para colaborar”, señaló Wechsler, quien destacó que un pacto favorecería las probabilidades de éxito de la Visión 2030, una serie de reformas económicas, sociales y culturales en las que Bin Salmán quieren poner todo su legado, una especie de revolución de arriba a abajo.
El acuerdo también le vendría bien tanto a Israel como a Arabia Saudí frente a la amenaza que supone Irán en la región.
Pese a estas ventajas, el exembajador estadounidense en Arabia Saudí Robert Jordan ve que “hay un problema grave” dentro del Gobierno de Netanyahu para aceptar un pacto: “Sus votantes de extrema derecha probablemente no estén de acuerdo con relaciones más próximas con Arabia Saudí”.
Ese asunto es “el objetivo personal” de Netanyahu, lo único que, en opinión de Jordan, el acuerdo solo sería posible si la coalición de Gobierno cambiara con figuras más moderadas.
La normalización abriría la puerta a algún tipo de solución al conflicto palestino-israelí.
Feierstein opina que los saudíes pedirían algún tipo de compromiso a Israel para que no se anexe los territorios palestinos, como los EAU hicieron cuando firmaron la normalización.
“Creo que los saudíes requerirían eso como mínimo, pero diría que deberían ir más allá y hacer movimientos hacia el establecimiento de un Estado palestino, o al menos negociaciones serias”, apuntó, al tiempo que mencionó que fue Riad quien puso en 2002 sobre la mesa la iniciativa árabe de paz a favor de una solución de dos Estados.
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