Por Javier Otazu
Este miércoles se cumplen 50 años del ‘combate del siglo’ entre los boxeadores estadounidenses Muhamad Ali y George Foreman en Kinshasa, en el corazón de África, un acontecimiento de resonancia planetaria que desbordó todas las fronteras al ser televisado en directo.
Pero el 50 aniversario de lo que en inglés se llamó ‘Rumble in the Jungle’ (una rima que significa ‘retumba la selva’) va a pasar sin pena ni gloria: ni en la capital del Congo ni en Estados Unidos nadie parece haber reparado en la importancia de la fecha ni ha previsto celebraciones.
En Kinshasa, ni siquiera el Estadio 20 de Mayo -hoy rebautizado Tata Raphael- donde se celebró el combate está en condiciones de recordar aquel evento, ya que el lugar se cae a pedazos. Tampoco parece que el Gobierno congoleño tenga interés en rememorar los años de Mobutu Sese Seko, el sanguinario dictador que acogió aquel combate para labrar su propia gloria personal y dejó al país en ruinas.
Pero más llamativo es que el único museo dedicado a la memoria de Muhamad Ali (Muhammad Ali Center), en su ciudad natal de Louisville (Kentucky) no va a dedicar ningún acto en memoria de aquel combate, según confirmaron a EFE, y su página web no hace la menor mención al aniversario.
En cuanto al otro contendiente, George Foreman, hoy con 75 años, colgó los guantes en 1999 y se dedica a sus negocios -dio su nombre a una famosa parrilla eléctrica para la carne que vendió millones de unidades-, y es además, como ‘cristiano renacido’, un activo pastor de la Iglesia del Señor Jesucristo.
Es cierto que el boxeo, deporte que en aquellos años atraía a millones de aficionados en todo el mundo, no vive ahora sus mejores días; igualmente, la fiebre africanista que se vivía en los años setenta, con unos países que recién se emancipaban de sus colonizadores, también amainó, y las luchas raciales que consumían Estados Unidos también forman parte del pasado, aunque sea soterrado.
Esas fueron las tres razones que explicaron la resonancia de aquel combate épico.
Cien mil gargantas gritando ‘Ali, bomayé’
George Foreman era en 1974 el campeón mundial de los pesos pesados. Su enorme corpulencia y su técnica de empujar paulatinamente a su contrincante hasta arrinconarlo contra las cuerdas lo habían hecho casi invencible, pero un avispado empresario llamado Don King tuvo la idea de que el muy popular Muhamad Ali retara a Foreman por diez millones de dólares, cinco para cada uno.
Había un problema: ¿quién podía poner en la mesa 10 millones? Don King, de raza negra como los dos boxeadores, pronto miró hacia África por la simbología que tendría ese combate en el continente negro, y se dice que el libio Muamar Gadafi pujó por acoger el combate, sin éxito.
Quien convenció a King y puso los 10 millones fue finalmente Mobutu Sese Seko, que trataba de promover su persona y de refundar un país al que había cambiado incluso el nombre para llamarlo Zaire.
King y Mobutu quisieron convertir el evento en un canto a la africanidad, en un momento de reivindicación afroamericana. A Kinshasa viajaron los músicos negros James Brown, BB King y Miriam Makeba para un megaconcierto que serviría de aperitivo al gran combate.
El concierto se celebró, pero justo entonces Foreman se lastimó en una ceja mientras entrenaba con un ‘sparring’ y pidió retrasar el combate seis semanas, mientras cicatrizaba la herida. Era un mal momento, porque se acercaba la sesión de las lluvias y Kinsasha podría convertirse en un barrizal.
Pero Muhamad Ali aguantó el tirón y aceptó. Pasó esas semanas entrenando sin descanso y arengando a los congoleños con consigna de orgullo africano. Un día preguntó por qué todo el mundo lo recibía al grito de ‘Ali ¡bomayé!’, y le explicaron que en lengua lingala significaba ‘Ali, ¡mátalo!’. Inmediatamente hizo suyo el eslogan y era el primero que lo coreaba.
Cuando llegó el día del combate, el estadio estaba a reventar, con 100.000 asistentes a pesar de la hora, pues los organizadores habían programado el evento a las 4 de la madrugada para que las imágenes entrasen en horario de máxima audiencia en Estados Unidos.
Aunque Foreman era negro al igual que Ali, este último se había convertido en un activista por los derechos de los afroamericanos y el combate fue visto casi como una pugna de carácter político.
En Kinsasha los corazones no estaban ni mucho menos divididos: el estadio atronaba con los gritos de ‘¡Ali, bomayé!’, y era tal la electricidad que el dictador Mobutu prefirió seguir el combate por circuito cerrado de televisión desde su casa.
Dicen que Ali se dejó arrinconar por Foreman, protegiéndose convenientemente la cara y la cabeza con los dos antebrazos por delante, mientras minaba la moral de su contrincante, al que susurraba una y otra vez: ‘Me decepcionas. ¿Es todo lo fuerte que sabes pegar?’, según relató el escritor Norman Mailer, que estaba en primer fila.
Ali comenzó a recuperar terreno en el quinto asalto, y en el octavo, con un Foreman agotado física y mentalmente, le dio un derechazo que lo tumbó a la lona. El árbitro comenzó a contar: 1, 2, 3… hasta llegar a 8, y todavía Foreman trató de ponerse de rodillas, pero el árbitro dio por terminada la pelea y cantó el K.O.
Mohamed Ali había ganado. África había ganado. Un enorme aguacero cayó sobre Kinshasa justo después de la pelea.
Foreman, abatido, pasó dos años de depresión y hablando de un supuesto tongo, pero más tarde aceptó la derrota y se convirtió en uno de los mejores amigos de Ali, hasta la muerte de este último en 2016.