Por Ruth Holtz*
Muchas veces pensamos que “somos como somos” y que así nos deben de aceptar si nos quieren. Consideramos nuestras expresiones emocionales como formas de manifestar lo que sentimos. Y sentir lo que sentimos es válido de por sí y nadie puede discutirlo. Es como si así hubiéramos nacido y es nuestra forma de ser.
Se ha sostenido la idea de que nuestras respuestas emocionales son resultado del desarrollo durante nuestra primera infancia. Que ha dependido de la forma en que nos trataron, si respetaron nuestras necesidades o no, si vivimos privaciones, violencia, desamparo o si estábamos en un medio hostil lleno de inseguridad y miedo a la supervivencia. Si fuimos muy mimados, o si nos educaron con una actitud estricta y si sufrimos traumas, o daños psicológicos por la forma en que nos trataron o las situaciones que nos tocaron vivir. Muchas personas se justifican por su historia. “Soy violento porque en mi casa viví violencia”, “soy tímido porque siempre se burlaban de mí y me exponían cuando cometía errores”, etc.
En realidad, en lo que a nuestra crianza se refiere es un tanto más complejo, pues implica mucho la manera en la que nuestra madre nos cuidó y nos expresó sus emociones, así como la capacidad de ella para recibir las nuestras. La relación entre nuestros padres y la forma en la que ellos y nuestros otros familiares se comportaron, también determina, en gran medida, la manera que adoptamos para expresar nuestras emociones.
Podemos decir, de todo lo antes mencionado, que a eso se refiere nuestra “historia” emocional. Pero eso no es todo. Llegado un momento en nuestra vida debemos hacernos cargo de nosotros mismos y del tipo de persona que queremos ser y ser así. Es una conquista, es parte de la experiencia de vida que inevitablemente nos obliga a modificar nuestra forma de sentir y de pensar.
Muchas veces las personas acuden a una psicoterapia con la finalidad de trabajar con esa “historia”, sacar el dolor de situaciones que los lastimaron y que en su momento no pudieron entender o no tuvieron el ambiente seguro y receptivo para sacar ese dolor, asimilarlo y sanar. Inclusive hay quienes acuden al psiquiatra con la idea de tomar algunos medicamentos que puedan modificar su estado de ánimo.
Ahora bien, no todo es cosa del pasado. Nuestra emotividad es también susceptible de ser educada. Podemos aprender a manejar nuestras emociones, a bien expresarlas, a reconocerlas cuando apenas se están expresando en nuestro cuerpo sin todavía tomar forma y así poder reconducirlas. Es decir, podemos interrumpir la gestación de una reacción automática, y antes de que llegue a ser incontrolable, pararla. Y así instalar nuevas respuestas. Es lo que Daniel Goleman, quien escribió el libro que lo llevó a la fama, Inteligencia emocional, afirma precisamente en esa obra: “Las lecciones emocionales –incluso los hábitos más profundamente arraigados, aprendidos en la infancia- pueden ser remodeladas. El aprendizaje emocional dura toda la vida” (1997, p.250).
Lo que nosotros trabajamos como crecimiento emocional integral va más allá de sólo recapitular nuestra historia y remodelar respuestas. Se trata de entender la lógica de nuestro desarrollo, la búsqueda de las intenciones más inconscientes de ciertas reacciones, actitudes y más que nada, de la formación de nuestro carácter. Y con esa visión poder escoger un modo de vida que construya, “reconstruya” para ser más atinados, nuestra vida emocional de tal manera que podamos cosechar todos los beneficios de ser seres emotivos. Quien puede sentir tiene una forma especial de percepción que le permite captar un ambiente y adaptarse a él o influir en un ambiente, manejar sus relaciones de manera más efectiva, tener intuición, o percepción adelantada de algo, adelantada al pensamiento. Ahora bien, para que esa percepción sea fidedigna es necesario despejarla de nuestros dramas, desenfocarnos en nuestro papel de víctimas, dejar de estar demasiado entregados a la sensiblería, como personas totalmente desamparadas ante lo que los demás hacen o no hacen. Para ello es necesario que maduremos, que crezcamos en todos los aspectos y superemos nuestro papel de víctimas. Por eso este crecimiento emocional debe ser integral, es decir, incluir todas las facetas de nuestra vida: cuerpo, mente, emociones y espíritu. Por el lado espiritual está la moralidad y la relación con Dios. Tanto la una como la otra también tienen influencia en nuestra vida emocional y pueden darle un fundamento de para dónde y para qué. La psicoterapia es una invitación al crecimiento emocional integral, a procurar conscientemente volver toda situación que nos conmueva emocionalmente una oportunidad para enfocar áreas débiles, lastimadas o defectuosas de nuestra emotividad y transformarlas. Volver cada situación una oportunidad para crecer y no para quejarnos, lamentarnos y padecer inútilmente un dolor que nos lleve a la modificación de nuestra vida hacia el bienestar, la estabilidad y la apertura de nuestro ser a sentir y captar todo lo que esta vida nos ofrece para experimentar, dentro de los límites de lo que fomente la vida, el crecimiento y la armónica convivencia con nuestros semejantes.
*Psicoterapeuta. Teléfonos: 312 330 72 54 / 312 154 19 40 | Correo: biopsico@yahoo.com.mx
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