El sol, en su descenso, comienza a mostrar clemencia; son casi las 5 de la tarde y el terreno salino de Cuyutlán se transforma en un espejo que refleja las nubes. Las montañas blancas de sal destacan en el paisaje despejado, y al fondo, 5 mujeres sonríen mientras cepillan con fuerza.
Una niña de apenas 8 años, Melanie, avanza con sus botas de plástico adornadas con florecitas. Camina entre el agua caliente, abriéndose paso entre la sal, se acerca a su abuela y a su madre, y luego corre hacia sus tías al notar la presencia de una cámara. Melanie huye con paso tímido, dudando entre sonreír o esconderse.
La abuela, Rosa Sánchez, sonríe y le dice: “Melanie, voltea, ándale, es para la foto”. Mientras la pequeña dirige su mirada, Rosa comenta: “Aquí son 24 eras y las trabajamos puras mujeres. El socio es mi hijo, pero él y mi esposo trabajan y se van, entonces nos venimos mi nuera, Blanca Flor Arias Escamilla; mi nieta, Kelsey Natalia; mi hija, Janet Pano; mi nietecita, Melanie; y yo, su servidora, Rosa Sánchez”.
– Entonces, ¿vienen de varias generaciones?
– Así es, aunque aquí en las salinas tenemos poco como socias, apenas como 3 años, pero nos venimos todas a trabajar en la sacada de la sal. Tenemos que hacerlo porque mi esposo y mi hijo no pueden venir, así que yo y mi nieta también sacamos la sal en carretilla y la ponemos en ese montón.


Justo en ese momento, Rosa señala la montaña de sal que han recolectado. Explica que a sus pequeñas eras les dan 3 “soles de tiempo” para que vuelvan a producir más sal. Así es cada temporada, en esta ocasión un poco adelantada debido a la demanda del producto.
– Aquí todas trabajamos parejo -afirma doña Rosa-. A veces venimos a las 4 y media, a veces a las 5. Le dedicamos mínimo 3 horas, aunque a veces se nos hace más tarde y no alcanzamos a echarles agua a las eras. Si nos vamos, regresamos al otro día a echarle el agua a las que hagan falta. Pero, de hecho, todas trabajamos parejo. Terminamos una cosa y ya nos ponemos a hacer otra, pero todos somos parejos.
– ¿Y todas ellas tienen una actividad durante el día? ¿Van a la escuela? ¿Trabajan?
– Ah, mi nieta va a la secundaria. Mi otra nieta va al preescolar, y mi nuera, pues, es ama de casa, pero les lleva el lonche a las niñas. Yo y mi hija venimos en la mañana si hace falta en los estanques o para poner el cerquito. O nos ponemos a mover aquí las eritas para que produzcan más sal. Porque al mover el agua, produce más sal. Les ayuda.
– ¿Le gusta dedicarse a esto? ¿por qué buscó ser socia? ¿se siente orgullosa?
– Sí, nos gusta, fíjese que sí y mucho. Nos sirve como distracción, pero aparte nos hace sentir muy orgullosas porque esta sal es de las mejores del Mundo, 100%. Yo se la recomiendo, ¿eh? Es una sal muy higiénica. Con nosotros nadie trabaja descalzo, todos con puras botas, como la niña; mírela, ella trae botas porque no debe pisar la tierra y meterse aquí adentro porque contaminaría.

– Mañana es el Día de la Mujer, ¿qué les dice a las mujeres de hoy en día?
– No, pues, les deseo que sigan la lucha. Que sigamos adelante porque nada para atrás. Lo que sea lo puede hacer la mujer.
– ¿Ha ganado terreno la mujer?
– Sí, fíjese que sí.
– ¿Usted qué quiere para su nietecita y sus hijas?
– No, pues, yo las veo aquí y quiero lo mejor para ellas y para todas las mujeres por eso les enseñamos a trabajar duro.
En cada grano de sal que recogen estas mujeres, hay historia, hay sacrificio y hay orgullo.
Cuyutlán no solo es testigo de la nobleza de su trabajo, sino también de la fuerza que ha movido al Mundo desde siempre: la de las mujeres.
En el Día Internacional de la Mujer, su historia es un recordatorio de que la igualdad y el reconocimiento no se otorgan, se construyen con cada jornada de esfuerzo, con cada carretilla de sal de Cuyutlán empujada bajo el sol abrasador; con cada niña que aprende de su madre y su abuela que la dignidad del trabajo no tiene género, pero sí tiene legado.
