Mié. Abr 30th, 2025

Huellas en la sal: trabajo, fuerza y herencia de mujer

En el Día Internacional de la Mujer, su historia es un recordatorio de que la igualdad y el reconocimiento no se otorgan, se construyen con cada jornada de esfuerzo, con cada carretilla de sal de Cuyutlán empujada bajo el sol abrasador. (Foto de Yensuni López)

El sol, en su descenso, comienza a mostrar clemencia; son casi las 5 de la tarde y el terreno salino de Cuyutlán se transforma en un espejo que refleja las nubes. Las montañas blancas de sal destacan en el paisaje despejado, y al fondo, 5 mujeres sonríen mientras cepillan con fuerza.

Una niña de apenas 8 años, Melanie, avanza con sus botas de plástico adornadas con florecitas. Camina entre el agua caliente, abriéndose paso entre la sal, se acerca a su abuela y a su madre, y luego corre hacia sus tías al notar la presencia de una cámara. Melanie huye con paso tímido, dudando entre sonreír o esconderse.

La abuela, Rosa Sánchez, sonríe y le dice: “Melanie, voltea, ándale, es para la foto”. Mientras la pequeña dirige su mirada, Rosa comenta: “Aquí son 24 eras y las trabajamos puras mujeres. El socio es mi hijo, pero él y mi esposo trabajan y se van, entonces nos venimos mi nuera, Blanca Flor Arias Escamilla; mi nieta, Kelsey Natalia; mi hija, Janet Pano; mi nietecita, Melanie; y yo, su servidora, Rosa Sánchez”.

– Entonces, ¿vienen de varias generaciones?

– Así es, aunque aquí en las salinas tenemos poco como socias, apenas como 3 años, pero nos venimos todas a trabajar en la sacada de la sal. Tenemos que hacerlo porque mi esposo y mi hijo no pueden venir, así que yo y mi nieta también sacamos la sal en carretilla y la ponemos en ese montón.

Justo en ese momento, Rosa señala la montaña de sal que han recolectado. Explica que a sus pequeñas eras les dan 3 “soles de tiempo” para que vuelvan a producir más sal. Así es cada temporada, en esta ocasión un poco adelantada debido a la demanda del producto.

– Aquí todas trabajamos parejo -afirma doña Rosa-. A veces venimos a las 4 y media, a veces a las 5. Le dedicamos mínimo 3 horas, aunque a veces se nos hace más tarde y no alcanzamos a echarles agua a las eras. Si nos vamos, regresamos al otro día a echarle el agua a las que hagan falta. Pero, de hecho, todas trabajamos parejo. Terminamos una cosa y ya nos ponemos a hacer otra, pero todos somos parejos.

– ¿Y todas ellas tienen una actividad durante el día? ¿Van a la escuela? ¿Trabajan?

– Ah, mi nieta va a la secundaria. Mi otra nieta va al preescolar, y mi nuera, pues, es ama de casa, pero les lleva el lonche a las niñas. Yo y mi hija venimos en la mañana si hace falta en los estanques o para poner el cerquito. O nos ponemos a mover aquí las eritas para que produzcan más sal. Porque al mover el agua, produce más sal. Les ayuda.

– ¿Le gusta dedicarse a esto? ¿por qué buscó ser socia? ¿se siente orgullosa?

– Sí, nos gusta, fíjese que sí y mucho. Nos sirve como distracción, pero aparte nos hace sentir muy orgullosas porque esta sal es de las mejores del Mundo, 100%. Yo se la recomiendo, ¿eh? Es una sal muy higiénica. Con nosotros nadie trabaja descalzo, todos con puras botas, como la niña; mírela, ella trae botas porque no debe pisar la tierra y meterse aquí adentro porque contaminaría.

– Mañana es el Día de la Mujer, ¿qué les dice a las mujeres de hoy en día?

– No, pues, les deseo que sigan la lucha. Que sigamos adelante porque nada para atrás. Lo que sea lo puede hacer la mujer.

– ¿Ha ganado terreno la mujer?

– Sí, fíjese que sí.

– ¿Usted qué quiere para su nietecita y sus hijas?

– No, pues, yo las veo aquí y quiero lo mejor para ellas y para todas las mujeres por eso les enseñamos a trabajar duro.

En cada grano de sal que recogen estas mujeres, hay historia, hay sacrificio y hay orgullo.

Cuyutlán no solo es testigo de la nobleza de su trabajo, sino también de la fuerza que ha movido al Mundo desde siempre: la de las mujeres.

En el Día Internacional de la Mujer, su historia es un recordatorio de que la igualdad y el reconocimiento no se otorgan, se construyen con cada jornada de esfuerzo, con cada carretilla de sal de Cuyutlán empujada bajo el sol abrasador; con cada niña que aprende de su madre y su abuela que la dignidad del trabajo no tiene género, pero sí tiene legado.

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