Sáb. Dic 6th, 2025

COLUMNA: Cotidianas

Por Redacción Ago27,2025

De vidrio

Por Jorge Vega

Me gustaba, de niño, cuando comenzaba la noche, sentarme en alguna piedra o en el piso a escuchar las pláticas de los hombres adultos. Los mayores, sentados también en piedras o en el borde de las banquetas, todavía con el polvo y el sudor de todo un día trabajando en el potrero, hablaban de cualquier cosa mientras tomaban café soluble en tazas de vidrio y compartían el pan.

No había mujeres cerca. Algunos se rascaban la cabeza, se acomodaban el sombrero o compartían una película que habían visto en el cine de Quesería. Nada especial. No trataban de correr a los más pequeños, no gritaban. Había gracia y belleza en esos hombres cansados del trabajo, cenando y charlando antes de irse a sus casas a dormir.

Aún recuerdo la sensación de plenitud. Admiraba a muchos de ellos. Uno era bueno para el futbol, otro para elaborar huaraches y uno más para cocinar o preparar chicharrones. Otro era el constructor, alto, apoyado en su bicicleta. No chismeaban, sólo compartían información de lugares donde había fruta, dónde habían visto una serpiente coralillo o cómo se prepara una birria. Era una dicha estar entre ellos.

Luego sus hijos y después ellos mismos comenzaron a irse al Norte, a trabajar en los ranchos de los gringos. Muchos murieron. Las reuniones por la tarde terminaron y los niños comenzamos a crecer, a ir a la escuela, a la universidad, donde olvidamos lo que es vivir en un pueblo, casi una aldea.

Ese sentimiento, esa vibrante energía masculina sólo la volví a sentir, diluida, en las antiguas peluquerías, donde sólo entraban hombres.

Volví a esas tardes del pueblo ahora que entro al Facebook y encuentro legiones de gente enojada por cualquier cosa, hombres y mujeres. Me dicen que eso que sentía de niño o que libros como Juan de Hierro, del hermoso poeta Robert Bly, son mera nostalgia de un tiempo que romantizamos, que nunca fue. Que antes había machismo, que idealizamos. Que las mujeres sufrían.

Pero ahora, con tantos hombres suaves, deconstruidos, defensores de la diosa blanca, con el asesinato en masa de la energía masculina, creadora, nutricia, nada es mejor. Ahora todos, todas sufren, gritan y ni siquiera permiten hablar a los hombres. Es más, han dejado de leerse libros escritos por hombres porque es una verdad, en este nuevo milenio, que todos los hombres son perversos, malos, y que no se puede confiar en ellos.

Sin embargo, la energía que fluía en aquellos grupos de hombres nos llenaba de fortaleza, nos nutría, nos acercaba al misterio de la vida.

Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.

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