Por Marcial Aviña Iglesias
Ayer en el calendario de la beatitud se celebró El Día del Maestro, ese individuo al que le pagan por unas cuantas horas frente a grupo, pero labora más calificando, revisando ortografía y preparando la clase de cada día en su aula cerebral antes de desarrollarla de verdad, sí, esos mismos que tienen que ir de distinto vestuario completo los 5 días de la semana, con tal de evitar que sus discípulos le pongan El Tigre, por siempre andar con las mismas garras.
El profesor, a quien se lo imagina uno, mínimo manejando un Tsuru 2017 -de esos sin bolsas de aigre-, pues eres un ungido del magisterio si traes una X-Trail 2024, pero… si se trata como de quien firma lo que escribe, que viajo en camión o para disimular en una tísica bicicleta viuda, entonces entras en la categoría desde la óptica estudiantil del profesorzucho, ese que se pasa tiznando la vida de sus pupilos con tareítas y trabajitos de cuarta, en lugar de agradecer a Dios que la chamacada asista a clases los lunes o los viernes. ¿Será cierto eso que dicen ellos de que existimos docentes que somos un pan de Dios y otros que somos el caviar del Diablo? Y es que no hay pior situación de la enseñanza que echarles en cara sus errores bajo la paupérrima justificación de “no es la forma en la que yo les instruí cómo resolver este tipo de problemas o no respetaron los instrumentos de evaluación -o sea, los recetarios del chamuco-”.
La verdad es que los profes, tenemos bien subestimado el poder educativo del error, pues es más fácil generar aprendizaje en los alumnos a través de que ellos mismos encuentren sus fallas a diferencia de que uno grotescamente con esa arrogante y jodida actitud les digamos en donde se equivocaron, lo cual indudablemente amedrenta sus ánimos, los desmotiva y hace que aborrezcan la asignatura. Errar es humano, pero todavía más lo es, encontrar las causas del origen hasta construir nuevos conocimientos.
Por cierto, ya para finalizar, les cuento que al término de mi última clase del martes 14, un joven se esperó a que todos sus compañeros y compañeras desalojaran el aula, para entregarme un pin de Pink Floyd, no dijo nada solo lo coloco en mi mochila y balbuceo “felicidades”, eso significa que he dejado de ser caviar para convertirme en pan. ¡Bueno, al menos para uno!
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