Dom. Sep 22nd, 2024

COLUMNA: Escribanías

Por Redacción Jun20,2024 #Opinión

Medio siglo de El Comentario, reflexiones sobre el buen periodismo en tiempos líquidos

Por Rubén Carrillo Ruiz

Es una fecha muy significativa que El Comentario, periódico de la Universidad de Colima, llegue al medio siglo de su presencia informativa y formativa en la opinión pública.

Cincuenta años de fragua noticiosa implican un camino tecnológico y práctica de medios, máxime que una institución educativa, como nuestra Alma Mater, lo concibió, inicialmente como contrafuerte político-ideológico, luego se fue convirtiendo en medio de comunicación para las acciones institucionales y su incorporación a la Facultad de Letras y Comunicación culminó un ejemplar sendero para el cultivo de perfiles profesionales.

En consecuencia, son muchos y variados los aportes de El Comentario, vinculantes con la vida universitaria y social, en los que participaron, desde finales de los años 70, periodistas que le dieron el rostro y presencia en diferentes etapas. Pienso en 2 directores señeros: Víctor de Santiago y Roberto Guzmán. El primero fue en 2 ocasiones y etapas, mientras que el segundo de Información y luego en el periódico. Por la acumulación de sus periodos, juzgo que entregaron su mística profesional, específicamente para que El Comentario fuera semillero que conocemos. 

Sin duda, figura fundacional para la consolidación de El Comentario fue el ex rector Jorge Humberto Silva Ochoa, él mismo periodista y auspiciador de varias camadas de jóvenes, de las que fui parte en los albores de los 80. Asimismo, el despegue cultural, académico y científico durante esa década significó para Colima la puesta en marcha de una institución fortalecida en sus áreas sustantivas, cuyos contenidos desembocaron en las páginas del periódico. Obvio, los rectores subsecuentes, Fernando Moreno Peña, Carlos Salazar Silva, Miguel Ángel Aguayo, Eduardo Hernández y, por supuesto, el actual, Christian Torres Ortiz, confiaron en el medio de comunicación.

En mi caso, si sumo el tiempo relacionado con mi estación universitaria, son cuatro décadas, pues en 1983 me incorporé, a los 19, como estudiante y trabajador. Tal simultaneidad me permitió un recorrido muy vital, pues gran parte de mi trayecto tuvo que ver con la información institucional, profesor de escritura, reportero, funcionario, columnista y editor.

El medio siglo de El Comentario, entonces, resulta propicio para que entendamos cómo su ecosistema tradicional ha ido cambiando hasta reinventarse, pues ya sitúa, sin miedos, la vía digital en el centro de su estrategia periodística de contenidos. 

Sin embargo, aún hay catastrofistas (apocalípticos e integrados, que me recuerdan el viejo título de un libro de Umberto Eco, esencial para comprender la comunicación ochentera) quienes se resisten a la razón y al debate metódico, y nos quieren embaucar con dilema: que en la era de la Inteligencia Artificial y las redes sociales, la información carece de valor y el periodismo se está volviendo obsoleto.

Es visible, empero, que luego de la desaparición impresa de casi todos los medios colimenses (solo sobreviven dos, con el esquema tradicional del subsidio gubernamental, que a mi juicio nada aporta a la renovación conceptual y ejercicio del periodismo) vivimos en un impasse delicado donde hay ausencias evidentes. Por ejemplo, la práctica de todos los géneros es un déficit, olvido u omisión. La crítica, como actitud dispuesta para la innovación y el diálogo argumentado también queda mucho a deber, más allá de los puntos de vista militantes o ideologizados entendibles. Mucho avanzaríamos si instaláramos la crítica razonada en todos los ámbitos. La crítica se diferencia del vilipendio, del elogio sin medida -panegíricos- cuando coloca fundamentos para la opinión diferente, para la búsqueda de ángulos inéditos. La mejor crítica -lo dijo George Steiner- es la que no responde a la voluntad de ofensa sino a la libertad de juicio. En Colima (y el país, por añadidura) nos falta la crítica: crítica de la política, crítica de la educación, crítica de los medios de comunicación. Crítica sin apelativos, en síntesis.

Como El Comentario se edita en una Universidad de prestigio nacional, también hay que anotar que las instituciones mexicanas están metidas en un embrollo descomunal, pues hay algunas más interesadas en ofrecer perfiles para el mercado que en cuidar aspectos esenciales de la formación. La tecnología, por más avanzada y lucecitas que tenga, no sustituye la creatividad, el ánimo e imaginación. Atribuirle expectativas desmesuradas vacía de contenido los planes de estudio. Y aquí conecto la idea de la renovación curricular profunda para la formación de los periodistas actuales.

Randy Sparkman, un tecnólogo gringo especialista en las consecuencias culturales de los medios y las máquinas, considera una serie de habilidades que permitirán la viabilidad a las personas en la era digital: leer textos y comprenderlos; discernir y elegir lo que tiene valor entre la multitud de estímulos que ofrece la realidad; pensar independientemente, resolver problemas y generar ideas; expresar esas ideas de forma clara y simple; la conciencia del contexto en que se desarrolla la vida personal; la identificación de las causas que genera el cambio y la percepción de que no todas las cosas de nuestra vida están sometidas a transformaciones de igual velocidad. Estas ideas quizá sean los ejes que graviten en los perfiles periodísticos en tiempos digitales, o líquidos, según cierto filósofo demodeé, que me encuentro hasta en la sopa insípida.

Sparkman amplía estos conceptos extensivos a los profesores de humanidades, periodismo, filosofía y comunicación. Les atribuye tres funciones: la formación de alumnos como lectores activos (partiendo de un concepto amplio de lectura), la educación en valores y el desarrollo integral de los estudiantes, de su racionalidad, de sus emociones y sentimientos, de su mente lógica, pero también de su intuición y creatividad.

Tengo la certeza fundada, de que El Comentario tiene un destino manifiesto porque es el órgano de una institución educativa, donde es urgente que se ponga en marcha un programa sin precedente de acercamiento del libro, enseñanza práctica del idioma y su aplicación en la escritura. En síntesis, el lenguaje es la llave a todo el problema de la educación mexicana. Ni más, ni menos. Y no hay buen periodismo mal escrito.

También es necesario que, de una vez por todas, borremos los axiomas renuentes a irse de la realidad periodística, vigentes durante dos siglos, pero no en plena revolución digital y de la Inteligencia Artificial: a) quien posea la información ostenta poder, b) la prensa, la radio, la televisión, la web y las redes sociales son el cuarto poder. Estos apotegmas rígidos, observados con sabiduría temporal, ya no son perentorios. La red los dinamitó y abrió cauces por donde circulan -con boyas, semáforos, policías de a pie y bicicleta- datos decuplicados, falsos y verdaderos, pero algunos todavía vehículos de identidad y formación. 

La función de los medios de comunicación en tiempos del cólera digital y pospandémicos consiste en dar contenido al alud informativo que se construye cada minuto, cada hora, durante el día, para que el ciudadano no padezca indigestión noticiosa. La única prescripción mediática es el contexto, es decir, el mayor número de elementos sensatos originarios de la información para diferenciar, por ejemplo, qué es propaganda, publicidad y opinión. Quitar estos velos a los hechos.

Por tal resulta trascendente que los involucrados iniciemos un debate auténtico sobre el ejercicio de nuestras tareas cotidianas y asumamos el grado de responsabilidad en el declive de tareas tan sustantivas para la emergencia democrática. Urge la presencia de una mirada hacia el interior de los medios, la política y la educación.

La esencia profesional de los medios consiste en ejercer la libertad informativa y expresión frente a los poderes que gobiernan las instituciones y con sus decisiones influyen las vidas y destinos de los ciudadanos. Es necesario tomar distancia crítica de los mismos. Somos testigos, nunca protagonistas. Relatores y no actores. Destapadores de ollas sucias y no jueces que dictan sentencias. Sin olvidar que nuestra tarea no es toda solemnidad: también consiste en contar historias, emocionar y entretener, sin caer en el contrabando de la chabacanería, la idiotez y la banalidad.

Para nuestra fortuna, Colima hospeda todavía una de las escalas humanas que la vuelven laboratorio sensible. No falta infraestructura de ninguna índole, sino el proyecto que enhebre, anime y acerque el patrimonio educativo, intelectual y cultural al mayor número de personas con un sistema de comunicación asequible. Ahí vislumbro la gran presencia de El Comentario, pues los medios de comunicación institucionales deben diferenciarse de los comerciales por el perfil de sus contenidos y programación (sin afán lucrativo) y responder a los fines cardinales que pongan en el menú ciudadano todas las vertientes del conocimiento desde un lenguaje que no riña con la sintaxis ni la inteligencia del receptor, quien no necesita datos regurgitados, sino elementos básicos para edificar un criterio de lo que lee, escribe, ve y escucha. O sea, un periodismo que interpele a los lectores, como estipuló Octavio Paz: con todos los sentidos, la intuición e inteligencia.

Cuando una sociedad -envenenada por chismes, dimes y diretes, particularmente cebados por los políticos y su diapasón, algunos medios de comunicación cicateros en surcar cualquier mínimo conflicto- carece de alternativas, un buen criterio con los elementos descritos encuentra campo fértil porque contribuye, primero, a paliar ánimos belicosos; segundo, la palabra -de contenidos hondos- que toca la condición humana sacude aun las actitudes de animadversión. Tercero, participa en la mejor escala, la formativa, de las generaciones de jóvenes que tendrán el convencimiento superior: sin el lenguaje inexiste el conocimiento; sin la lectura, la escritura y la publicación no hay aprendizaje sensible, profundo. Todo el andamiaje circula por el idioma.

Este apartado requiere de una intervención mayúscula: el interés de todos, universitarios, ciudadanos, medios de comunicación, políticos, legisladores, partidos. Es una intervención contra la ignorancia. Una intervención para concienciar derechos.  Una intervención sin malicia ideológica. Una intervención que sirva como antídoto para la violencia ya instalada en casi todos los ámbitos de la vida pública.

La lectura de dos libros me amplía una añeja convicción: la libertad de prensa en México es señal inequívoca de que, pese a una larguísima transición y alternancia en el poder político, aún nuestra democracia vive grave fragmentación que retrasa su auténtico advenimiento.

Cosío Villegas, quien pasó su infancia en Colima y aquí aprendió a cuidar caballos, en su obra periodística, real e imaginaria (Editorial Era) escribió una serie de artículos sobre la libertad de prensa. Compartió en las páginas del Excélsior de Julio Scherer su extrañeza por una celebración a la que Manuel Buendía encontró, con razón, orígenes bastardos.

La libertad de expresión es un campo de ofrecimientos, más que de práctica diaria. Indudable y reprobable, los periodistas caen en el ejercicio del deber por el crimen organizado o coberturas bélicas, cada día más raro por conflictos con el poder público, salvo donde existen residuos caciquiles. En Colima, por fortuna, el quehacer periodístico apenas causa cosquillas o molestias a los políticos, pues la fuente máxima de los medios son los corrillos, escasamente la investigación.

En consecuencia, el hincapié -al menos desde la Universidad- debe enfocarse en la profesionalización, pues el periodismo, según Ignace Ramonet, es uno de los oficios en peligro de extinción, ante el embate tecnológico observado en los últimos decenios, en virtud de la intromisión de internet en la condición humana.

Estamos, pues, frente a una evolución súbita sin respuesta idéntica de los medios, ahora digitales que surgen como hormigueros. Basta leer las ediciones digitales, estáticas, para concluir que es un camino inexplorado, en cierne, para quienes posean aptitudes del diseño cibernético y las profesiones emergentes del periodismo. Los derroteros audiovisuales del periodismo electrónico son una brecha que debe zanjarse pronto.

Que los medios encarnan un cuarto poder es adagio de viejísima data. Su autor fue, nada más ni nada menos, Honoré de Balzac, quien murió en 1850 al cumplir medio siglo y cuya crítica apuntó a la excesiva intromisión de la prensa coetánea en la vida. Como ahora.

Y, sin embargo, analizando problemas y retos científicos, económicos y sociales, es posible identificar soluciones para explorarse, que constituyan la matriz que proteja la información genuina y garantice un acceso libre y generalizado a la misma. Contra todo pronóstico, los periodistas somos parte esencial de la misma y nuestra profesión se transformará, inevitablemente…, gracias también a la Inteligencia Artificial.

La cuestión del valor del periodismo no es reciente. Hace dos décadas, la distribución de periódicos gratuitos y luego la digitalización de la información contribuyeron en cierto modo a devaluar la prensa y debilitarnos hasta el punto de cambiar nuestra relación con la información.

En 2024, recibimos noticias aparentemente gratuitas en nuestros teléfonos celulares (dizque inteligentes) a través de notificaciones, mientras que antes teníamos que desviarnos de nuestro camino para comprar un periódico impreso. Hay, entonces, un cambio de paradigma en el acceso a la información.

Ante esa dinámica, los periodistas tenemos un papel inestimable, como nunca antes, en la recogida, verificación, traducción inteligible y jerarquización informativas. Debemos distinguir cada uno de estos ámbitos, que pueden ser asistidos, facilitados o simplemente posibilitados por la inteligencia artificial. Internet, los objetos conectados y las redes de comunicación (incluidas las llamadas sociales) facilitan el acceso a datos secos sobre un acontecimiento, una población o un individuo, en tiempo real. La verificación, por su parte, puede ser asistida por modelos que cruzan datos para medir su nivel de relevancia, detectar señales débiles y fuertes de su veracidad, así como rastrear la precisión y eficacia de las fuentes.

Ejerzamos la autoridad de distinguirnos convenciendo en lugar de persuadiendo, demostrando en lugar de mostrando y tomando partido en lugar de precipitarnos. Prescribamos la escala temporal para la observación y el análisis, en contraste con la inteligencia artificial, que proporciona datos instantáneos (con frecuencia infértiles) en lugar de información periodística validada.

La traducción inteligible es un diferenciador innegable para los periodistas, cuando tengamos la capacidad de actuar como mensajeros de noticias, a menudo complejas, para un público cada día más heterogéneo, estratificado.

Estos elementos del periodismo en cierne se distinguen de las redes sociales, donde cada cual traduce las noticias a su manera, incluso las crea de la nada, utilizando su propia interpretación y se cae la desinformación.

Pese a mi edad, me sigo creyendo nativo tecnológico porque uso todas las herramientas asequibles para la mejoría de mi trabajo como periodista, revisor de textos, archivos digitales, traductor y editor. Corro el riesgo de sorprender o exagerar, pero la inteligencia artificial nos desafía claramente para que hagamos nuestro quehacer aún más justo, veraz, preciso y pertinente, para que sean aún más valiosos.

Por eso, uno de los botes salvavidas es reinvertir y reinventar el potencial humano. Como el hombre de Neanderthal con los pedernales y el fuego, el periodista del siglo XXI debe aprender a utilizar las herramientas de este tiempo para sobrevivir y prosperar.

Ryszard Kapuscinski dijo por ahí que “escribir no consiste tanto en lo que se publica como en sus consecuencias”. El reportero polaco captó así una verdad fundamental: el buen periodismo es una herramienta indispensable para una democracia sana. También, cuando destaca con acierto las maravillas del Mundo y del ser humano.

Creo en un periodismo que sirva porque sea útil; que, al escribir lo que ve y oye, esté al servicio de los ciudadanos. Por tanto, que no caduque al día siguiente.

Debemos sentir la urgencia de volver al terreno para observar de cerca las transformaciones de este siglo y acompañarlas en su desarrollo, mediante investigaciones, entrevistas, comentarios, editoriales, videos e infografías.

Tampoco cometamos el pecado de la fe ciega en la tecnología digital, que genera entornos para el eclipse de las competencias, habilidades y capacidades, la deslegitimación del conocimiento y la difusión de opiniones sin contrastar en el exceso. Una es la confianza y otra la fe sordomuda en la tecnología, despreocupada de los efectos sociales e, incluso, de los resultados educativos-institucionales.

En el cincuentenario de nuestro periódico vivimos un punto de inflexión para el redescubrimiento del buen periodismo, como clave de nuevos y plurales horizontes de contenidos provenientes de la Universidad de Colima.

El buen periodismo debe continuar siendo una profesión de códigos respetables, incluidas la verdad y exactitud: fuentes de información comprobadas, esforzarse siempre por ser preciso, dar todos los datos pertinentes de que disponga y asegurarse de que han sido verificados.

Las oportunidades de las nuevas tecnologías abrieron un nuevo mundo para la profesión periodística. Por tanto, el antídoto es un camino exploratorio contra la desinformación mediante contenidos de calidad que garanticen a los usuarios una conversación e intercambio argumentado de la vida. Por eso celebro los primeros 50 años de El Comentario y le auguro larga y ejemplar vida para otro siglo.

Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión, son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.

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