Por Fernanda Montserrat Amezcua Dueñas, Danna Viktoria Garibaldi Lozano y Jaziel Alberto Reynoso Flores
¿Estamos educados o solo vamos a la escuela?
La imagen de un niño uniformado, sentado en su pupitre, enmarca una visión educativa perdurable por generaciones. En un mundo donde los títulos y certificados rigen las expectativas sociales, surge una pregunta inquietante: ¿Instruimos a los jóvenes para que, simplemente, acumulen conocimientos o sean capaces de enfrentar desafíos?
Cuando hablamos de educación, es inevitable pensar en escuelas o maestros que adquieren el rol de formadores, asumiendo la tarea de enseñanza y acompañamiento continuo al estudiantado. Pero la escuela es solo uno de muchos organismos que desempeñan este papel en la sociedad. De hecho, el término educación habla de una praxis liberadora, de reflexión y acción, que crea una sociedad transformada (Paulo Freire). Con esto, acordamos que cualquier lugar en donde aprendamos es un espacio educativo.
El contexto social condiciona nuestra formación y sienta bases del aprendizaje. La casa debería ser el lugar donde ocurra este primer impacto; sin embargo, según nos desarrollamos, interfieren muchos factores.
El concepto de escolarización suele reducirse al mero acto de que niños y niñas asistan a las escuelas porque es una inercia social, pero este concepto se aleja de la riqueza que se adquiere al profundizarlo.
Meyer y Ramírez (2002) plantean que la escolarización es una empresa de carácter universal y universalista, homogénea y homogeneizante, que forma parte de la estrategia de difusión de la “cultura mundial” generada por los centros de poder. Este concepto, aunque un poco difuso, nos da la oportunidad de ampliar la visión. El trabajo de escolarización no equivale a enseñar porque sí, sino más bien, darle forma y estructura al proceso al llevar a cabo estas funciones dentro de un espacio formal.
En un Congreso Nacional de estudiantes, realizamos una serie de entrevistas que nos ayudaron a profundizar en el tema, con las perspectivas de un grupo de compañeros. Así, nos dimos cuenta de la diversidad de conceptos o ideas que se tienen alrededor de educar. Encontramos 2 ideas constantes: la primera, que alude al pensamiento crítico y liberador del que nos habla Paulo Freire. Una de las respuestas que nos dieron fue: “Darle identidad como persona al alumno, enseñarle quién es y quién quiere ser, desde una perspectiva emocional y social” (Álvarez, estudiante, UNAM).
Por otro lado, una idea sobre el concepto educar: “Es principalmente formar al individuo con base en ciertos valores cívicos y morales con los que una persona se debe desarrollar desde niño. Es, además, un desarrollo continuo, parte del ciclo vital” (Contreras, estudiante, UNAM).
Sin embargo, al preguntar sobre la escolarización, las respuestas son más unificadas y poco contrastantes. Algunas fueron las siguientes: “Llevar el proceso de educación dentro de la escuela, encargándose de desarrollar una estructura formal que contribuya al desarrollo del sujeto en los mismos términos que educar, la escuela es solo un agente educador más aparte de la familia y otros” y “Darle forma y estructura a la enseñanza para que el alumno tenga un buen desarrollo social y emocional” (Valeria, estudiante, UAEMEX).
Entonces, ¿de qué lado de la balanza estamos? México es un país en donde se da más valor a la matrícula escolar, a cumplir con programas sociales que buscan disminuir los índices de analfabetismo, por esto, el país cuenta con un alto índice de escolarización, a pesar de la reducción gradual como consecuencia de la pandemia. Al respecto, el sistema educativo reporta 33 millones 145 mil 240 estudiantes en todos los niveles, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) del Ciclo Escolar 2022-2023; no obstante, estas cifras no representan más que datos que no concuerdan con la realidad del país, ¿De verdad este índice de escolarización es sinónimo de educación de calidad?
Desde nuestra opinión y basándonos en las entrevistas con estudiantes, concluimos que México se ha preocupado más por la escolarización, por los números y progresos mediáticos, pero no por el pensamiento que no enfrasca en la comodidad de la ignorancia.
Ahora bien, la escolarización no es el problema, sino la forma en la que nos educan. Ya que no se trata de mandar a los estudiantes a una escuela para que se preocupen sólo por obtener buenos resultados. La calificación es importante, por supuesto que sí, pero el mundo exterior requiere que los estudiantes posean habilidades diferentes a una simple ponderación numérica. La práctica, las experiencias y los conocimientos reales son los que permiten que el estudiante se desempeñe mejor en un mundo en constante cambio.
Como ejercicio de reflexión, consideramos que la educación en México requiere una descomposición que permita a aquellas personas que se desempeñan en la labor educativa, redefinir su rumbo y sentido, nuevos propósitos y metas, otros enfoques para la preparación futura de las y los estudiantes.
En este debate realmente no existen ganadores o perdedores, ambas perspectivas son esenciales para el crecimiento integral de los estudiantes y el éxito de la labor docente; por un lado, la escolarización, es decir, la apertura de las escuelas a la población es indispensable, mientras que la educación integral enriquece la experiencia estudiantil con habilidades y valores fundamentales para la vida. Y al combinar estos enfoques, podemos formar generaciones de individuos bien preparados, no solo para el mercado laboral, sino para contribuir positivamente a la sociedad en su conjunto.
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