Por Marcial Aviña Iglesias
Llegar a la edad… ¿cómo le puedo llamar sin ofender a alguien? En la época que contaba con 2 dedos de frente -¡sí, en algún momento de mi mocedad tuve abundante cabello!- les decíamos viejitos, ahora las voces más típicas les llaman adultos mayores o de la tercera edad, es decir, descartamos esos términos tipo conductor de noticias en horario prime time como el de personas de edad avanzada, población mayor, ancianos, seniles o señores, mientras las y los nietos sin ningún complejo les continuaran diciendo abuelos o abuelas. De acuerdo a cifras de la Organización Mundial de la Salud, en el año 2050, el 22% de los habitantes del planeta serán mayores de 60 años.
Nuestros viejecitos, que a esa edad guardan en sus memorias los sabores y los saberes, ellos, quienes desean ser acompañados y escuchados como alimento que les nutre el alma, en donde reposa aquello que les adorna el altar de la memoria y las remembranzas que iluminan las veladoras que llevan escrito cada uno de los nombres de sus familiares. Una calurosa mañana de este verano infernal, lo volví a encontrar con su pantalón bien planchado, de esos que señalan el doblezpli, ataviado de una guayabera pulcra, sin arrugas ni lamparones, con más de 80 años encima, oliendo a jabón de tocador, sentado en la banca del jardín; individuo que tres cuartos de su vida los dedicó a trabajar hasta generar una empresa con la cual obtuvo buenas ganancias.
En esta ciudad de todos y de nadie, si ya no caben los muertos en El Camposanto, menos los vivos en las casas, este hombre senil, con 4 hijos que ya no quieren responsabilizarse de él, y, que, en su búsqueda por la perpetuidad hogareña, ya no la encuentra ni en casa, si a ello le agregan su feroz resistencia a la tecnología, situación que le ocasiona que sus vástagos lo lleguen a considera un estorbo.
Al verme pasar, me saluda y de su bien amueblada memoria, me dice: “¿te acuerdas que iba a ir a preguntar sobre la estancia en un asilo?” – ¡Ah, neta! ¿Qué le dijeron? En su argumento, comentó estar agüitado por mí, pues en esa casa hogar para ancianos -cuyo nombre reservaré para su morbosidad apreciado lector-, las mensualidades por estancia están divididas en 32 mil, 16 mil y 8 mil, o sea, por categorías, que para un ser tan ordinario como quien firma lo que escribe, pues no alcanzaría más que pa´ la última. ¡Pinches estereotipos!
Estaba entusiasmado y triste a la vez, pues ahí se encontró con varios de sus amigos, que por lo avanzado de la edad ya no lo reconocieron, además, no vio ninguna enfermera que le subiera la fiebre; pero que tranquilamente esperará a que le suceda lo mismo que a sus conocidos, ya no se acuerda de algunas cosas, y cuando olvide por completo quién es, lo más seguro es que comenzará a vivir la senectud en éxtasis.
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