Por Jean-Fernand Koena
Entre la esperanza y el miedo ante los mercenarios del grupo privado de seguridad ruso Wagner. Así vive la población de la ciudad de Kaga-Bandoro, en el centro-norte de la República Centroafricana (RCA).
Los residentes de esta urbe de unos 146 mil habitantes, capital de la prefectura de Nana-Grébizi, respiran aliviados en términos de seguridad desde abril de 2021, cuando las Fuerzas Armadas centroafricanas, con ayuda de los mercenarios, entraron en la ciudad, controlada hasta entonces por grupos rebeldes.
El país -uno de los más pobres del Mundo pese a ser rico en diamantes, uranio y oro- sufre violencia sistémica desde finales de 2012, cuando una coalición de grupos rebeldes de mayoría musulmana -los Séléka- tomó Bangui y derrocó al presidente François Bozizé tras 10 años en el poder (2003-2013), dando inicio a una guerra civil.
Centenares de mercenarios rusos han llegado a la RCA desde 2018, cuando Moscú y Bangui firmaron un acuerdo bilateral de cooperación militar, según las investigaciones de expertos de la ONU.
Wagner protege al Gobierno del presidente centroafricano, Faustin-Archange Touadéra, contra los rebeldes, si bien organizaciones pro derechos humanos como Human Rigths Watch (HRW) y organismos internacionales han acusado a esos mercenarios de cometer abusos y asesinatos entre la población centroafricana.
En Kaga-Bandoro, Roger Bagaza, quien regresó a su casa tras huir a un campo de desplazados, se congratula de la presencia de los efectivos de lo que algunos consideran un ejército privado “de facto” del presidente ruso, Vladímir Putin.
“Saludamos el notable trabajo realizado por el Gobierno en materia de seguridad. Antes no era fácil moverse libremente porque los rebeldes de Séléka eran dueños absolutos del lugar. Mataban a voluntad e impedían la libre circulación de bienes y personas”, comenta a EFE Bagaza.
“Pero como las Fuerzas Armadas y sus aliados rusos están aquí, respiramos nueva vida y estamos felices de continuar con nuestras actividades. Es decir: que cuando hay paz todos ganan”, subraya.
Pero la paz no está completamente asegurada en esta ciudad comercial salpicada de humildes viviendas de ladrillo visto y techos de paja.
“Los rebeldes huyeron con armas y equipaje durante la intervención de las fuerzas gubernamentales. Aún se encuentran en las afueras y cometen acciones de robo”, advierte a EFE el responsable de seguridad de la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en la República Centroafricana (Minusca), Henri Brest.
“Vivimos aquí con miedo”
Tras la satisfacción expresada en público de parte de la población con la seguridad en la urbe se esconde, en la intimidad, el temor a los mercenarios rusos.
“Vivimos aquí con miedo. Por un lado, el miedo a ser atacados por los rebeldes, pero también por la crueldad de los aliados rusos. Son violentos y crueles”, denuncia a EFE un residente de Kaga-Bandoro bajo condición de anonimato.
“En 2023 -continúa-, (los mercenarios) golpearon a un policía hasta casi matarlo. Este último se salvó gracias a su evacuación médica a Bangui. Su cooperación (la de Wagner) con las fuerzas de seguridad internas ha sido problemática desde entonces”, asegura.
Los militares de Wagner tienen su cuartel general regional en Kaga-Bandoro y han instalado varios puestos de control en la ciudad.
El 10 de diciembre de 2023 esa base fue escenario de un ataque con drones que causó al menos 2 muertos y varios heridos.
Desde entonces, la cooperación con la población se ha visto contaminada por un sentimiento de miedo reforzado que se deja sentir en el cercano campo de desplazados de Lazaré.
“Vienen aquí a sacar gente del campo sin motivo para matarlos, otros son detenidos en su base. Abandonados, luchamos por negociar hasta obtener su liberación”, confiese a EFE Ibrahim, residente de Lazaré.
“Sin embargo, (los mercenarios) no son la Policía y menos aún la Gendarmería. Mataron así a 3 de mis hermanos a sangre fría”, agrega ese desplazado.
Este doble sentimiento, de esperanza y miedo, que coexiste entre los lugareños impide que las víctimas manifiesten abiertamente su enojo o exijan justicia.
“Es triste”, lamenta, apesadumbrado, Ibrahim.
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