Por *Mtra. Ruth Holtz
Solemos creer que lo que nace del corazón es lo más acertado. Que cuando somos sinceros y actuamos “de corazón” entonces todo está bien, ¿pero no es así?. Imaginen por un momento qué puede haber tenido en su corazón el adolescente serbio de 14 años para entrar a matar a su escuela. Hay quienes tienen en su corazón rencores, odio, miedo. Dejar que nuestro corazón nos guíe no siempre puede ser la garantía de que todo saldrá bien para nosotros o quienes nos rodean. Un corazón herido, una mente trastornada no puede dar rienda suelta a sus emociones sin malas consecuencias. Sin llegar a los extremos hay personas que se arrepienten de lo que han dicho a su pareja y/o a un hijo cuando se dejan llevar.
El poder de nuestro corazón es innegable, es un mini-cerebro, pero en incoherencia por malos sentimientos puede ser catastrófico, no sólo como una persona dañada que ataca, sino como alguien que por su dolor se enferma al somatizar lo que no expresa. Es difícil poder guiarnos de nuestro corazón si tenemos heridas, y mientras más primitivas o traumáticas, más peligroso es confiarse a un corazón así. Por eso la Biblia advierte: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9). Inclusive sin llegar a lo drástico, muchos conocemos gente que es astuta, que es de una forma y aparece de otra, que esconde sus resentimientos bajo palabras amables o halagadores, con tono dulce y, sin embargo, traen adentro coraje. Tenemos la habilidad de fingir, prometer algo y no cumplirlo.
Recuerdo una película con el título Donde el corazón te lleve, y me preguntaba si es posible hacer eso. ¿Y si el corazón te lleva a dispararle a tu maestra de historia porque no te puso 10 de calificación? ¿Y si le gritas a tu hijo que lo odias porque no te obedece o que se muera a tu esposa cuando te reclama el mensaje en tu celular? Realmente hay un trabajo qué hacer con nuestras emociones antes de poder confiar. Pero refrenarse no sirve de nada. La misma Biblia dice que controlar la lengua como se le pone freno o embocadura a un caballo, no sirve. Seguiremos diciendo imprudencias si no cambiamos el corazón, porque “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34). Y allí tenemos la clave, ¿con qué llenamos nuestro corazón?
Lo primero que procuramos hacer en la psicoterapia es “vaciar el corazón” de la ira, el rencor, el miedo, la tristeza y los recuerdos del sufrimiento padecido, como el abandono, el desamparo, la violencia o el abuso padecido, contenidos inconscientes y hasta reacciones automáticas aprendidas o heredadas. La psicoterapia resulta insuficiente sin la cooperación de la persona para que tome decisiones en su vida diaria, para que busqué su camino espiritual y se ayude de la dimensión trascendental, la que va más allá de su particular existencia a buscar un sentido más alto.
La psicoterapia brinda el espacio para sanar las heridas, pues un corazón herido elige mal. Y abrirnos al gran poder del corazón cuya coherencia en interrelación con un cerebro que no esté en guerra entre sus 2 hemisferios, se vuelve un poder muy grande. El corazón es un imán para manifestar nuestros deseos. Pero hay que orientarlo a lo edificante para que no se vuelve una máquina de destrucción. El corazón es como el estómago. Funciona mal y produce malestar dependiendo de cómo te alimentas y qué calidad de alimentos le metes.
En psicoterapia te ayudamos a conquistar la coherencia y el equilibrio de hemisferios, pero lo que tú decidas hacer con ese poder es tu responsabilidad. Tú decides con qué alimentas tu corazón, con que llenas tu inteligencia, con qué constancia y perseverancia sigues un camino y qué esperas de él. Por eso es importante hallar un camino espiritual que oriente aquello a lo finalmente quieres aspirar en la vida. En psicoterapia se nota cuando una persona no tiene rumbo porque su vida pierde sentido y la depresión y la ansiedad se presentan con fuerza. Ven a nuestro taller “conectar con el corazón” y descubre esto por ti mismo/a. Inscríbete.
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