Guadalupe Sobarzo (1954-2024)
Por Carlos Ramírez Vuelvas
Ha muerto Guadalupe Sobarzo, y con ella agoniza este verano húmedo de dengue y otras enfermedades en el ánimo. Ha muerto Guadalupe Sobarzo y se van con ella un montón de historias de la Zona Rosa en la Ciudad de México, cuando aún existía una zona rosa en aquella ciudad donde todo fue posible, y a mí me cuesta muchísimo escribir esto.
Se va con ella un volcán violeta que ella vio y pintó, y afiches que ella hacía con afiches que ella hizo, y minuciosos dibujos de insectos que recolectaba, y una imaginación punzante, incisiva, profunda, para mirar con dignidad y belleza estos días que pasan.
Ha muerto con ella una las artistas más singulares de su generación. De su obra, nebulosa, intensa y sin concesiones como ella misma se recordarán sus cajitas: representaciones en miniatura de escenas típicas del imaginario popular (el mercado, la cantina, la carnicería).
A veces artesanía, a veces instalación, a veces escultura o arte objeto, sus cajitas y su obra plástica permencen en varias galerías y en colecciones privadas, así como en museos de Argentina, Colombia, Ecuador, Estados Unidos de Norteamérica, España, Francia y, desde luego, México.
También participó en los colectivos culturales de los Sesenta y los Setenta, y pocos sabrán que ella colaboró como asesora del magnífico proyecto La Era de las Discrepancia. Arte y cultura visual en México 1968-1997, que dejó como testimonio un maravilloso libro con el mismo título, firmado por Olivier Debroise, Tatiana Falcón y Cuauhtémoc Medina, entre otros investigadores de arte y estética.
Ha muerto con ella esa forma de entender el arte como se comprende la vida, y al explicarlo la vida brilla en colores recién nacidos, tiembla en las luces apenas incrustadas en la muralla durísima de las academias y empalidece en quienes suelen cambiar su pasión por el miedo.
Más o menos eso pensaba el Grupo Suma (Ricardo Rocha, Gabriel Macotela, Mario Rangel, Oliverio Hinojosa y Santiago Rebolledo…) al que perteneció desde los Setenta, y con quien cultivó la mayor parte de su obra artística. De alguna forma, el reciente homenaje nacional en el Palacio de Bellas Artes a Gabriel Macotela, rememora a este generación de artistas que inauguraron al arte contemporáneo en México.
Lupe Sobarzo llegó a Colima con Ricardo Rocha, su esposo, alrededor de los Noventa. Se instalaron en Comala, en una casa sencilla que les permitía una vista al río y a los volcanes, y donde montaron un taller amplio en el que trabajaron intensamente.
Desde el 2016, cuando la conocí, hasta la última semana de agosto, cuando me despedí definitivamente de ella, la vi unas veinte veces, que para mí fueron veinte años. Al despedirla en su casa de Comala, le dije adiós a esa espiga blanca parecida a un relámpago que se pierde en la noche, no sin marcarla con sus fauces de plata.
Cada visita en su casa, cada conversación en una galería, era una lección de vida acompañada por anécdotas hilarantes y apasionadas, en las que siempre se asomaba el bigote majestuoso de Ricardo Rocha. Lupe Sobarzo encedía otro cigarro y confrontaba la vida con el orgullo invicto de los versos del poeta Antonio Machado: y al cabo nada les debo, me deben lo que he creado.
Ahora estará con Ricardo Rocha practicando una caligrafía celeste sobre las páginas enormes de este cielo nocturno en un otoño anticipado.
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