Garea
Por Jorge Vega
Gil Garea solía decir que los artistas, por lo general, sufren un trauma, una vivencia fuerte en la infancia que los hace ver la realidad con otros ojos. En su caso, según me contó, fue atropellado a los 4 años. Luego de rodar por la calle, decía, ya no se levantó igual.
El trauma, comentaba Gil durante esos largos soliloquios en los que mezclaba la psicología con la literatura y la filosofía con el camino del artista, vuelve al creador más sensible. Es una herida que lo hace ver las grietas de luz que se filtran entre los objetos y formas de una realidad supuestamente sólida.
Era un hombre alto que hablaba como para sí mismo. No le gustaban las entrevistas en los medios, pero una vez frente al micrófono era difícil detenerlo. Amaba a los animales, en especial a su perra Yokita.
Siempre desconfió de las pretensiones de querer ser contemporáneos. En sus últimos años en Colima, buscaba la sencillez en la obra, profundizar más en su camino personal. Lo mismo encerraba juguetes en frascos, que exploraba formas, volúmenes y texturas.
La grieta que se abrió a sus 4 años le permitió capturar versiones más ricas y vibrantes de la realidad. Fue un artista que se interrogó siempre, que no siguió modas ni tendencias sino explorar su propia voz, su propia sombra.
Este viernes le rinden un gran homenaje en la Pinacoteca, a las 8 de la noche.
Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión, son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.