Asombro
Por Jorge Vega
Un espejismo de agua en el pavimento me lleva de regreso a la época en que los días tenían más horas y era posible ir del dolor al asombro, de la emoción al éxtasis. Entonces, nada era importante porque todo era igual de luminoso, presente.
Acá, en el salón de eventos, la mayoría son viejos. Están de fiesta, pero no alegres. Hay tristeza en su rostro, miedo en sus ojos. Hemos perdido la capacidad de asombro. Miro sus cuerpos, su caminar medroso, y entiendo que éste es el resultado de vivir con miedo, escondiéndonos de la vida, temerosos siempre de que algo malo pueda ocurrirnos.
El espejismo me recuerda las parcelas, los ríos nuevos que podíamos encontrar en la infancia, a cualquier hora del día o de la noche. En esos años no teníamos la preocupación de agradar, de seguir a ciegas alguna ideología o una de esas religiones viejas y nuevas que todo lo condenan, hasta la comida.
¿Es posible, luego de los 50, vivir sin tanto miedo? Acá sólo veo oscuridad, dolor y muchas ganas de que los demás, Dios o algún ser omnipotente y generoso cargue con nosotros y nos diga que todo estará bien.
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