Sáb. Nov 23rd, 2024

COLUMNA: Tejabán

Por Redacción Nov11,2024

Un día en Dubái

Por Carlos Ramírez Vuelvas

Llegué a Dubái en la primera crisis económica del siglo XXI. Dubái era el ave que cruza el pantano sin manchar su plumaje, almidonado con dólares y petróleo, de esos bancos es su economía. Salí del aeropuerto y recorrí por primera vez Sheikh Rashid Road hasta llegar a la avenida de Marrakech Street, que cruza la ciudad en paralelo a la costa. Sobre las ventanas del taxi sucedían imágenes de una película conocida por el mundo global: oficinas corporativas de empresas de moda, bancos enormes de acceso exclusivo, un zoológico aburrido, un parque a la medida de la imaginación de un parque, hoteles, hoteles, hoteles…

Y turistas, y la enorme Burj Khalifa con 828 metros de altura sobre una plancha de concreto de más de medio kilómetro cuadrado, la aguja icónica de la espina dorsal de esta neo ciudad. La enorme Burj Khalifa desafiando el cielo en representación de los hombres de esta neo ciudad temerosa del dios de los musulmanes, amante de los poderes terrenales de los cristianos. La enorme Burj Khalifa pegada a la memoria posmoderna con la cinta adhesiva del deseo y la ambición, cinco segundos después de ser ignorada por el montón de turistas, lanzando su imagen por el escape del Altima que se aleja de mí y me arroja a la entrada del Dusit Thani Dubai Hotel.

Pienso que frente a las ciudades de la Modernidad, jóvenes y lozanas (para utilizar una prosodia modernista) las ciudades de la Sobremodernidad, de la Transmodernidad o de la Posmodernidad, crecen ágiles y dinámicas. Ligeras, mínimas y cínicas, conservan el hipérbaton de lo grandioso sin la epopeya de lo moderno. La cultura urbana de las viejas ciudades de la Modernidad se expresó con argumentos estéticamente polisémicos como políticamente plurales. También incorrectos. Las neo ciudades son sólo hiperbólicas, desmesuaradas aún cuando sean mínimas expresiones de un urbanismo aséptico. Su política, de significado viariable, elimina la identidad de los ciudadanos, y su sentido estético es tan vacuo que las formas son ornamentos para edificios como objetos aislados, simples pobladores del espacio de consumo inmediato.

Al segundo día de mi llegada a Dubái me detuve frente a la Palma Jumeirah, la tecnología de un deseo sobre un mar tecnologizado, simulacro de un mar natural. Mientras mi autobús avanzaba por Al Surfouh Road veía desplegarse 17 frondas de la palmera artificial como si observara los rastros de un dios jugando con castillos de arena en la playa. Dubái es una ciudad que funciona como si fuera ciudad, un producto con funciones de ciudad, y alrededor de ese holograma se ajusta la geopolítica de Arabia.

Entre El Corán, el oro y el tiempo, la verdadera obsesión de Dubái es controlar la luz. Pocas ciudades se caracterizan por una acción tan banal como las compras y un sustantivo tan espiritual como la oración, porque interpretar la relación del dinero y la religión es entender la obsesión de los dubaitíes por la luz. Aquí el individuo es un currículum caminando, de ahí la ansiedad por extender la tarjeta de presentación durante la más mínima conversación en el bar de un centro comercial. Dime tu currículum, te diré quién eres.

Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión, son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.

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