Por Maestra. Ruth Holtz*
Se han incrementado los divorcios. Sin embargo, los problemas entre las parejas los ha habido siempre. En realidad, asistimos a una transformación de la institución del matrimonio y por lo tanto a una modificación de su disolución. Pero esta mayor aceptación del divorcio, ¿ha beneficiado o perjudicado? ¿Es la solución definitiva de ciertos problemas que se gestan en la relación? Parece que ahora es más fácil optar por el divorcio que antes. ¿Será por eso que ha proliferado más o ahora nos llevamos peor los seres humanos que antes?
Ahora bien, empecemos por la idea de matrimonio. Como sea que haya sido y por los intereses que lo hayan motivado en un principio, el matrimonio legal y religioso se fue volviendo una costumbre. Las personas nos acostumbramos a pensar que cuando una relación entre un hombre y una mujer prosperaba al grado de que se pudiera constituir en estable o que se volviera “peligrosa” porque podía darse el sexo y su fruto, los hijos, era una necesidad “proteger” los intereses de los involucrados, incluyendo a los hijos en posibilidades de ser engendrados y “cuidar” el amor mediante el compromiso fiel a ese “nosotros”. Las ideas religiosas también confluyeron para motivar la unión como indisoluble y exclusiva.
Como sea se volvió una costumbre casarse para salvaguardar ciertos valores e intereses implicados en la relación hombre-mujer. La razón por la que enfatizamos la idea de costumbre es porque esta puede volverse algo automático, que se hace sin saber ya por qué o para qué. Problemas entre parejas ha habido siempre. Pero a algunos jóvenes les pareció que el problema era que “esta costumbre de casarse” arruinaba el amor, como si firmar un papel hiciera la diferencia o como si comprometerse frente a un padre en una iglesia en un rito en el que ni creíamos nos garantizara amarnos para siempre. Y así, pasado el tiempo, las uniones libres parecían ser amores más auténticos o supuestamente “más libres”.
Cuando algo se vuelve costumbre se hace sin toda la conciencia de lo que significa dicha costumbre. Ahora los muchachos tienen relaciones light, en las que tienen relaciones sexuales como y cuando quieren y sin ningún compromiso con el otro, y menos de fidelidad. Y entonces vemos a jovencitas(os) enamoradas, haciendo como que no les duele que su “amigo” se vaya con otra o no cuenten con él del todo, pues este apoyo depende del capricho del deseo de cada uno. Vemos relaciones que parecen libres, pero dejan un vacío, el vacío de lo que sería estable y duradero, o por lo menos, responsable mientras dure, de sujetarnos a las mismas reglas, a los mismos valores y al mismo nivel de compromiso.
¿Qué queremos decir con todo esto? Que la relación “tradicional” salvaguardaba hasta cierto punto estos valores de responsabilidad, fidelidad, nivel de compromiso, acuerdo en los valores y en los derechos y obligaciones.
Ahora bien, la gravedad de la ruptura de un vínculo como el matrimonio se evalúa en función de lo que significaba el vínculo y en relación a lo que llevó a optar por esta solución, como “la solución” de los problemas de pareja. Es importante evaluar el tipo de problemas para saber si es una solución. Hay problemas en la pareja que inclusive rompe el pacto más básico de salvaguardar el amor y la mutua responsabilidad del bienestar común. Es el caso de la violencia intrafamiliar, la drogadicción, el alcoholismo de uno o de los 2, la completa desaparición del amor o la total falta de afinidad sexual. Pero hay problemas, que, si bien el divorcio parece “resolver”, en realidad, viendo en profundidad, son problemas emocionales y de desarrollo psicológico y madurez de cada uno.
Durante muchos años la gente no se divorció porque la costumbre del matrimonio no se podía romper, pues como toda costumbre o tradición es avalada y vigilada por la sociedad. Las personas que rodeaban a las parejas en conflicto “no veían bien” a los que se separaban y no aceptaban el desafío de “hasta que la muerte nos separe” que habían prometido ante Dios y ante los hombres. Una costumbre no se rompe sin entrar en contra de la sociedad.
Unos matrimonios, no todos, obligados a seguir juntos, por costumbre social imposible de romper, lograron madurar, superar algunos de los egoísmos propios de los seres humanos, acoplarse y aceptar las diferencias, se resignaron y renunciaron a cambiar al otro, se hallaron “el modo” de tratarse para que el amor fluyera y cuando no se retiraban y se daban tiempo para recomponerse. Y sabemos de esos matrimonios, que pasaron por escollos tan difíciles que en nuestro concepto actual nos hubieran llevado a divorciarnos, y no obstante no lo hicieron y lo superaron fortaleciendo más aún su vínculo.
No se trata avalar el comportamiento de hombres o, sobre todo, mujeres que se resignan y sumisamente se someten a vivir una relación destructiva, que toleran, aguantan con la esperanza de que algún día serán redimidas, al menos contando con alguien para estar en la vejez, aunque sea para pelear. De lo que se trata es de que quizá nos rendimos demasiado pronto, y motivados en algunos casos por móviles egoístas y caprichosos, no intentamos primero modificarnos a nosotros mismos antes de echarle la culpa al otro o a ese “nosotros”, creyendo que al eliminarlo superamos el problema. Y es que en realidad las cosas no funcionan así. Muchos divorciados a la vuelta de la esquina reproducen sus malos hábitos de carácter con otras personas, se buscan “modelitos” similares para continuar con la misma historia que quizá no sólo viene desde su fallida relación, sino desde su infancia o desde la relación de sus padres o sus abuelos.
Hay relaciones que el divorcio es necesario e incluso urgente. Pero en muchas ocasiones las personas en realidad podrían primero ocuparse de su incapacidad para ceder, de su egoísmo, de su caprichosidad, de sus celos, su envidia, su rivalidad, de sus enredos de familia que arrastran a su relación de pareja, de su propia incapacidad para amar, para negociar, para ceder, para compartir, etc. Por eso antes, que divorciarse hay que trabajar con el 50% que cada quien pone en una relación. Capaz que si cada quien corrige lo que pone mal se pueda salvar el amor. Sin amor…el divorcio ya está dado firmen o no papeles. De todos modos, aunque se divorcien tienen que trabajar con ese 50% si no quieren repetir la historia con el que sigue. Y ese es un trabajo psicoterapéutico.
* Psicoterapeuta. Teléfonos: 312 330 72 54 / 312 154 19 40 | Correo: biopsico@yahoo.com.mx
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