Colima
Por Jorge Vega
“…eres una ciudad que el mar asedia,
una muralla que la luz divide
en dos mitades de color durazno,
un paraje de sal, rocas y pájaros
bajo la ley del mediodía absorto”
O. Paz
No era la ciudad, éramos nosotros, era nuestra infancia, nuestra juventud, que nos hacía verla más luminosa, más nuestra. Recorro en auto las calles del centro, la Madero, la Zaragoza, la General Núñez, pero ya no me hablan como antes, cuando mis amigos de entonces y yo caminábamos por sus aceras hablando de la vida. He intentado volverlas a caminar a pie, pero la ciudad es otra, con mayores dimensiones. Han demolido o vuelto a construir los lugares donde tuve encuentros decisivos.
No existe más la ciudad que comencé a descubrir a los trece, quince años, las casas de la calle Cadenas donde me dieron el primer no, que me marcó por años, o el edificio de departamentos en el que entré por primera vez al paraíso y el infierno de una mujer. Los temblores y la reconfiguración urbana se han llevado mis recuerdos a los basureros, a rellenar el piso de edificios comerciales.
Los primeros deslumbramientos son los más fuertes, y ocurren en la infancia y la juventud. Supongo que la ciudad que me vio crecer le decía muy poco a los hombres y las mujeres de principios del siglo pasado. Que los abrumaba. Ahora lo nuevo para mí son otras ideas, un verso vivo. Ahora me emocionan otras cosas, pero siempre es la belleza, la vida, la hermosa pelirroja que aviva con su aliento el fuego que todavía arde en mis ojos.
La ciudad de ahora no está hecha para ser caminada a pie, con deleite, sin un propósito definido. Los únicos que caminan por sus calles son los que sacan a pasear el perro o los que van al trabajo, sin ver. Es una ciudad de autos, de celulares, de gente que pide dinero en los cruces congestionados. ¿Dónde se enamoran ahora las parejas?
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