Maya
Por Jorge Vega
Si para evitar el sufrimiento personal o laboral le pidiera a la policía o al ejército que detuvieran y expulsaran de Colima a la versión de mi mamá de cuando yo tenía 4 años, a mi papá de cuando cumplí los 10 o a mi jefe y mi legión de demonios personales, seguramente la gente se reiría de mí, en el mejor de los casos, y me enviarían con 2 o 3 psiquiatras a que me dieran fuertes dosis de antipsicóticos.
Si fuera multimillonario, la gente tal vez pensaría que estoy bromeando, que alguien con dinero no puede estar tan mal. Hasta rezarían por mí.
Pero si tuviera mucho poder y dinero, como Trump cree tener ahora, entonces muchos tratarían de agradarme, de quedar bien conmigo, y verían la forma de negociar, de decir que está bien querer expulsar a todas las personas morenas, pobres y feas del país, por miedo y porque en el fondo no queremos la libertad o la democracia, sino sobrevivir.
Trump, ahora, es un enorme espejo que nos refleja como sociedad, como Mundo. Es el reflejo de una persona incapaz de asumir su propia responsabilidad, que va a culpar a los demás de su gordura, de su miseria. EUA, como potencia, comienza a caer, a desmoronarse, y en lugar de realizar un trabajo interior, profundo, de reconstrucción, de autoaprendizaje y mejora, ha decidido culpar a los demás.
Estos son los tiempos que nos ha tocado vivir. Hemos olvidado, atentos como estamos a nuestros celulares y al mundo virtual, que existe una realidad más profunda. Mientras nos perdemos en las distracciones digitales, ignoramos que el viaje que en verdad importa es hacia el interior de nosotros mismos, que el reino de los cielos sigue aquí, en nosotros, más allá de la ilusión, de Maya. Y, sin embargo, como asegura Un Curso de Milagros, “nada real puede ser amenazado. Nada irreal existe”.
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