Cada 21 de enero, en el marco del Día Estatal de Protección Civil, Colima revive la memoria del devastador sismo de 2003, un evento que marcó a la entidad con profundas cicatrices humanas y materiales. Aquel terremoto no solo cobró vidas y dejó a cientos de familias en la incertidumbre, sino que también nos recordó, de la manera más dolorosa, la importancia de estar preparados frente a los embates de la naturaleza.
La Universidad de Colima (UdeC) fue escenario de 3 simulacros que congregó a algunos estudiantes, profesores y personal administrativo en un ejercicio que trascendió lo simbólico. Más allá de tener presente una fecha fatídica, esas actividades son un llamado a la acción y a la responsabilidad compartida. Los simulacros no son un simple trámite; son una herramienta invaluable para fomentar la cultura de la prevención y salvar vidas.
En un estado como Colima, donde los sismos forman parte de nuestra realidad geográfica, la preparación es una obligación. Saber qué hacer, cómo actuar y a dónde dirigirse en caso de emergencia puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. La organización de simulacros no solo fortalece nuestras capacidades individuales, sino también nuestra capacidad de respuesta como sociedad.
Es alentador ver que instituciones como la UdeC lideren esos esfuerzos, recordándonos que la educación no solo ocurre en las aulas, sino también en los momentos en que aprendemos a cuidarnos y protegernos unos a otros. Sin embargo, esas acciones deben ser constantes y replicarse en todos los ámbitos de la vida pública y privada.
El sismo de 2003 nos enseñó lecciones que no debemos olvidar. Honremos a quienes perdieron la vida aquel día trabajando juntos para que Colima sea un ejemplo de resiliencia y prevención. Los simulacros no solo nos preparan para el futuro; también nos dan la esperanza de que, en la adversidad, podemos estar mejor preparados y unidos.
