Mié. Abr 9th, 2025

Bajo el canto de las olas, un encuentro con “Él”, un gigante del océano

Por Pepe Ferruzca Mar12,2025 #Colima #Reportaje
(Foto de Juan Franco Rodríguez)

Fotos de Juan Franco Rodríguez

Cinco horas y 14 minutos fueron insuficientes para guardar en nuestra memoria física y digital, cada uno de los detalles de un intenso encuentro con esos “gigantes del océano” que al final e inicio del año se muestran majestuosos en la costa de Colima, especialmente en las bahías de Manzanillo. La puesta en escena no pudo ser mejor: nos acompañó en la jornada un mar sereno, un benevolente sol y un ritmo de olas que parecían latir al son de nuestro corazón.

Creo que, por eso, y por lo que habíamos tenido el honor de presenciar, sin decirnos nada, al descender en la playa de La Boquita de las 2 embarcaciones que nos llevaron a apreciar una mínima parte de la belleza de la vida marina, quienes formamos partes de la expedición solo alcanzamos a mirarnos a los ojos, despedirnos y aceptar en silencio que fuimos unos afortunados protagonistas de la mágica conexión entre el ser humano y esas inteligentes criaturas marinas.

Minutos antes, casi frente a la inmensa playa de Miramar, una de esas bellas e imponentes ballenas -“tal vez es un macho”, atinó alguien de nuestra embarcación a deducir porque estaba solo, aunque las hembras también pueden permanecer en esa condición- literalmente jugó con nosotros. Un tanto decepcionados de no haber podido snorkelear en la hermosa y escondida playa Carrizales por la presencia de pequeñas y numerosas medusas, enfilamos las 2 embarcaciones por el rumbo de La Boquita.

“Él” -por así personalizarlo- decidió que era momento, en la parte final de nuestra travesía, de mostrarse. Hubo 2 saltos previos a nuestro espectáculo casi privado que no todos y todas admiramos completamente desde las lanchas. De ello solo hubo atinadas capturas fotográficas. Después de eso, se sumergió como invitándonos a cambiar de planes. A no más de 300 metros, poco más, poco menos, pero en dirección a Peña Blanca, entre Los Frailes, Isla Tortuga y el Espinazo del Diablo, en esa área de la bella costa manzanillense, emergió y solo expulsó aire por su espiráculo. La mirada fotográfica de alguien lo captó.

A la emoción de las y los tripulantes, Brayan Galindo y Ubaldo Soto, nuestros lancheros, reaccionaron haciendo virar a “Fregata” y a “Pirata”, nuestras versátiles lanchas, enfilando hacia el escenario donde “Él” tenía todo preparado. Nosotros no lo sabíamos. A una distancia prudente, respetuosa, los motores se apagaron. Las olas mecían las lanchas. Las cámaras fotográficas y los teléfonos volvieron a tener presencia esperando captar lo que sea. En una secuencia, a popa, “Él” nos mostró orgulloso su dorso, su aleta y luego su cola, en ese orden. Se sumergió. Tratamos de seguir su estela. Imposible. Escudriñando el mar, de repente, volvió a expulsar aire, pero esta vez a proa. Su lomo, su aleta y su cola fueron fotografiadas y captadas en video. Se sumergió. Minutos después, nos sorprendió apareciendo en medio de nuestras embarcaciones. Su actuación fue la misma.

Nuestra admiración, asombro y cariño por ese gran animal, estoy seguro, creció porque volvió a hacerse presente pero ahora a babor. Otra pasada, más fotografías, más video y de nuevo a las profundidades. El siguiente paso fue a estribor, luego a proa, luego a popa y de nuevo en medio de las lanchas. Todo un espectáculo que superó las expectativas de cada uno de nosotros. Una belleza sorprendente acompañada con inteligencia. Así estuvo “Él” jugando con nosotros por varios minutos. Nos hacía voltear hacia todos lados; hizo que el dron volará en todas direcciones.

En un momento dado -también estoy seguro- decidió ponerle fin al espectáculo. Eso era todo para nosotros, para nuestras cámaras y para el dron. “Él” volvió a resoplar por el espiráculo pero ya dándonos su “espalda” porque enfilaba rumbo a la parte del mar que baña el puerto y que une a las bahías de Manzanillo, Santiago y Cenicero. Así se despidió.

(Foto de Juan Franco Rodríguez)

La danza de las jorobadas: canto y cortejo

Más que asombrados solo pudimos dar las gracias a las cálidas aguas del Pacífico mexicano que nos regalaron un espectáculo natural que se desarrolla cada invierno. “Él” es parte de las majestuosas ballenas jorobadas y otros mamíferos marinos llegan a las costas de la región con fines exclusivos de reproducción. Las madres y sus crías “se refugian” en las bahías de Manzanillo. Aunque esos gigantes del océano no son exclusivos de nuestra región, su presencia aquí destaca por su singularidad y por los retos que enfrentan en un entorno influenciado por la actividad humana.

Para entender ese fenómeno, el Doctor Christian Daniel Ortega, profesor-investigador de la Facultad de Ciencias Marinas de la Universidad de Colima, nos comparte en una larga entrevista periodística con El Comentario, sus conocimientos sobre las especies que visitan nuestro litoral, su comportamiento y la importancia de ese hábitat temporal.

En las bahías de Manzanillo se han registrado hasta 19 especies de mamíferos marinos, aunque no todas son frecuentes. Entre las más notables están los delfines moteados, residentes permanentes; los delfines de dientes rugosos, que ocupan el segundo lugar en prevalencia, y las ballenas jorobadas, visitantes migratorias durante el invierno y la primavera. Ocasionalmente, también se avistan orcas, cuya presencia carece de un patrón definido, y otras 15 especies menos frecuentes.

La ballena jorobada, nos explica el especialista universitario, es una de las principales protagonistas que sigue un patrón migratorio claro: se alimenta en las aguas del norte del océano Pacífico durante el verano y otoño, para luego trasladarse hacia el sur en busca de condiciones propicias para su reproducción. Las costas mexicanas, incluyendo las bahías de Manzanillo, ofrecen un entorno ideal debido a su temperatura cálida, la protección natural contra depredadores y la tranquilidad que necesitan para dar a luz y criar a sus ballenatos.

Sin embargo, no todo es perfecto. Según el Doctor Ortega, aunque las bahías de Manzanillo son parte de ese rango de distribución, su densidad de ballenas es menor en comparación con otras áreas como la bahía de Tenacatita, en Jalisco, o la Isla Socorro en el archipiélago colimense de las islas Revillagigedo. Ello se debe, en gran parte, al impacto humano, especialmente por el constante tránsito marítimo asociado al puerto de Manzanillo, uno de los más importantes del país y el primero en manejo de contenedores.

El especialista de la Facultad de Ciencias Marinas, Campus Manzanillo de la Universidad de Colima, nos explica que la temporada de reproducción de las ballenas jorobadas es un espectáculo en sí mismo. Las y los visitantes afortunados pueden observar agrupaciones de cortejo donde una hembra es seguida por 3 o más machos, así como tríos de adultos, parejas, o madres acompañadas por sus crías. Incluso es posible avistar a los machos solitarios, conocidos como “cantores”.

Esos “cantores” desempeñan un papel crucial en el cortejo, produciendo melodías cíclicas que pueden durar minutos u horas. “Todos los machos de una misma población cantan la misma canción, que es modificada cada año por toda la comunidad”, explica Ortega. Ese fascinante comportamiento es una manifestación de la compleja cultura de las ballenas, que se transmite y transforma con el tiempo.

El Doctor Christian Ortega destaca que las bahías de Manzanillo representan un refugio temporal crucial para las ballenas jorobadas durante su ciclo reproductivo. Además de la temperatura cálida que favorece la fecundación de los óvulos y el nacimiento de crías, nuestras aguas relativamente tranquilas ofrecen protección contra depredadores y el oleaje.

Sin embargo, el doctor universitario expone que las investigaciones en curso sugieren que nuestras bahías podrían no ser el lugar de mayor importancia para las ballenas jorobadas en la región. El equipo del Doctor Ortega está comparando datos arrojados durante la presencia de las ballenas en Manzanillo con otros sitios como Tenacatita, evaluando la densidad de ballenas, la cantidad de machos “cantores” y el número de crías para determinar la relevancia relativa de cada zona.

El fenómeno de la migración y reproducción de las ballenas jorobadas no es exclusivo del Pacífico mexicano. Cada subpoblación de esa especie, menciona el Doctor Christian Daniel Ortega, tiene áreas de reproducción con características similares. Por ejemplo, las ballenas del Pacífico central se reproducen en Hawái, mientras que las del Pacífico sureste encuentran refugio en las costas de Centroamérica, como Panamá, Costa Rica y Ecuador.

En todo caso, las bahías de Manzanillo son especiales en el contexto mexicano por la interacción entre los gigantes del océano y las actividades humanas. El desafío, como señala Ortega, radica en equilibrar el desarrollo económico con la conservación de esos ecosistemas únicos.

El avistamiento de ballenas no solo es un atractivo turístico, sino también una oportunidad para reflexionar sobre nuestra relación con el entorno marino. Esos mamíferos, adaptados de manera única al medio marino, nos recuerdan la importancia de proteger los ecosistemas que hacen posible su supervivencia.

En palabras del Doctor Ortega, “todas las especies de mamíferos marinos están protegidas por la NOM-059 de la Semarnat (Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales) debido a su importancia ecológica”. Al observarlas en su hábitat natural, resalta el especialista, “no solo somos testigos de un evento extraordinario, sino también guardianes de un legado que merece ser conservado para las generaciones futuras”.

Lo cierto es que las ballenas, con su imponente tamaño y su canto enigmático, nos invitan a mirar más allá de las aguas superficiales de nuestras costas y a comprometernos con la preservación de los océanos que compartimos.

(Foto de Juan Franco Rodríguez)

El lado oscuro del paraíso

El encanto de las ballenas jorobadas, sus canciones misteriosas y su danza entre las olas han convertido las bahías de Manzanillo en un destino codiciado por científicos, turistas y amantes de la naturaleza. Detrás de ese fascinante espectáculo marino se esconde una realidad compleja: las actividades humanas están dejando una huella que amenaza la salud de los cetáceos y la integridad de su ecosistema.

El Doctor Christian Daniel Ortega desentraña esa problemática, señalando las múltiples formas en que el turismo, la contaminación y las actividades portuarias están impactando a esas especies y los esfuerzos necesarios para mitigar su daño.

El avistamiento de ballenas es una actividad que ha ganado popularidad, no solo en Manzanillo, sino en todo el Mundo. En México, esa práctica está regulada por la Norma Oficial Mexicana NOM-131 de la citada Semarnat, que establece lineamientos para garantizar que la observación sea respetuosa y segura para las ballenas. La falta de cumplimiento estricto de esa normativa, sumada a la insuficiente vigilancia por parte de las autoridades, ha provocado que muchas embarcaciones generen más daño que beneficio.

El ruido de los motores afecta la comunicación acústica de las ballenas, elemento esencial para su supervivencia, ya que dependen del sonido para alimentarse, reproducirse y orientarse. Aún más grave, las colisiones con embarcaciones representan un peligro constante, causando heridas graves o incluso la muerte de los cetáceos.

El constante tránsito de embarcaciones en el puerto de Manzanillo, uno de los más activos del país, representa un problema significativo para las ballenas. Los buques comerciales generan sonidos de baja frecuencia que pueden viajar cientos de kilómetros, interfiriendo con la comunicación acústica de los cetáceos y, en casos extremos, causando daños anatómicos en sus oídos.

“La desorientación provocada por estos sonidos puede llevar a que las ballenas queden varadas en playas o sean colisionadas por embarcaciones”, advierte Ortega. “Hoy en día, las colisiones son una de las principales causas de mortalidad para las ballenas. Se dice que el fondo de los mares es un cementerio de ballenas”.

“En algunos sitios, como en las lagunas de Baja California Sur o en Loreto, el turismo está bien gestionado, gracias a la conciencia ambiental de los lugareños, muchos de ellos pescadores. Pero en otros lugares, como en Manzanillo, es más recomendable fomentar la observación desde tierra para evitar estos riesgos”, señala el Doctor Ortega.

La contaminación marina es otro desafío crítico. Los combustibles, aceites, plásticos y desechos tóxicos generados por las actividades humanas ingresan al océano y, a través de las cadenas tróficas, terminan afectando a los depredadores tope, como las ballenas.

“Estos contaminantes se bioacumulan en los tejidos de los mamíferos marinos, lo que puede causar problemas respiratorios, afectar su reproducción, debilitar su sistema inmunológico o, en el peor de los casos, provocar su muerte”, explica Ortega.

En México, los estudios sobre contaminantes en mamíferos marinos son limitados debido a los costos y la complejidad de los análisis. El Doctor Ortega explica a El Comentario que el equipo de investigación de la Facultad de Ciencias Marinas de la Universidad de Colima ya ha iniciado trabajos para identificar contaminantes orgánico-persistentes en la grasa de delfines moteados y ballenas jorobadas. Enfatiza que esos esfuerzos son un paso crucial hacia la comprensión y mitigación del impacto de la contaminación en esos ecosistemas.

Aunque en algunos países, como Estados Unidos y Canadá, ya se implementan medidas para proteger a los cetáceos, en México las acciones aún están en fase inicial. Entre las estrategias internacionales destacadas se encuentran la reducción de la velocidad de navegación de los buques a menos de 10 nudos, la modificación de rutas para evitar zonas de alta densidad de ballenas y la actualización de motores para reducir el ruido.

En el caso de Manzanillo, la Universidad de Colima ha asumido un papel proactivo. Desde 2023, ha organizado talleres con expertos nacionales e internacionales para discutir soluciones viables.

“Nuestra propuesta inicial es que los barcos reduzcan su velocidad a menos de 10 nudos en la zona costera del estado, hasta 10 millas náuticas”, comenta Ortega. Además, se están planeando más talleres para este año en Baja California Sur y Manzanillo, con el objetivo de convencer a las autoridades y establecer medidas concretas de mitigación.

La relación entre los humanos y los cetáceos es una “danza” de desafíos y oportunidades. Si bien las actividades humanas han puesto en peligro a esas especies, también han despertado un interés científico y social que podría ser clave para su conservación.

Las bahías de Manzanillo, con su riqueza natural y su impacto humano, representan un microcosmos de esta compleja interacción. El reto, como señala Ortega, es lograr un equilibrio entre el desarrollo económico y la protección de esos ecosistemas marinos, para que generaciones futuras puedan seguir maravillándose con la danza de las gigantes del océano.

El tiempo apremia, pero aún hay esperanza. La preservación de las ballenas jorobadas y su hábitat no solo es un deber moral, sino una oportunidad para demostrar que la coexistencia armoniosa entre humanos y naturaleza es posible.

(Foto de Juan Franco Rodríguez)

Conservación, educación y monitoreo

El futuro de las ballenas en las bahías de Manzanillo depende de un delicado equilibrio entre las actividades humanas y los esfuerzos de conservación. Aunque la región no está oficialmente designada como zona de avistamiento turístico ni cuenta con regulaciones específicas que protejan a las ballenas frente al intenso tránsito marítimo y la actividad pesquera, existen iniciativas que buscan mitigar el impacto humano.

El Doctor Christian Daniel Ortega destaca el trabajo del Grupo Universitario de Investigación de Mamíferos Marinos (Guimm) de la Universidad de Colima, que desde 2010 monitorea a las ballenas jorobadas y otros cetáceos. Ese monitoreo no solo documenta aspectos ecológicos esenciales, sino que también interviene en casos de varamientos y rescates de ballenas enmalladas en artes de pesca.

Recientemente, el Guimm ha implementado una medida innovadora: la colaboración directa con capitanes de grandes buques y la torre de control de tráfico marítimo de Asipona (Administración del Sistema Portuario Nacional) Manzanillo para alertar sobre la presencia de ballenas. Esa acción ha logrado que las embarcaciones reduzcan su velocidad en las bahías, minimizando el riesgo de colisiones fatales.

Además del monitoreo, la educación y sensibilización de la comunidad local y los turistas son fundamentales para la conservación de las ballenas. Ortega subraya la importancia de involucrar a todos los sectores de la sociedad, pues cualquier persona puede convertirse en agente de cambio o portavoz de prácticas responsables.

Entre las iniciativas de divulgación destaca el suplemento Buena mar, editado por la Facultad de Ciencias Marinas, que traduce conocimientos científicos a un lenguaje accesible para el público general. Adicionalmente, actividades como la observación de ballenas desde tierra permiten interactuar con los asistentes y compartir información valiosa sobre la biología y ecología de los cetáceos, promoviendo una mayor conciencia ambiental.

“Estamos sembrando semillas a favor de la conservación de los océanos y su fauna, especialmente en las nuevas generaciones”, afirma Ortega.

(Foto de Juan Franco Rodríguez)

Un futuro por escribir

El monitoreo continuo a largo plazo es esencial para desentrañar los patrones de distribución, abundancia y comportamiento de las ballenas. “No basta con tener una instantánea de su vida; necesitamos un historial robusto y representativo de la población”, explica el Doctor Ortega.

Ese tipo de trabajo requiere un esfuerzo constante y meticuloso, ya que las ballenas pasan gran parte del tiempo bajo el agua, dejando breves momentos en la superficie para capturar fotografías, observar marcas o colectar muestras de tejido. Aunque México cuenta con pocos sitios de monitoreo a largo plazo, las bahías de Manzanillo han seguido el ejemplo de proyectos exitosos en Baja California Sur y Bahía de Banderas.

La tecnología también juega un papel crucial. Herramientas como los sensores satelitales (TAGs) permitirían rastrear los movimientos y evaluar el comportamiento de las ballenas de forma más efectiva. Sin embargo, su alto costo limita su implementación a gran escala.

Los datos generados a través del monitoreo no solo enriquecen la literatura científica, sino que también son insumos clave para tomar decisiones y actualizar normativas ambientales. Estas investigaciones contribuyen a la formación de estudiantes y especialistas comprometidos con la conservación de los ecosistemas marinos.

“El monitoreo es la base para diseñar estrategias de conservación y garantizar el manejo responsable de los ecosistemas. Sin estos estudios, careceríamos de herramientas formales para proteger a las especies”, concluye Ortega.

Aunque el estado de conservación de las ballenas en Manzanillo es incierto, los esfuerzos de investigación, educación y colaboración ofrecen una luz de esperanza. Si bien el desafío es grande, el compromiso de instituciones como la Universidad de Colima y la creciente sensibilización de la comunidad pueden marcar la diferencia.

Las ballenas jorobadas, con su majestuosidad y su importancia ecológica, nos recuerdan que el océano es un ecosistema interconectado y vulnerable. Garantizar su supervivencia no solo es un acto de justicia ambiental, sino también un compromiso con el futuro de nuestro planeta.

(Foto de Juan Franco Rodríguez)

Autor

Related Post

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *