Inteligencia artificial y educación: promesas y realidades
Por Doctor Juan Carlos Yáñez Velazco*
La historia de la inteligencia artificial (IA) es un viaje fascinante y maduro. Un personaje señero en los desarrollos que desembocaron en la ola tecnológica que ahora surfeamos, Alan Turing, nació hace más de 110 años; no estamos frente a una tecnología surgida súbitamente, por chispazos geniales o generación espontánea. Atrás hay un trabajo minucioso de personajes en distintos contextos y ámbitos, con variados propósitos, en algunos casos financiados por el ejército estadounidense y cobijados en universidades.
Entender la historia es crucial para comprender un poco del pasado y, tal vez, aumentar las incertidumbres sobre el porvenir. No exploro más este terreno por la concisión del formato periodístico.
La IA que ahora conocemos, disfrutamos o padecemos, ha irrumpido en todos los campos, incluida la educación. Las promesas que la acompañan oscilan entre lo revolucionario y lo inquietante. Las preguntas son obligadas: ¿estamos ante una herramienta capaz de transformar el aprendizaje y la enseñanza para bien, o nos encontramos frente a un espejismo que profundizará desigualdades?
Este artículo breve, nutrido de lecturas y reflexiones hechas durante la escritura de dos capítulos para sendos libros, esboza alcances y límites de la IA en la educación, desde una mirada pedagógica.
Desafíos éticos y tecnológicos con la IA
La IA no es neutral ni angelical. También es una empresa que factura y aumenta ganancias. Su diseño y uso responden a intenciones humanas que pueden reforzar tanto las virtudes como los vicios de los sistemas educativos. Antes de entusiasmarnos con sus promesas, es vital reflexionar algunas preguntas: ¿quién controla las herramientas y con qué fines? ¿Cómo asegurar que su uso sea inclusivo y reduzca desigualdades? ¿Estamos preparados para las implicaciones sociales y laborales que conlleva su despliegue masivo?
En pedagogía, la tecnología nunca ha sido un fin en sí misma, sino un medio. La historia de los fracasos en la materia es amplia. Cine, prensa, televisión, radio e internet, en su momento, parecían la solución a los males educativos. El desengaño y los resultados fueron precoces y exhibieron falencias estructurales, al mismo tiempo que ingenuidades en sus promotores.
La IA debe ser evaluada en este contexto. Si se emplea para personalizar el aprendizaje, optimizar procesos administrativos o facilitar el acceso a recursos, sería una herramienta valiosa, a condición de someterla al proyecto educativo, no como variable aislada, ajena el entorno escolar y social.
Cualquier promesa de «soluciones mágicas» debe ser recibida con escepticismo: los problemas estructurales del sistema educativo no se resuelven con la varita mágica de la tecnología. Un experto educativo argentino, Juan Carlos Tedesco (+), decía en tono coloquial: en educación no existen las balas de plata. O el bálsamo de Fierabrás de don Quijote, firmaría el Juan Carlos que escribe.
Los cambios en educación no son inmediatos ni lineales
Al hablar de innovación educativa uno de los errores más comunes es subestimar su complejidad. Sus transformaciones demandan tiempo, paciencia y evaluación constante. Si bien la IA puede acelerar o modernizar ciertos procesos, el impacto dependerá de la capacidad de los sistemas para integrarla de manera crítica, ajustarla a las necesidades específicas de cada contexto y aprender de los resultados.
La paciencia es una virtud suprema a la hora de introducir innovaciones, en equilibrio con la osadía de propuestas y la alimentación correcta que producen las investigaciones, las decisiones basadas en evidencias y la comunicación eficaz.
Apostarle, por ejemplo, a otorgar computadoras a las y los estudiantes o profesores, y suponer que por acto de fantasía se producirán cambios, es un error o crimen ético, si permiten la expresión. Distintas investigaciones demostraron ya que la digitalización como prioridad de los sistemas educativos no resuelve problemas estructurales, como el acceso y logro de aprendizajes esenciales.
La mesura intelectual y el compromiso político nos alertan contra las falsas promesas de cambio. En educación, las ofertas de soluciones rápidas suelen ser ilusorias. Las tecnologías avanzadas, incluida la IA, no alteran automáticamente los cimientos del sistema educativo. Los docentes, los estudiantes y las comunidades escolares son el corazón de cualquier mejora; la tecnología, incluida la IA, es una herramienta complementaria, poderosa, pero no milagrosa.
Uso informado y ético de la IA
El futuro de la IA en la educación dependerá de nuestra capacidad para entender sus posibilidades y limitaciones. Es fundamental promover un uso informado, crítico y ético de estas herramientas, entendiendo que los progresos duraderos no llegan con fórmulas rápidas, sino con paciencia, claridad de rumbo y flexibilidad.
Este artículo busca contribuir al diálogo reflexivo sobre cómo integrar la IA en la educación sin perder de vista los principios pedagógicos esenciales. Después de todo, la tecnología más avanzada jamás sustituirá la necesidad de una educación humanista, inclusiva y comprometida con el desarrollo integral de las personas.
En la escuela, ninguna solución será más poderosa que la formación sólida de profesores comprometidos, trabajando juntos, formando comunidades de aprendizaje. No es una plegaria, es la evidencia que arrojan las investigaciones pedagógicas. O eso, o seguir destrozando presente y futuro.
*Profesor e investigador de la Facultad de Pedagogía de la Universidad de Colima
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