Por Ruth Holtz *
Cuando hablamos de maldad, de lo demoníaco, de lo violento, de la gente mala parecemos no incluirnos. Eso lo dejamos para los criminales, para los que están en la guerra de Ucrania, para los narcotraficantes o para Trump. Sin embargo, todos llevamos en nuestro interior el germen de la maldad. Es probable que ésta inicie con el egoísmo primario y se desarrolle de manera tan gigantesca o tan incipiente como lo decidamos y nuestro medio apoye nuestra decisión o la contravenga. El egoísmo primario es esta actitud de centrar todo en uno mismo con motivos de supervivencia. El egoísta quiere todo para sí, la atención, el cuidado, las dádivas, la satisfacción de sus necesidades y todo lo espera del otro sin siquiera considerar que haya que devolver algo a cambio. Exacerbada esta actitud y sin ser superada después de la infancia se vuelve el núcleo desde el cuál se alimenta el germen de la maldad humana. A veces esta imposibilidad de superar el egoísmo primario tiene que ver con que el individuo en desarrollo no contó con “una madre suficientemente buena” o un buen sustituto de ella.
Como quiera que haya sido el origen de la maldad en nosotros, que quizá no haya una respuesta, lo importante es percatarnos de ese poder. Lo que es evidente para los psicoterapeutas es que las actitudes de enojo, ira, violencia o agresión tienen que ver con lo que se quiere tener, se necesita satisfacer o recibir y el individuo se vio impedido a alcanzarlo, a lograrlo o a recibirlo. La frustración derivada origina sentimientos de ira y venganza, de impotencia y de decisiones fundamentales con respecto a “hacerlo por mí mismo y mandar a los demás a volar”.
El mundo humano es un mundo socializado. No podemos con tanta facilidad hacer lo que nos venga en gana y mucho menos eliminar al otro. Salvo los casos extremos, la gente normal usa medios muy ocultos, estratégicos, inconscientes para vengarse de aquéllos que no le dieron lo que quería, que no lo trataron como deberían o que le impidieron hacer lo que deseaba. Hacen verdaderos sistemas para mostrar su desacuerdo y hacer pagar al infractor de “su libertad y de su deseo”. Estos sistemas forman parte de nuestro lado oscuro, de la parte más negra de nuestra alma, es el demonio que llevamos dentro. Y que, aunque parezca sorprendente, sacamos a cada momento de manera sutil y disfrazada a boicotear nuestras relaciones, nuestras acciones y los de los demás involucrados en la disputa. Las disputas se centran generalmente en tres áreas: 1) Yo voy a hacer lo que yo quiera y tú no me lo vas a impedir. 2) Yo soy lo máximo, ni se te ocurra herirme o cuestionar mi importancia. 3) No quiero que notes que me da miedo no poder hacer lo que quiero o ser tratado como quiero.
La maldad crece en el seno de las relaciones sociales y familiares. Son nuestras relaciones y el éxito que tengamos en ellas lo que va a favorecer que prefiramos distintos sistemas demoníacos para lograr lo que queremos a como dé lugar y ser tratados como nos gusta. El problema radica en que dichos sistemas son generados en la infancia temprana y la adolescencia. Son afianzados en la adultez hasta que un buen día entran en crisis, no funcionan con ciertas personas o el costo emocional es muy alto y nos generan mucho sufrimiento. Es en ese momento que las personas se percatan de su división interior: una parte de sí mismos quiere una cosa y otra parte quiere otra, una parte quiere lo que quiere a costa del odio, de la destrucción del otro, de la soledad y la otra quiere que fluya el amor, que las cosas se puedan dar en armonía, que el otro no deje de existir y que podamos estar juntos y ponernos de acuerdo para compartir. El problema es que si no somos lo que el otro espera de nosotros entonces el otro no nos hace caso, se enfurece y se monta en su egoísmo. Continuamente vivimos la inevitable perversión del ser de cada uno en el doloroso juego de ser lo que el otro quiere, o forzar a que el otro sea lo que nosotros queramos. Y en este juego de poder el que tiene la mejor estrategia gana. Esos sistemas de nuestro lado oscuro son para eso: para seguir siendo egoístas y hacer y recibir lo que queremos y para cubrir nuestro miedo. Sin embargo, eso pervierte lo que auténticamente somos. Y mete el conflicto, la guerra continua entre las personas. Ese ser pervertido que hace lo que sea necesario para imponer su voluntad y ser tratado de la manera especial que defiende, ese es el demonio que llevamos dentro.
El problema con el demonio interior es que ya se vuelve un hábito que se activa de manera automática, prescindiendo de la voluntad consciente y el buen juicio. Además, que con el tiempo puede volverse obsoleto y ya no conseguir lo que quiere. Hay mujeres, bueno también hombres, que siguen haciendo berrinches y lloriqueando o haciendo un drama terrible si no se hace lo que quieren como cuando eran niñas(os). Esa reacción es parte de ese sistema demoníaco.
Imponer la voluntad propia a costa de lo que sea y valiéndose del medio que sea es lo que convierte a las personas en malvadas, pues entonces no se detienen ante lo que los demás quieren o necesitan.
Un trabajo psicoterapéutico profundo requiere que cada uno de nosotros se haga responsable del demonio que llevan dentro, que conozcan sus sistemas para dominar y que los modifiquen hasta donde sea posible para restar el costo de sufrimiento que tienen tanto para el agresor como para el agredido. Es necesario curar las heridas y comprender la frustración que nos hizo engendrar ese demonio en nosotros y, si en todo caso no se puede desarticular del todo sus sistemas, por lo menos que trabajen a favor de lo comunitario, es decir, no sólo a favor del bien propio sino de quienes nos rodean y con quienes interactuamos. Si destruimos a los otros y nos erigimos como todopoderosos y decimos “no te necesito” estamos mintiendo. Las personas se necesitan unas a otras y entonces hay que encontrar el modo de ser y hacer lo que queremos en el seno de la comunidad, dentro de sus límites y sus reglas. Nuestro egoísmo tiene que ser restringido en aras de la com-unidad, esto quiere decir, en pro de la unidad de todos en lo que de común tenemos. Y ello implica renuncias y la doma de ese caballo salvaje que llevamos dentro que querría irse a tropel como le dé la gana. Pero lo irónico es que la libertad sólo existe en comunidad. Uno solo no es libre ni esclavo, ni bueno ni malo ni nada porque no hay nadie que lo atestigüe ni que no lo haga sentir. Si cuando estamos solos lo logramos experimentar es que fantaseamos con un prójimo con el que dialogamos y que conformamos con nuestras experiencias en la comunidad.
En la psicoterapia que ofrecemos trabajamos en enfocar nuestro demonio. Es de vital importancia para frenar el sufrimiento nuestro y de otros, ser capaces de reconocer nuestra sombra.
*Psicoterapeuta. Teléfonos: 312 330 72 54 / 312 154 19 40 | Correo: biopsico@yahoo.com.mx
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