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COLUMNA: Ciencia y futuro

Por Redacción May9,2025

Nostalgia de la tierra y el paisaje en la poesía de Guillermina Cuevas

Por Gloria Vergara*

En el camino de la investigación, me he dado a la tarea de estudiar a las escritoras regionales, al igual que varios de mis colegas del Cuerpo Académico 49, “Rescate del patrimonio cultural y literario” de la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima. En esta línea, he centrado mi atención en las poetas de Colima que han poblado el siglo XX. Ahora comparto una síntesis de lo que abordé en el V Coloquio de Lengua y literacidad, en mayo de 2024, sobre la poesía de Guillermina Cuevas, enfatizando la construcción de una poética de la nostalgia a través de las representaciones que hace la poeta de la tierra y el paisaje colimenses.

Guillermina Cuevas Peña nació en Quesería, Colima, el 15 de octubre de 1950. Estudió en la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima. Entre otros reconocimientos a su labor literaria, le otorgaron la presea “Griselda Álvarez Ponce de León”, en 2007, por parte del H.Congreso del Estado de Colima. De su labor poética, destacamos los poemarios Otra vez la noche (1985), Del fuego y sus fervores (1996), De ásperos bordes (1998), Apocriphal blues (2003), Musitante delirio (2012). Es autora también de las novelas Piel de la memoria (1995) y Dulce y prehistórico animal (2012), así como el libro de relatos Pilar o las espirales del tiempo (2002).

La nostalgia es una de las cualidades metafísicas que se representan con mayor fuerza en la poesía de Guillermina. Su referencia inicia por la música, enfatizando la tonalidad del blues, que implica tristeza, angustia, melancolía, y que nos hace pensar en los cantos afroamericanos del sur de los Estados Unidos, como un eco lejano que dialoga con los recuerdos de la vida cotidiana. En Apocryphal blues y Musitante delirio, poemarios de Cuevas, este sentimiento nostálgico que brota en la música se desliza hacia la naturaleza y se inserta como un ámbito melodioso en la tierra y el paisaje colimenses.

El reconocimiento de la nostalgia nos detuvo primero en Apocryphal blues. Pero esa retórica pronto nos llevó a ver, en Musitante delirio, el dolor de la música que se extiende hasta el piano y en su personificación se vuelve parte sensible del cuerpo: “Como si fuera de cristal, puro, lastimero/el piano se rompe en mi alma”. Lo mismo ocurre con el saxofón que cobra vida al provocar una emoción, un sentimiento: “Busco un saxofón, uno que arrastre,/ pesado, melancólico”. Entonces la nostalgia opera como un motor en el ritmo poético, no sólo en los temas u objetos representados, sino en la tonalidad misma de la enunciación; dinamiza al poema y el impulso creador. Así, el paso de la música a la poesía, toca también a la que escribe y se despliegan otras aristas de la nostalgia: el absurdo, la ironía, el lamento, la obsesión: “Cuentan, y es cierto, que me persigue/ el absurdo, que me atrapó la ironía,/ que escribo entrecortando el lamento”. La escritura es entonces como un destierro, un destino, “una herida que nunca cicatriza”.

Pero la escritura es, a la vez, un paraíso virtual que le sirve a la voz lírica para salvarse, para salvar al amor, porque en el espacio representado conviven el amor y la pasión por la música, por la escritura. En ese paraíso virtual, hecho de la tierra y el paisaje, la nostalgia vela por una zona limpia de otras pasiones como los rencores; hay que combatirlos. La voz lírica no quiere guardar rencores; no quiere sus “ponzoñas”, sus letales venenos. Porque los rencores cobran vida como los insectos: “turban la memoria”. Los rencores se apropian del ambiente: “Vuelan al inicio de las lluvias,/ oscureciendo el cielo, el pensamiento,/ la esperanza y la tarde”. Los rencores lastiman, hay que sacarlos de cuerpo.

En la nostalgia poética de Musitante delirio la tierra está viva, da sobresaltos y provoca la añoranza de la calma; en ella los sujetos se vuelven vulnerables. Allí el paisaje crece, inunda la intimidad dolorosa. Entonces, flores y plantas cumplen una función vital, muestran su florecimiento en los momentos y ambientes más adversos como una señal para el ser humano: no hay que rendirse ante el dolor, porque el dolor sigue, siempre seguirá…

La nostalgia es vista así en la poética de Guillermina Cuevas como una gratuidad, pues el paralelismo sintético muestra el dolor como un secreto, pero también como una vanidad. “Sufrir en el trópico es un acto sin sentido./ Padecer en estas floras, en estas exuberancias/ es igual a padecer en vano”. Así es el trópico, el paraíso virtual construido con la música y la palabra; es un paraíso que define la condición humana en musitante delirio.

*Profesora e investigadora de la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima

Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión, son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.

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