Educar para la vida: hacia una pedagogía que integre cuerpo, mente y tierra
Por Rosalba Thomas Muñoz*
En medio de los desafíos que enfrenta la educación contemporánea -fragmentación curricular, desconexión con el entorno, sobrecarga tecnológica- surge una pregunta que no podemos seguir postergando: ¿estamos educando para la vida?
Esta inquietud ha guiado mi trabajo como investigadora, docente y caminante de territorios donde el aprendizaje no se limita al aula, sino que se respira en los huertos escolares, en los relatos de los abuelos, en las prácticas cotidianas que vinculan a las personas con su entorno natural y cultural. De esa búsqueda nace Educar para la vida, un libro que está por publicarse y que propone una pedagogía regenerativa, capaz de integrar cuerpo, mente y tierra en el proceso educativo.
Más que una metodología, esta propuesta es una invitación a reimaginar la educación como un tejido vivo, donde el conocimiento se cultiva como una milpa: con diversidad, paciencia y cuidado. En sus páginas se entrelazan experiencias de comunidades rurales, reflexiones filosóficas, estrategias didácticas y narrativas que buscan reconectar a las personas consigo mismas, con los otros y con la tierra que habitan.
Educar para la vida implica reconocer que aprender no es acumular datos, sino transformar la mirada. Es permitir que el asombro vuelva a tener lugar en la escuela, que el cuerpo sea reconocido como fuente de saber, y que la tierra deje de ser un recurso para convertirse en maestra. Esta pedagogía parte de la convicción de que el conocimiento no es neutro ni desarraigado: está profundamente vinculado a los territorios, a las emociones, a las historias que nos atraviesan.
En este sentido, el libro dialoga con otro proyecto que desarrollo: “Atlas de Culturaleza de México”, una iniciativa que busca cartografiar las relaciones entre cultura y naturaleza en diversos pueblos mágicos del país. Ambos trabajos comparten una visión común: que la educación puede ser semilla de regeneración, y que es urgente construir narrativas que reconozcan la interdependencia entre los seres humanos y los ecosistemas.
La palabra culturaleza, que da nombre al “Atlas”, condensa esta mirada: una fusión entre cultura y naturaleza que rompe con la dicotomía moderna y propone una forma de habitar el mundo desde la reciprocidad. En las comunidades que he visitado, esta integración no es una teoría, sino una práctica cotidiana: se manifiesta en los rituales agrícolas, en la medicina tradicional, en las formas de organización comunitaria, en los saberes que se transmiten oralmente de generación en generación.
Educar para la vida recoge estas voces, estas prácticas, y las pone en diálogo con los desafíos globales que enfrentamos: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la crisis de sentido en los sistemas educativos. Frente a estos retos, necesitamos una educación que no solo prepare para el trabajo o el consumo, sino que forme seres humanos capaces de cuidar, de imaginar, de transformar.
La Universidad de Colima, donde se gestó gran parte de esta investigación, ha sido un espacio fértil para pensar estas ideas y para vincularlas con iniciativas académicas, artísticas y comunitarias. Desde aquí, y con el apoyo de colegas de la Academia Nacional de Educación Ambiental, hemos impulsado seminarios, encuentros y publicaciones que buscan abrir caminos hacia una educación más humana, más sensible, más comprometida con la vida.
En el libro, propongo tres ejes fundamentales para esta pedagogía regenerativa:
– El cuerpo como territorio de aprendizaje: reconocer las emociones, los sentidos, el movimiento como parte del proceso educativo.
– La mente como espacio de diálogo: fomentar el pensamiento crítico, la imaginación, la escucha activa.
– La tierra como maestra: aprender de los ciclos naturales, de los saberes ancestrales, de la relación con el entorno.
Estos ejes no son excluyentes ni rígidos; son puntos de partida para construir experiencias educativas que respondan a las realidades de cada comunidad, que valoren la diversidad y que promuevan el cuidado mutuo.
En un mundo que necesita nuevas narrativas, Educar para la vida es una apuesta por la esperanza, por el aprendizaje que toca, que emociona, que transforma. Porque educar, al fin y al cabo, es un acto de amor.
*Profesora e investigadora adscrita al Centro Universitario de Gestión Ambiental de la Universidad de Colima
Contacto: rosthomas@ucol.mx
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