Vie. Dic 5th, 2025

COLUMNA: Palabras Prohibidas

Por Redacción Sep2,2025 #Opinón

Donde comienza el silencio

Por Fernando Castillo*

Llegar a una ciudad nueva es siempre una experiencia singular. Nos concede el privilegio de ver lo que los habitantes de toda la vida han dejado de notar. Lo que para ellos se ha vuelto ordinario -un grafiti desvanecido en un muro, una escultura escondida en un parque tranquilo-, aparece ante nuestros ojos como una revelación. Estos encuentros, sutiles pero intensos, forman parte de lo que llamamos choque cultural, pero dentro de su extrañeza reside también su belleza.

La semana pasada decidí iniciar una nueva rutina: recorrer en bicicleta la Lakefront Trail. Desde mi punto de partida, el camino se extiende unas 23 millas. Más que un sendero para corredores, ciclistas y familias, es una arteria cultural, viva con músicos callejeros, celebraciones comunitarias, torneos deportivos e incluso protestas. Un hilo en movimiento constante, que cose la ciudad con el agua.

En el trayecto he descubierto lugares que se sienten a la vez emocionantes y simbólicos: la placa conmemorativa de Monty y Rose y, más recientemente, las serenas cabezas de Buda en Lincoln Park.

En Lincoln Park, el lago escucha, no con sonidos, sino con quietud. Los rostros de piedra miran hacia adentro, medio enterrados en la tierra, como si meditaran sobre una pregunta demasiado frágil para decirse en voz alta: ¿cómo se ve la paz cuando nadie la está mirando?

Esta ciudad, esculpida por el movimiento y la memoria, rara vez se detiene. Sin embargo, aquí, entre árboles y viento, surge una figura silenciosa, medio sumergida, medio despierta. Ten Thousand Ripples no es solo arte público. Es un gesto. Un susurro. Un recordatorio de que la resiliencia no es ruidosa, y que la paz nunca es un espectáculo.

Las cabezas de Buda que emergen del suelo no exigen atención. Nos invita hacia dentro. Nos pide mirar bajo la superficie, en los lugares que evitamos, en las heridas que enterramos, en las verdades que callamos.

Cada onda comienza con la presencia. Cada presencia se convierte en ola. Y a veces, el acto más radical es permanecer quieto.

Para alguien recién llegado a esta ciudad, estas esculturas poseen un significado distinto. No son vestigios de un paisaje familiar, sino hitos silenciosos de posibilidad, compañeros en el camino de formar parte de un lugar que aún no me pertenece. Me recuerdan que pertenecer no es una carrera, sino un aprendizaje callado. Que asentarse no significa apresurarse a ser aceptado, sino aprender a estar presente en lo desconocido.

Y quizá ahí comienza el silencio: en aprender a echarnos raíces suavemente en un suelo extraño, hasta que la paz, casi imperceptible, empieza a tomar forma.

*Licenciado en Lingüística por la Universidad de Colima. Escríbeme a lcastilloochoa@gmail.com o visita www.palabrasprohibidas.com para leer más columnas sobre tecnología, lenguaje y vida digital.

Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión, son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.

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