Enseñemos a niñas y niños a usar la IA
Por Norma Angélica Barón Ramírez*
Conforme avanza el desarrollo de las diferentes herramientas y plataformas de Inteligencia Artificial (IA), crecen también las preguntas: ¿cómo pueden utilizarlas los estudiantes?, ¿cómo enseñarles a utilizarlas?, ¿es necesario capacitarlos?, ¿serán ellos mismos quienes las incorporen a su vida cotidiana? Quizás nos hemos planteado estas preguntas en algún momento como profesoras y profesores en el nivel superior, pero en esta ocasión quisiera enfocarme en una en particular: ¿qué pasa con las niñas y niños?
Soy madre de dos hijos en educación básica y profesora universitaria. Dedico varias horas a mi trabajo en el aula y también orientando tareas escolares en el hogar. En ambos espacios veo lo mismo: la inteligencia artificial ya está aquí. La encontramos en los traductores, en los buscadores, en editores de imágenes y hasta en los filtros de videos que miran los más pequeños. Por eso, la pregunta ya no es si debemos permitirla, sino cómo acompañarles para que la IA sea una aliada de su aprendizaje y bienestar. Educar en su uso responsable no es adelantar su ingreso al mundo de los adultos: es darles alfabetización básica del siglo XXI para la etapa que les toca vivir.
Ante esta situación, considero que, enseñar a niñas y niños un uso reflexivo de la IA mejora su aprendizaje, fortalece su pensamiento crítico y reduce riesgos. Postergar esta conversación ensancha la brecha entre quienes tienen guía y quienes navegan solos. Y como madre y docente, no quiero que mis hijos y los de cualquier persona se queden atrás o, peor, a la deriva.
La IA no es una varita mágica, pero puede explicar un tema con ejemplos adecuados a la infancia, proponer ejercicios de práctica, sugerir formas distintas de abordar una tarea y ampliar el vocabulario para una lectura difícil. Cuando un niño tiene dudas y no sabe por dónde empezar, una herramienta bien usada puede ofrecer una pista o un nuevo camino de aprendizaje. La clave está en el orden del proceso: primero intentar, luego preguntar a la IA, y finalmente revisar, corregir y explicar con sus palabras. Así no sustituyen el esfuerzo: lo convierten en un aprendizaje más profundo.
Ahora bien, la IA también se equivoca. Puede inventar datos, simplificar en exceso o reproducir sesgos. Este recurso educativo potente nos obliga a enseñar a las niñas y niños a verificar (¿de dónde sacó la información?), a evaluar la argumentación (¿qué acepto y qué no, y por qué?) y a asumir con responsabilidad el proceso de aprendizaje (¿cité la herramienta?, ¿qué parte es mía?). En la universidad nos preocupa el plagio; en la primaria y secundaria debemos adelantar el remedio: transparencia y evaluación del proceso, no solo del producto final.
Debemos considerar también que cada niño aprende con ritmos y estilos distintos. La IA, usada con supervisión, apoya mediante resúmenes, glosarios, explicaciones en lenguaje sencillo, guías paso a paso y retroalimentación inmediata, entre otras cosas. Eso no reemplaza al docente ni al libro, pero personaliza sin estigmatizar. Si solo quienes pueden pagar cursos privados aprenden a usar IA, abrimos una brecha injusta. Para evitarlo, debemos democratiza herramientas y oportunidades mediante reglas claras y acompañamiento oportuno.
Muchas profesiones ya se benefician de estos sistemas inteligentes: análisis de imágenes de laboratorio en medicina; visualización de prototipos en ingeniería; verificación de datos en periodismo; perfeccionamiento de ideas en diseño, entre otras. La práctica de hacer buenas preguntas, planear proyectos, evaluar resultados y depurar errores, permite el cultivo de habilidades transferibles que acompañarán a las niñas y a los niños cuando lleguen a la universidad.
Sin embargo, los riesgos existen y debemos nombrarlos para gestionarlos:
-Plagio o pereza intelectual. Ante esto, es necesario establecer reglas de uso y rubricas que pidan evidencias del proceso (borradores, capturas de la conversación con IA, reflexión sobre cómo mejoraron el texto).
-Errores y sesgos. Inculcar la cultura de la doble revisión con fuentes confiables y el criterio del adulto.
-Privacidad. Nunca y eso es claro “nunca” subir datos personales, fotos sensibles o direcciones; usar cuentas escolares o herramientas con controles parentales.
-Dependencia. Establecer límites claros de cuándo sí (lluvia de ideas, explicación de conceptos, práctica) y cuándo no (entregar productos finales sin revisión humana).
Como madre y profesora, propongo un acuerdo práctico para la casa y la escuela:
-Primer propósito. Antes de abrir la herramienta, decir para qué la usaremos: comprender un tema, generar preguntas, practicar.
-Transparencia ante todo. Si usaste IA, dilo. Explica qué pediste, qué obtuviste y cómo lo editaste.
-Verificación obligatoria. Todo dato “importante” se confirma con al menos dos fuentes confiables (libro de texto, material docente, enciclopedias o repositorios académicos).
-Cuidado de datos. Nada de información personal. Si una herramienta lo pide, no se usa.
-Progresión de autonomía. Intenta primero, consulta después, explica al final con tus palabras.
-Evaluación del proceso. Como familias y docentes, reconozcamos el camino (cómo aprendieron) tanto como el resultado.
Lejos de vulnerar el mérito en el proceso de enseñanza y aprendizaje, la IA bien enseñada le devuelve el control a las niñas y los niños, enseñándoles a preguntar mejor, a comparar, a defender una postura, a reconocer sus errores y a construir versiones cada vez más sólidas de sus ideas. No se trata de reemplazar la lectura, la curiosidad o la constancia; se trata de potenciarlas.
Esta reflexión no intenta causar polémica, sino invitar a las familias a que conversemos con nuestras hijas e hijos sobre su actividad en línea, establezcamos reglas que entiendan y podamos cumplir juntos. A las escuelas, la invitación es a definir políticas claras, formar a docentes y compartir criterios con las familias. Estoy segura de que ustedes como yo, queremos que nuestras hijas e hijos y nuestros estudiantes mantengan una mente curiosa, ética sólida y herramientas contemporáneas. Enseñarles a usar IA bien y a tiempo es una manera concreta de cuidar su presente y preparar su futuro. El mejor momento para empezar es hoy, con acompañamiento, sentido crítico y esperanza.
* “Pedagogía en voz alta” es una columna de la Facultad de Pedagogía. La autora es profesora de tiempo completo.
Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.

