Por Marcial Aviña Iglesias
Estamos a unas cuantas fechas para que llegue el Día de Muertos y parece que todo el Mundo se pone de acuerdo para llenar los campos santos. ¡Una marea de vivos con más flores que un jardín botánico! La gente lleva cempasúchil que parece que va a tapar hasta el epitafio, comida para alimentar a un regimiento, coronas que, si las pusieran una al lado de la otra, harían una pasarela… Y la música no falta, desde mariachis, norteños hasta ese cuate que lleva la bocina a todo lo que da. Es una fiesta que seguro a los muertos les gusta, pero a los vivos… les cuesta un titipuchal, pero no le aunque, eso complace y mucho.
Porque, seamos sinceros, en vida a esos a quienes recordamos con tanta devoción, no siempre les dimos ni la mitad de lo que les damos ese día. Les costaba que les hablaras o que les dedicaras un momento, y ahora, de repente, compras la ofrenda más cara, haces tamales, pollo en mole, enchiladas y hasta invitas a toda la familia para que se acuerden juntos. ¿Será que el Día de Muertos es la excusa perfecta para salir de la rutina y ser un poco mejores? Pues igual y sí.
Al final lo que importa es que, aunque haya que hipotecar el orgullo, nos juntamos y recordamos. Nos sentamos a platicarles a los que ya no están, brindamos por ellos y, sobre todo, agradecemos que, aunque se hayan ido, siguen siendo el motivo de tanta bulla y cariño. Así que, viva el Día de Muertos, que a veces los vivos somos mejores cuando pensamos en los que no están.
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