Ni ciencia ni cierta
Por Alan Emmanuel Pérez Barajas*
Alguna vez, tú, apreciable lector(a) te has preguntado ¿Qué implica decir a ciencia cierta? ¿De dónde proviene esta expresión y qué nos dice sobre cómo expresamos certeza y duda al hablar?
Para empezar, a ciencia cierta es una forma enfática de decir “con total certeza”. Si alguien afirma “Lo sé a ciencia cierta”, está declarando que lo sabe sin ninguna duda. Otras veces también está implícito que nos consta algún hecho o sucedido. La clave está en la palabra ciencia, que aquí se emplea en su sentido antiguo de conocimiento. De hecho, la frase es casi una redundancia: en español antiguo ciencia significaba saber o conocimiento. Por eso, decir a ciencia cierta equivaldría literalmente a con conocimiento cierto, subrayando dos veces la seguridad de lo que se afirma.
La historia de esta expresión se remonta a la Edad Media. Sus orígenes aparecen en textos en latín medieval con la fórmula ex certa scientia, que significa con conocimiento cierto. Esta fórmula se usaba en decretos eclesiásticos, incluso por papas del siglo XIII, para dejar claro que algo se afirmaba con pleno conocimiento de causa. Al pasar al castellano, la expresión sobrevivió: en documentos legales del siglo XIV ya se encuentran frases como “de cierta ciencia”, con el mismo sentido de absoluta seguridad. Con el tiempo, la fórmula invirtió sus términos y quedó en “a ciencia cierta”, la versión que ha perdurado hasta hoy en el español que hablamos en América y otros continentes.
Hoy en día, la expresión a ciencia cierta se ha consolidado como un giro de uso cotidiano ya lejano a su significado y uso original. Lo empleamos, sobre todo junto a verbos como saber, decir o conocer, para remarcar que algo se conoce con absoluta seguridad. Por ejemplo, “Sabemos a ciencia cierta que el agua hierve a 100 °C”. Aquí la frase refuerza que se trata de un conocimiento indudable. Sin embargo, también la usamos en contextos de incertidumbre. Es habitual decir “no se sabe a ciencia cierta” cuando algo no está completamente comprobado: “No se sabe a ciencia cierta si habrá vida en otros planetas”. En estos casos, paradójicamente empleamos una expresión de certeza para subrayar la duda: reconocemos que nos falta un conocimiento plenamente seguro —una “ciencia cierta”— que aún no tenemos.
Este doble uso nos lleva al papel de la subjetividad en el lenguaje de la certeza. La lengua española (como cualquier otra) está lleno de matices para expresar cuánta confianza tenemos en lo que decimos; añadimos palabras o giros para indicar si algo es una certeza, una suposición o una posibilidad. No es lo mismo afirmar “lloverá mañana” que decir “creo que lloverá mañana” o “estoy seguro de que lloverá mañana”. En esa gradación de confianza, “a ciencia cierta” ocupa uno de los escalones más altos. Cuando alguien lo dice, está presentando su afirmación como un hecho incontestable. Pero incluso al usar esta fórmula de certeza máxima, hay un elemento subjetivo: es la persona hablante quien asegura que tal conocimiento es completamente verdadero. A menudo se recurre a “lo sé a ciencia cierta” para convencer a los demás (y quizá al propio hablante que la dice) de que no hay margen de error en lo que afirma.
En el ámbito de la ciencia, la expresión a ciencia cierta tiene un matiz especial. La investigación científica avanza reconociendo incertidumbres y poniendo a prueba lo que se sabe. Una persona investigadora difícilmente proclamará que ha descubierto algo a ciencia cierta sin matices, porque el rigor científico implica admitir siempre algún margen de duda. En vez de asegurar “lo sabemos a ciencia cierta”, las personas científicas suelen hablar de evidencias y probabilidades. Sin embargo, en la divulgación científica a veces se recurre a esta locución para distinguir lo conocido de lo desconocido. Decir “No se sabe a ciencia cierta qué efecto tendrá este fenómeno” comunica claramente que aún hay incertidumbre; mientras que “Está demostrado a ciencia cierta que esta vacuna funciona” intenta transmitir de forma enfática que ese conocimiento es sólido. En estos dos ejemplos el nivel de certeza de lo dicho es distinto.
Así y en nuestros días, la expresión a ciencia cierta es un ejemplo fascinante de cómo el lenguaje entrelaza conocimiento, certeza y duda. Surgida en una época en que se creía en verdades absolutas, hoy nos acompaña para hablar de lo que pensamos saber con seguridad. Nos recuerda que los seres humanos buscamos certezas y las expresamos con firmeza, aunque también reconocemos —a veces en la misma frase— los límites de nuestro saber. La próxima vez que digamos o escuchemos a ciencia cierta, conviene pensar en todo lo que implica: una herencia de confianza en el saber, un guiño a la ciencia como símbolo de verdad, y a la vez una humilde aceptación de que siempre puede haber algo que ignoramos. En esa pequeña locución de uso diario se refleja nuestra constante oscilación entre la duda y la verdad al comunicarnos en español.
*Profesor e investigador de la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima
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