Por Laia Mataix Gómez
El 2 de diciembre de 1993 fue abatido el narcotraficante más buscado de la historia colombiana, Pablo Escobar, tras una frenética búsqueda de un año y medio. 30 años después, el general retirado Óscar Naranjo narró cómo se vivió desde dentro la persecución de “la mente criminal más poderosa que ha habido en Colombia”.
Escobar le “declaró una guerra no solamente al Estado sino a la sociedad colombiana bajo un lema, que yo creo que hizo mucho daño y sigue haciendo mucho daño, que decía ‘mi poder radica en el plomo o la plata’, es decir, o te mato o te soborno”, explica en una entrevista con EFE Naranjo.
En su libro El derrumbe de Pablo Escobar (Planeta, 2023) relata “la fase final”, después de que el narcotraficante, con la extradición descartada, se entregó con la condición de cumplir sentencia en La Catedral, una cárcel a su medida que se convirtió en centro de entretenimiento y tortura y de la que finalmente se fugó.
“A partir de esa fuga se cuenta una historia con altos y bajos, con una fase inicial de un Escobar que quiso lanzar mensajes de que quería volver a entregarse para ganar tiempo y rearmarse; y una segunda en la que lanza una ofensiva narcoterrorista indiscriminada en las grandes ciudades”, según Naranjo.
Cuando Escobar huyó de su fortín, Naranjo fue llamado para dirigir un Comando Especial Conjunto (CEC) que se creó para sumar los esfuerzos de Policía y Ejército, y eso lo hizo “testigo de primera mano como analista de inteligencia”.
En el CEC se encargaron de “mencionar cuáles eran las debilidades, porque había que rectificar algunas estrategias y corregir algunos procedimientos (…), ir sobre la marcha identificando o anticipando mejor qué pasos daría Escobar”.
Naranjo ha sido testigo de primera mano de la historia reciente de Colombia. Su carrera de 36 años como policía le valió ser general y luego director de la institución entre 2007 y 2012. También participó como negociador en las conversaciones que llevaron al acuerdo con las FARC y fue vicepresidente de Colombia entre 2017 y 2018.
El final de Escobar
Escobar “al final rompe reglas básicas que lo habían hecho incapturable, impenetrable, como la regla de clandestinidad y no hablar por un teléfono, por una señal electromagnética susceptible de localizar”, relata.
Su caída se dio después de una serie de llamadas a su familia, que acababa de regresar a Bogotá tras un intento fallido de pedir asilo en Alemania. Rompió esa regla “porque perdió el equilibrio emocional”, en palabras de Naranjo.
Un papel importante en la caída de Escobar lo jugaron Los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar); un grupo criminal conformado por enemigos del capo, como los jefes del cartel de Cali y paramilitares, que “después de ver que el Estado era incapaz de capturar a Escobar se organizan y detonan una campaña terrorista peor a la del propio Escobar” dirigida a “moverlo emocionalmente”.
“Yo diría que de alguna manera lo lograron”, concluye Naranjo, quien cree que la caída del capo fue, precisamente, gracias a la convergencia de varios factores: “haber mejorado capacidades de inteligencia del Estado, la desestabilización psicológica de Escobar, la cooperación internacional que cierra espacios a su familia y las acciones muy perturbadoras de Los Pepes”.
Lo que vino después
Naranjo sintió “alivio” de la muerte de Escobar aquel 2 de diciembre de hace 30 años, pero al mismo tiempo inquietud, porque desde hacía meses habían alertado “que el Cartel de Cali crecía a la sombra de la lucha del Estado contra Escobar: ese era el próximo objetivo, que era muy complicado de someter a la justicia”.
“Tengo que decir después de 30 años que no me equivoqué”, lamenta el general. “Después de Pablo Escobar, después de la captura los Rodríguez-Orejuela (jefes del cartel de Cali), después de la captura del Cartel del Norte del Valle, el narcotráfico sigue produciendo mucho daño y, francamente, llegó la hora de pensar de otra manera que se salga de la lógica prohibicionista”.
Naranjo, que dice tener la “conciencia tranquila” por todo el trabajo que se hizo durante la época de Escobar, se quita mérito porque quiere homenajear a los cientos de policías “que murieron cumpliendo con el deber” o a los periodistas “que realmente en los momentos más peligrosos decidieron que no se silenciaban”.
Y apunta a una deuda pendiente. “Hoy estamos focalizados en reparar y conocer la verdad del fenómeno guerrillero, pero la verdad muy poco hemos hecho para reparar las víctimas de la violencia narcoterrorista”, concluye uno de los responsables de la caída del capo de capos.
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