Sáb. Nov 23rd, 2024

ARTÍCULO: Escritor Sampedro sigue vivo

Por EFE Nov27,2023

Por María Traspaderne

En una pequeña iglesia de Tánger, rescatada del olvido, un centenar de niños escuchan con dispersa atención hablar de un señor importante. Sus manos se alzan para saber más de un tal José Luis Sampedro, que recorrió sus mismas calles de niño, hace un siglo, y aprendió allí a pensar en libertad.

Diez años después de la muerte de este escritor, economista y académico español (1917-2013), un rincón de la ciudad del norte de Marruecos que le vio crecer hasta la adolescencia, acoge un sencillo homenaje.

En el altar del templo -ahora desacralizado- del colegio Sagrado Corazón, donde Sampedro estudió sus primeros años, se sientan su viuda, Olga Lucas, su biógrafo, José Manuel Lucía, y el director del Instituto Cervantes de Tánger, Javier Rioyo. Les escuchan enfrente los alumnos del Colegio Español.

“Lamento ser únicamente la viuda de José Luis Sampedro y no José Luis Sampedro. Él no aburría a nadie. Seducía a todos los niños, le escuchaban embobados. Su método era el amor. Tenía un lema: amor y provocación”, comienza a hablar la mujer que compartió 16 años de vida con Sampedro, hasta su muerte a los 96 años.

A su lado, Lucía, que acaba de publicar José Luis Sampedro. Un hombre fronterizo (Plaza y Janés), resume la vida en Tánger de este pensador inclasificable, en un tiempo en que la ciudad era una de esas excepciones históricas que la hicieron tan singular.

Sampedro aprendió a hablar en la “Zona Internacional de Tánger”, controlada por España, Francia y Reino Unido, donde había 4 idiomas oficiales y convivían 3 religiones. “Sus compañeros eran cristianos, pero también judíos y musulmanes, que jugaban a los mismos juegos”, recuerda el autor.

“Unos -dice su viuda- celebraban el sabbat, otros descansaban en domingo… Esto fue definitivo en su formación, porque estuvo hasta los 13 años, y eso hizo que cuando le hablaban de ser tolerante, él matizara que no era quién para tolerar, sino que lo que tenía que hacer es comprender, escuchar”.

Poco a poco, los pequeños van entrando en la historia de ese niño Sampedro que llegó de Barcelona a Tánger con un año y medio y creció entre culturas, trascendiendo fronteras.

– ¿Qué cosas escribía?, pregunta una adolescente.

– ¿Cuál fue su libro más famoso?, inquiere otro niño.

– ¿Cómo lo conociste?, le dice un tercero a Lucas.

La mujer evoca La sonrisa etrusca, su obra más conocida y de la que recibía cartas de niños deseando tenerle como abuelo. Porque Sampedro, asegura, “era como el abuelo de todos los niños”.

Y continúa explicando cómo en 1997 conoció a su “amor platónico” en el “ambiente deliciosamente decadente” del balneario de Alhama de Aragón (Zaragoza).

Tras una primera conversación, quedaron para cenar. “Supe que me había conquistado, ese señor podía hacer de mi lo que le diera la gana”, dice Lucas. Y los niños arrancan a aplaudir entusiasmados.

Acabado el acto en la iglesia, viuda y biógrafo recorren las callejuelas del colegio a la casa donde vivió Sampedro, muy cerca del emblemático Teatro Cervantes y a tiro de piedra de la playa -hoy puerto- donde el intelectual pasaba sus mejores ratos.

Y de la casa, un edificio colonial con balcones, caminan hasta el centro donde Sampedro estudió de los 9 a los 13 años, tras un paréntesis en Cihuela, el pueblo de la comarca de Soria donde vivían sus abuelos.

“Siempre decía que pasó de un mundo cosmopolita a la Edad Media”, explica Lucas frente a la espectacular fachada con vistas al Mediterráneo del Colegio Casa Riera, en el que hoy juegan niños discapacitados cuidados por unas monjas españolas.

El propio Sampedro afirmó en su discurso de ingreso en la Real Academia Española en 1991 que esa Edad Media también se veía en el bullicioso mercado de Tánger, “una isla rodeada de muros y puertas”. Era lo que luego aprendió a llamar, apuntó, “el Tercer Mundo”.

Una pobreza que luego tanto preocupó a Sampedro, alimentada -explica su viuda- por “el traspaso del poder político al financiero” que siempre denunció.

Tras un recorrido por la infancia de Sampedro en Tánger, donde ahora una avenida lleva su nombre, Lucas recuerda también sus últimos años. Aquellos en los que, después de más de 20 publicaciones entre novelas, ensayos y obras teatrales, “llegó a la conclusión de que no sabía escribir”.

Ella le ayudó entonces a redactar su última novela, Cuarteto para un solista. Tras haberla cuidado por un cáncer, ella pasó a atenderle a él en la vejez. Ambos conformaban, recuerda evocando el humor sampedriano, “a musa: minusválidos unidos sociedad apañada”.

Una década después, Lucas reconoce que carga encima “un duelo interminable”. Porque su pérdida no es solo suya, dice, y porque “de una persona como Sampedro no puedes pasar página”.

Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión, son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.

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