Por Noemí Jabois y Ana María Guzelian
Mostafa al Sayyed lleva tiempo durmiendo sobre un colchón colocado en el suelo de un aula vacía y, como muchos otros desplazados por la violencia en el Líbano, cuenta los minutos para saber si la calma se mantendrá cuando expire la tregua en vigor y podrá regresar a su hogar.
Junto a 11 de sus hijos, Al Sayyed permanece en uno de los 4 colegios habilitados como albergues temporales en el distrito meridional de Tiro, donde comenta a EFE entre risas nerviosas que, una vez finalice el cese de hostilidades, les “quedará claro si regresan o si se van más lejos”.
Tras casi 7 semanas de intenso fuego cruzado, las armas israelíes y del grupo chií libanés Hizbulá acallaron en una tregua humanitaria de 4 días acordada en la Franja de Gaza entre el Estado judío y el movimiento islamista palestino Hamás.
Algunos de los más de 55 mil desplazados del lado libanés han aprovechado el rayo de paz para ir a sus casas en las áreas fronterizas del sur del país, incluido Al Sayyed, que realizó una visita relámpago para recoger algunos enseres después de haber tenido que huir “con lo puesto”.
También pudo comprobar que su vivienda no ha sufrido daños, si bien no encontró ni rastro de los caballos que poseía.
A la espera
El hombre ya estuvo desplazado durante la guerra librada por Israel y Hizbulá en verano de 2006, cuando un bombardeo acabó además con la vida de uno de sus hermanos mientras estaba fuera buscando leche para una hija recién nacida.
Quizás con los fantasmas del pasado todavía en la memoria, Al Sayyed tiene claro que sus próximos pasos vendrán marcados por lo que ocurra tras la tregua: «No vamos a regresar con nuestros hijos de forma arbitraria y después tener que huir, es aterrador», explicó el padre.
Desplazada en el mismo albergue, Sabah Hasan Mansour también pudo ir a casa durante la tregua para asistir a un acto funerario por su sobrino fallecido por los recientes ataques israelíes, pero en su caso la fe la llevó a no recoger sus pertenencias.
«Cuando vinimos (a Tiro) no trajimos nada con nosotros, vinimos con lo puesto, la situación estaba escalando. Ayer regresamos, pero no cogimos nada con la esperanza de que el alto el fuego continúe, la situación se calme y podamos volver a nuestros hogares», reconoció a EFE.
Afirma que «muchos» otros desplazados decidieron quedarse directamente en la aldea, donde estos días se reanudó el suministro de luz e internet, y donde hasta la verdulería local se aprovisionó de vegetales para poder vender.
«Vamos a esperar hasta el martes y si la situación sigue así, en calma, volveremos a casa», sentenció la mujer, al detallar que todas las ventanas de su vivienda se rompieron a causa de los enfrentamientos de las últimas semanas.
Mansour no esconde sus ansias por volver a tener una «vida normal», por volver a cultivar tabaco y hornear pan para ganar dinero sin depender de nadie.
Si bien agradecida por la comida y productos básicos que le proporcionan en el albergue, recuerda que hay otras «necesidades» imposibles de cubrir sin apoyo financiero de ningún tipo.
«Esta no es situación para estar, estamos cansados y queremos regresar a casa para volver a nuestros trabajos. Han pasado dos meses sin nada que hacer, todos tenemos nuestra vida y trabajo, ya no tenemos la capacidad psicológica para estar aquí sentados», lamentó.
Recursos limitados
El coordinador de comunicación en la Unidad de Gestión de Desastres de Tiro, Bilal Kashmar, reconoce a EFE que inicialmente tuvieron «dificultades» porque «el número de personas que llegaban a los colegios era más grande que nuestra capacidad para cubrir todas sus necesidades».
Aunque solo un pequeño porcentaje de los desplazados se encuentran en albergues, los cuatro centros de Tiro acogen actualmente a cerca de 1.600 personas, a las que están ofreciendo desde comida hasta colchones tras haber enlistado la ayuda de organizaciones humanitarias.
Sin embargo, las autoridades locales también están esperando a ver qué ocurre cuando expire la tregua, mientras el Líbano entra en su quinto año de una grave depresión económica.
«No tenemos capacidad suficiente para mantener esta medida. En principio, vamos a continuar, pero si la crisis se prolonga y la realidad empeora no podremos continuar con este ritmo», dijo Kashmar.
En esta línea, el asesor para la Prevención de Crisis en la Unión de Municipalidades de Tiro, Issam Hashem, indicó a EFE que las operaciones están a cargo de unos 60 voluntarios, solo unos pocos de los cuales reciben a cambio un salario «muy bajo».
«No tenemos recursos suficientes porque las necesidades son grandes, las cantidades que estamos recibiendo no son suficientes. Por ahora, tenemos colchones pero no almohadas; nos faltan leche y pañales para bebés», concluyó Hashem.
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