En medio de la creciente preocupación por la crisis de violencia en Ecuador, se revela una verdad ineludible: la educación es siempre un potente escudo contra las garras de las organizaciones criminales transnacionales que buscan manipular a las y los jóvenes. La estabilidad de la región se tambalea, pero es a través del conocimiento que podemos construir un futuro más seguro. Sabemos que la violencia que azota a Ecuador no es solo un problema local, es una amenaza que se extiende más allá de sus fronteras.
La realidad innegable es que la juventud ecuatoriana se encuentra en la encrucijada de decisiones determinantes. Las organizaciones criminales buscan reclutas entre aquellos que han perdido la esperanza y es aquí donde la educación es una verdadera tabla de salvación porque ofrece oportunidades. De eso no cabe duda. Como toda institución de educación superior, nuestra Universidad, una potente entidad formadora, asume desde hace tiempo la responsabilidad de liderar esta transformación.
La educación no solo imparte conocimientos académicos, sino que también inculca valores, promueve el pensamiento crítico y fomenta la responsabilidad ciudadana. Esos pilares son fundamentales para construir ciudadanos resistentes a las tentaciones criminales. En ese contexto, las universidades asumen un rol determinante al no solo proporcionar educación de calidad, sino al crear un entorno que nutra el desarrollo integral de los jóvenes.
Debemos apuntar a la colaboración entre instituciones educativas y autoridades para implementar programas preventivos y de orientación. Es necesario que se establezcan vínculos más fuertes entre la academia y la sociedad para construir un frente unido contra la violencia.
Por ello, la inversión en educación no solo es una estrategia a largo plazo para fortalecer la estabilidad regional, sino también un antídoto eficaz contra las raíces de la violencia. El acceso a oportunidades educativas debe ampliarse, garantizando que ningún joven quede rezagado.
