Puro rock and roll puro
Por Carlos Ramírez Vuelvas
José Agustín, in memoriam
Un día después de la muerte del escritor mexicano José Agustín, la banda de rock punk estadounidense Green Day organizó un concierto en una estación del metro de Nueva York. Uno de los momentos climáticos del evento casi improvisado, fue cuando sonaron los acordes acelerados de “Basket Case”, un rayo vitalísimo, un estruendo de alegría, pura energía en estado de belleza.
Un par de centenares de personas, primero estupefactas, intensamente emocionadas después, se parraron frente al quinteto, sacaron sus celulares de los bolsillos y se pusieron a grabar el concierto.
Fue un instante irrepetible, el mismo que huye de nosotros en medio de las tensiones cotidianas, a veces tan nimias que se parecen al sonido agudo de un mosquito que no nos deja dormir: el pequeño desaguisado con nuestra compañera de oficina, el gesto no intencionado de un transeúnte, el correo electrónico inesperado, ese golpe de meñique en la pata de la mesa que con su dolor viene a recordarnos que cada cabeza es un mundo, y que a veces el infierno son los demás tan parecidos a nosotros mismos, como explicaba Jean Paul Sartre.
Sube la caldera cotidiana del estrés consuetudinario, y otra vez mister Hyde responde por el Dr. Jeckyl. El monstruo, la sombra, nuestro hermano, nuestro doble, se pone nuestra camisa favorita y comienza proferir sus dagas más hirientes, su veneno menos placentero.
Algo ha sucedido (¿esa irritabilidad nuestra, se habrá recrudecido con la pandemia?) que hemos olvidado la gran lección del rock and roll, tan profundamente hippie, tan profundamente revolucionaria, tan profundamente alegre: el júbilo (en su etimología, el tañido que anuncia un momento de santidad) está al centro del equilibrio porque su bálsamo de felicidad renueva la esperanza.
“El rock es un medio de autoconocimiento -declaró José Agustín en la década de los noventa-. Su relación con la cultura popular le da un carácter disrruptor, que te permite gozar. Inicialmente el rock significó una liberación emocional, sobre todo física, ya que en aquella época las personas no movían el cuerpo, todo era rígido. La sociedad estaba muy constreñida y era asfixiante, pero el rock terminó con esa limitante”.
¿No hemos olvidado esa proclama rockanrolera de vivir “verdaderamente” los días? Por cierto, no recuerdo ningún rockero estresado; lo recuerdo sí, como un héroe caído, derrotado de sí mismo, debastado por sus propios demonios…, pero no cansado, o agotado, o agobiado. ¿Será que sólo nos hemos vuelto más viejos sin dejar que el zumo de la experiencia sacie nuestro hastío?
Parece obvio decir que la presentación de Green Day en el metro de Nueva York no tenía nada que ver con la muerte de José Agustín. Pero para mí sí tenía que ver. Cuando escuché el concierto aún rondaba en mi cabeza algún pasaje de la novela De perfil, firmada por nuestro autor, y eso magnificó las sensaciones provocadas por las armonías eléctricas, las letras disrruptivas y los gestos de emoción en el cuerpo de la gente, para evocar en mí un ambiente arrobador.
Porque el hecho me recordó las muchas expresiones de gozo por la vida que nos enseñó José Agustín, su indagación sobre la euforia como discernimiento contra el ostracismo, expresada con vitalismo en su literatura (que es pura gozadera y rebeldía).
Lo que extrañaremos de José Agustín lo extrañábamos antes, pero su muerte vino a recordarlo con un acento doloroso (como siempre: lloramos más por los vivos que por los que se van). Extrañaremos la posibilidad de que alguien describa en su escritura la pulsión de vida de quien disfruta cada minuto de cada hora de cada día sobre la tierra.
De alguien que sea puro rock and roll, pues.
Nos queda su literatura para recordarlo siempre.
Hasta la eternidad, maestro José Agustín.