Llenarnos de luna
Por Jorge Vega
Tal vez nunca hemos querido conocernos como grupo, al menos no a fondo, hasta donde fluyen las oscuras aguas subterráneas. ¿Qué somos finalmente los y las colimenses? ¿Descendientes de españoles, de negros, asiáticos, de indios belicosos, del volcán del fuego? ¿Cuál es nuestro corazón?, ¿cuál nuestra sombra?
¿Somos amigos del turismo, pueblerinos de buen corazón, agricultores, gente que vive del mar, aduaneros, una sociedad educada, católicos a ultranza? ¿Narcos, sicarios? ¿Comerciantes, compradores en abonos, bebedores de tuba?
Nunca hemos explorado seriamente nuestra raíz de violencia. Con algunos años de descanso, en Colima siempre nos hemos asesinado unos a otros, desde las épocas de los bandoleros hasta la Revolución y la Cristiada. Desde mi infancia, siempre supe de uno o dos asesinados a la semana, especialmente en tiempo de fiestas patronales.
La gente ha matado por cualquier cosa, hasta por reclamar el pago de un servicio prestado, porque a un macho le tocaban el bigote o porque podían hacerlo.
Ahora la violencia, además de recrudecerse en las calles, se ha volcado también a las redes sociales, donde cualquiera, desde un relativo anonimato, dispara oraciones escritas con terribles faltas de ortografía, para acribillar a quienes no piensan o sienten igual que él o que ella.
Nuestros celulares rebosan de crímenes grabados en vivo y no nos cansamos de verlos. Es como si disfrutáramos viendo cómo matan a los demás, pero lavamos nuestra conciencia, nuestro gusto morboso, diciendo que los asesinados estaban vinculados con el narco, que se habían pasado al lado oscuro, que algo malo habrían hecho. Que nosotros no somos así, que somos justos, buenos y cumplimos el docenario a la Virgen de Guadalupe y vamos los martes a visitar al Señor de la Expiración.
¿De verdad hay tantos narcos y sicarios en Colima? Si matan en promedio 3 personas a diario, 21 a la semana, 630 al mes y 7,560 al año, ¿en verdad somos tantos los criminales en Colima? La suma da 15,120 muertos en 2 años, aunque los registros oficiales dicen otra cosa. Eso sin sumar a los narcos y sicarios que aún siguen vivos, que deben ser más.
¿Así de grande es nuestra marea de maldad? Si es verdad que uno elige el lugar donde quiere nacer y las pruebas que quiere pasar para incrementar la conciencia, ¿qué lecciones tenemos que aprender con tantos crímenes? ¿Qué ganamos con tanta muerte? ¿Qué tanto permitimos con nuestro silencio?
Es como si nuestro verdadero corazón fuera un animal sediento de sangre, aunque por fuera nos consideremos gente buena que va a misa los domingos, que separa la basura en inorgánica y orgánica y que en redes sociales vota para que salven a las ballenas y que a los toros ya no los lleven a sufrir al ruedo.
¿Alguna vez nos atreveremos a conocernos de verdad, a mirar no sólo los ángeles y la luz, sino las sombras, los demonios que nos habitan, que nos definen, para integrarlos finalmente a nuestro ser y abrir los ojos, incrementar nuestra conciencia como colimenses? ¿Para que podamos salir a la calle, incluso a las doce de la noche, sin el miedo de recibir un tiro? ¿Para que volvamos a llenarnos de luna y a platicar de la vida?
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