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COLUMNA: Cotidianas

Por EFE Mar13,2024 #Opinión

De género

Por Jorge Vega

Comienza a gustarme eso de la igualdad de género; bien mirado, resulta incluso liberador, al menos para alguien de mi generación, más cercana a los hombres de cemento que a los millennials.

De niños, principalmente las mamás, nos entrenaron a ceder el rincón de las aceras a los ancianos y mujeres, a no llorar, a cargar cosas pesadas y hacerle mandados a las señoras que no podían salir por mucho tiempo de su casa mientras preparaban la comida, lavaban la ropa o por enfermedad.

Era una forma de conseguir aprobación y afecto, aunque tal vez exageramos, sobre todo con aquellas personas que no necesitan ni piden apoyo. Recuerdo una banqueta larga, a mis 5 años, que caminé delante de todos para que vieran cómo les cedía el rincón a las viejitas, a los ancianos. Supongo que nadie lo notó, pero esa tarde me sentí útil, bueno.

Conforme crecía, fui aprendiendo que los hombres debíamos cambiar el garrafón del agua, el cilindro del gas, tirar la basura, matar las alimañas que entraban a la casa y cuidar la virginidad de las hermanas, como si fueran de nuestra propiedad.

También debíamos trabajar desde jóvenes para ganar dinero y cubrir las necesidades de la familia, pagar la cuenta en un restaurante, abrirle la puerta del auto o de la casa a una mujer, cederles el paso y defenderlas de cualquier agresión, como uno defendería su auto o su patrimonio. Lo veíamos natural, el comportamiento de un verdadero hombre.

En algún momento, entre la adolescencia y juventud, llegué a creer que las mujeres eran especiales, que sabían todo lo que hay que saber de la vida y de la muerte, que nacían con un chip de sabiduría; que siempre decían la verdad, que uno debía protegerlas de los rigores de la vida y acompañarlas por lugares peligrosos hasta que llegaran sanas y salvas a su casa (con el himen intacto), como harían los caballeros medievales.

En el fondo, siempre sentí que algo no estaba bien, ni para ellas ni para nosotros. Y estoy cada día más convencido de que, hasta ahora, nadie tiene claridad sobre el asunto. Sólo puedo repetir, como Chimamanda Ngozi Adiche, que “sí, hay un problema con la situación de género hoy en día y tenemos que solucionarlo, tenemos que mejorar las cosas”.

El problema del género, dice esta escritora nigeriana, “es que prescribe cómo tenemos que ser, en vez de reconocer cómo somos realmente. Imagínese lo felices que seríamos, lo libres que seríamos siendo quienes somos en realidad, sin sufrir las cargas de las expectativas de género”.

Por eso me gusta eso de la igualdad. Realmente es liberador, como cuando uno da el último pago de una deuda contraída a 30 años.

Es liberador porque significa que ya no es necesario cumplir con todos esos deberes, con esa herencia, no sólo para evitar demandas por acoso o por mirar de manera equivocada, sino porque las mujeres no lo necesitan, porque en realidad son autosuficientes, porque son fuertes, sobre todo emocionalmente. Ahora sólo debo ayudar con el garrafón y el cilindro, si es que lo piden, nada más a mi mamá, mis hermanas o mi mujer.

Lo interesante, lo hermoso de la igualdad es que parte del supuesto de que somos un equipo, un grupo, y que podemos lograr cosas juntos.

Significa, en especial para los hombres de mi generación, recuperar mi tiempo, mis energías, mi espacio, mi dinero. Definirme de otra manera, no sólo a partir de mi utilidad, y encontrar el afecto por otros senderos. Caminar juntos, no uno encima del otro. Y eso, de verdad que es liberador.

Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión, son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.

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