Canciones
Por Jorge Vega
Las canciones que me hacían temblar de emoción y miedo cuando sonaban en los altavoces de las fiestas a las que iba en el bachillerato y la facultad, hoy las escucho una y otra vez a la mitad de los festejos, a veces hasta la saciedad.
Me hacían temblar porque me emocionaba y a la vez aterraba sacar a bailar a una de las muchachas bonitas de la fiesta, sin saber bailar. Cuando al fin me animaba, la canción ya estaba en sus últimos acordes, y volvía de nuevo a las sombras.
Eran otros tiempos. Difícilmente lo entenderían los muchachos de hoy, a quienes las mujeres invitan de manera cotidiana a cenar o al cine y hasta les escriben cartas de amor. En aquellos días era una proeza tomarlas de la mano. A veces pasaban 3 y hasta 4 meses antes de poder lograrlo, de salir juntos a la calle. No, no era mejor, era diferente. Uno tenía que aprender a negociar, a ceder.
Ahora, en las fiestas, siento que se ha perdido la emoción de entonces. Todo es más protocolario, como quien sigue el orden en una lista y va palomeando. Los momentos importantes de cualquier celebración, incluso darse un abrazo o un beso, ahora se realizan nada más para la foto, para el video. Lo esencial es posar, salir bien en el FB, el Instagram, y recibir muchos me gusta.
Estamos perdiendo las emociones auténticas. Entramos de lleno en esa época de superficialidad, de maquillaje y consumo que anunciaron los grandes intelectuales del siglo pasado. Ni siquiera es bien visto el delicioso vello púbico, el oscuro matorral del placer.
Casi todo es falso, mentido. Veo chicas y chicos aburridos tomarse una selfi en la que sonríen para decirle al universo virtual lo felices que son y lo bien que se la están pasando en las fiestas, o parejas que se abrazan amorosas ante la lente, para después mirar cada quien su propio celular, como si no hubieran ido juntos.
Además, ni siquiera he aprendido a bailar, a mis años, No rompas más mi corazón y el Payaso de rodeo.
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