3 de la tarde
Por Jorge Vega
Cerca de las 3 de la tarde, por el rumbo de la antigua Comercial Mexicana, una pequeña procesión avanza detrás de una camioneta. Hay nubes grises en el cielo. Algunos niños y varios adultos, serios, concentrados, caminan detrás como quien sigue un ataúd.
Más adelante, por la Avenida Tecnológico, una mujer camina haciéndole cariños a su perrita Pomerania. Los autos esperan la luz roja del semáforo.
La ciudad se mueve, avanza, retrocede. Hay humedad en el ambiente.
En redes sociales, van apareciendo en cascada las fotos donde las ganadoras y ganadores de las pasadas elecciones reciben su constancia como diputadas, diputados, presidentes y presidentas municipales. Sonríen como quien ha garantizado su comida, vicios, vestido y vivienda por 3 años más.
Se ven felices con su documento en la mano. Son más mujeres que hombres. Aunque dicen ser de partidos distintos, todos y todas lucen iguales. Si los viera juntos en una fiesta, pensaría que son una misma familia: hermanos, primos, tías, papás, mamás. Deben vivir en colonias muy parecidas, ir a los mismos lugares de vacaciones o tener inscritos a sus hijos e hijas en los mismos colegios.
Somos varios mundos, tribus distintas en un mismo universo. A la altura del edificio de la SEP, por la Gonzalo de Sandoval, un hombre acelera en su motocicleta para que nadie lo rebase. Va enojado con la vida, con él mismo, con la ciudad, con su motocicleta.
No parece haber un sentido de comunión entre nosotros. Cada uno mira su propio reflejo, su propia imagen en los espejos. Como en las antiguas bibliotecas, donde cada libro mira sus propias páginas, su propia portada, sin notar a los demás, así parece que vamos por la ciudad, cada quien atento a su propia novelita, cuento, a su propio ensayo o verso.
Y, sin embargo, los antiguos sabios de la India aseguran que todos somos fragmentos de un mismo Dios, que en cada uno de nosotros está cifrado el universo entero.
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