Por Jon Martín Cullell
La Amazonía brasileña, una región vital para el equilibrio ecológico del planeta, enfrenta una inminente sequía que amenaza con ser más severa que la del año pasado. Las comunidades ribereñas, acostumbradas a vivir en estrecha relación con los ríos que nutren su tierra y su vida, ahora miran con desesperación los niveles decrecientes del agua y claman por ayuda urgente.
La situación descrita por Jon Martín Cullell es alarmante. La cacica Ivanilde dos Santos y otros líderes comunitarios han lanzado un grito de auxilio: necesitan pozos para asegurar agua potable. Este llamado no puede ser ignorado. La temporada de lluvias está finalizando y el caudal de los ríos ya muestra una preocupante reducción, presagiando una temporada seca que podría ser catastrófica.
La respuesta de las autoridades, aunque presente, aún es insuficiente. La ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, anunció una “operación de guerra” para llevar suministros básicos a las comunidades más aisladas, y se están realizando esfuerzos para drenar ríos y mejorar los sistemas de tratamiento de agua. Sin embargo, estos esfuerzos deben acelerarse y ampliarse para prevenir una crisis humanitaria.
La historia de Adão Alberto Pereira, un agricultor que vio su cosecha de guanábanas y mandioca devastada por la sequía anterior, es un recordatorio desgarrador de las consecuencias de la inacción. Las temperaturas extremas y la falta de agua no solo arruinan cultivos, sino que también ponen en peligro la salud y la vida de las personas.
El problema es estructural y requiere soluciones a largo plazo. La construcción de pozos artesanales, como el solicitado por la cacica Dos Santos, es una medida urgente y esencial. Además, se necesita una inversión sostenida en infraestructuras hídricas y en programas de sostenibilidad ambiental que mitiguen los efectos del cambio climático, que exacerba estas sequías.
El Gobierno Federal y las autoridades estatales deben coordinarse para garantizar que las comunidades más vulnerables no sean abandonadas a su suerte. La Amazonía no solo es el hogar de millones de personas, sino también el pulmón del mundo. Su preservación y el bienestar de sus habitantes son responsabilidades compartidas que no pueden posponerse.
Es imperativo que la sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales y la comunidad internacional también se involucren. La crisis de la Amazonía es un problema global que requiere solidaridad y acción conjunta.
En este momento crítico, escuchar y responder a las voces de la Amazonía brasileña no es solo un acto de justicia, sino una necesidad urgente para evitar un desastre de enormes proporciones. Las palabras de la cacica Dos Santos resuenan con fuerza: “Necesitamos un pozo para tener agua potable”. Es hora de que esas necesidades sean atendidas con la urgencia y seriedad que merecen.
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