Lee, sueña, vive
Por Carlos Ramírez Vuelvas
Debí tener seis o siete años, yo volvía de la escuela, cuando recuerdo escuchar por primera vez a mi papá tocar la guitarra y cantar alguna canción de Silvio Rodríguez o de Pablo Milanés. Desde entonces supe que toda lira sentida emociona más que los estudios y que hay lluvias que iluminan (y alegran aunque sean melancólicas) cuando surgen del corazón.
Después entendí las razones de las lluvias del verano: abonan con sus líneas verticales la esperanza. Desde entonces también supe los usos de una cuerda, el gesto del amor obcecado y la tristeza que nubla la mirada.
Luego debí escuchar otra canción en boca y manos de mi papá, una canción más rara, pero más penetrante como una herida sobre el aire (como aire herido), un poema de Federico García Lorca versionado por Juan Manuel Serrat.
En ese brevísimo cuadrante que eran esas canciones, que era aquella sala, habrá comenzado mi educación musical, mi educación poética. Y me gusta recordar esa iniciación, cuando aún podía contar mis años de vida con los dedos de mis manos: escuchar a mi papá cantar esas canciones, mientras esperábamos en la sala de la casa la llegada de mi mamá.
Pasaron muchos años, muchos de esos años de rebosante melancolía (ah, feliz infeliz adolescencia) para que yo entendiera que esas canciones eran realmente poesía.
Porque después leí a Pablo Neruda y a Rubén Darío, a Franz Kafka y a Herman Hesse, a León Felipe y a Miguel Hernández, a Octavio Paz y a Ramón Martínez Ocaranza, pero no sabía que leía algo en específico. Lo hacía con el mismo desparpajo con el que comía mangos y sandías, mandarinas y naranjas, guamúchiles y nances.
No soy un profeta de la lectura, ni un aspirante a nutriólogo, ni siquiera un redentor de los buenas hábitos (que les deseo para evitar problemas de salud). En todo caso, me calificaría de tragón feliz en mi versión personal de la popular expresión de las redes digitales: “happyfoodie”. Un lector que, cuando la fortuna del anaquel le ha deparado un buen libro, no duda en decirle a cuanto amigo conoce: no has leído nada en la vida, te recomiendo…
Ha llegado el verano a casa. Los fines de semana sostienen nubes negras rebosantes de lluvia. Gracias a los dioses, gracias a los cielos. Mi tumbona favorita está dispuesta a soportarme unas horas. He puesto un playlist de la vieja nueva trova cubana. A mi lado se apilan unos cuantos libros. Muy buenos días, voy a soñar viviendo un rato.
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